541 19 de mayo de 2010 |
Puros tamales de masa Tomás Corona Rodríguez “Enseñarás a volar pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir pero no vivirán tu vida. Sin embargo en cada vuelo, en cada sueño, en cada vida perdurará siempre la huella del camino enseñado”
Llegas al evento con la algarabía de una chiquilla que dejó atrás la timidez y frustraciones de antaño, luciendo el precioso modelito que te compraste especialmente para la ocasión. Aquello está a reventar y eso que sólo están los cumpleañeros (20, 30, 40, 50 y un mono que completa 60 años de servicio, ¡qué bárbaro! Aunque si se la pasó flojeando en la SENL u ocupando puestos políticos, no tiene chiste, así cualquiera aguanta; ningún profesor ignora lo desgastante que es trabajar con los “güercos”, sobre todo los de ahora, como dice tu comadre Rosario, “partírtela en el aula es una verdadera chinga”, aunque también en la escuela se puede hacer uno “pendejo” y ser bien “conchudo” para no hacer nada).
Ves el conglomerado aquel de profesores y profesoras (te ríes al recordar el bobo discurso de nuestro deshonroso presidente bufón). Te imaginas lo que podrían conseguir si se juntaran para exigir sus derechos, los más de 40 mil que hay en el Estado, y los “chorrocientos” que hay en el país (¡el colmo, ni la propia SEP sabe cuántos son!); fácilmente acabarían con el Gordillismo, la corrupción, la injusticia social (¿quizá también con el narcotráfico?), es más, serían como una palanca que movería el mundo, pero hace años que dejaste de creer en los “santos reyes” y tu conciencia ideológica, aunque crítica, se puso en paz cuando comprendió que la corrupción somos todos, y es triste que nuestros líderes sindicales y autoridades educativas sean la prueba más clara y fehaciente de ello.
Tú cumples 30 de servicio y 48 de edad y te sientes satisfecha contigo misma y orgullosa de cómo te ves, como una reina, y tu garboso paso así lo demuestra, pero ¿cómo te verán ellos y ellas, tus compañeros de “degeneración” como luego se decían entre bromas y risas? De pronto alguien viene corriendo hacia ti, casi te tumba, te abraza, te aprieta, te besa. De repente no sabes quién es… ¡Soy Aleida, cabrona, qué no te acuerdas de mí, te dice. Luego como moscas zumbonas, como abejorros rozagantes, comienzan a aparecer: Gerardo, Alicia, José Gabriel, Martha, Luis, Anita, Bertha, Armando, Enrique, Olga, Hilda, Anselmo, Nancy, Humberto, Juan Carlos.
Entre gritos, expresiones guturales, gestos extraños y muchos, muchos besos y abrazos, la emoción se desborda hasta las lágrimas. En ese momento recuperaste tu cetro de reina, de lideresa madura y honrada, a sus 18 años, emprendiendo miles de actividades y eventos con tu grupo, con la generación entera. Decididamente, tienen que organizar otra “pachanga” aparte nada más para ponerse a platicar.
Pasada la euforia, todo vuelve a la normalidad, esposas y esposos extrañados por ese momento de ridícula locura los miran de reojo, luego los saludos corteses y las presentaciones formales, cada pareja (o dispareja) vuelve a sus lugares porque la parte solemne del evento va a comenzar. Los ves alejarse, de espalda o de lado, aprovechando al máximo tu visión periférica.
¡Todos diferentes! Más gordos, ellas robustas; pelones, ellas exageradamente maquilladas; nalgones, ellas también, flacas y flacos algunos que eran gordas y gordos, seguramente “cirugiados” y “cirugiadas” o diabéticos; muy pocos conservan el porte, como tú, otros se encorvaron, en fin, el tiempo no pasa en balde y tampoco perdona. Te reanimas, porque ver a la “raza” era el principal objetivo de tu asistencia al pomposo evento.
La maestra de ceremonias inicia su perorata, pide a los que cumplen 40 y 50 (y al de 60, pero no los que cumplen 30 ó 20, un clarísimo ejemplo de exclusión que nadie ve) que pasen a un enorme pódium que levantaron al frente del gigantesco salón porque las HH autoridades están a punto de entrar a la estancia, y llega la corte entera, una hora tarde, como siempre, y todavía les aplauden, ¡es el colmo!
Y comienza la retahíla de frases hechas y lugares comunes: que si la educación es la panacea que nos salvaguarda de la ignorancia, que ser maestro es algo hermoso (bueno, eso sí), que es muy importante reconocer nuestra labor, aunque nos esté llevando la “fregada” por los bajos salarios, que somos los “forjadores de las nuevas generaciones” y bla, bla, bla…
¿Por qué será que en estos eventos, cada vez que un funcionario agarra el micrófono, tiene que nombrar a tooodddooss los invitados presentes antes de enunciar su gastado y añejo discurso que nada dice y al que nadie pone atención por estar concentrados en el sabroso “cotorreo” individual en las mesas? ¿Qué no se darán cuenta los discursantes del “papelón” que están haciendo, empecinados en hablar hasta el cansancio? ¡Qué aburrimiento! ¿Por qué no hacen más breves y contundentes sus discursos? ¡Y luego la larga ristra de nombres de funcionarios, caray. Siempre es “pan (y pri) con lo mismo, como acontecía y acontece con las extenuantes disertaciones de los grandes dinosaurios políticos”.
Luego un documental rollero y llegador en las monumentales pantallas (por cierto, en dos de ellas se veía todo invertido (¿será que estamos ya en el mundo del revés y no nos hemos dado cuenta?), después el programa cívico, los honores a la bandera, el Himno Nacional (cantado entre bostezos, la versión breve, afortunadamente), para cerrar con el horroroso y aburrido “Himno a Nuevo León” que alguien por allí nos dejó como herencia y, por último, la entrega de medallas, sólo a algunos (otro claro ejemplo de exclusión).
Un montón de meseros, un tanto desorganizados sirven el manjar, entre infértiles pero acendrados discursos de funcionarios que nadie oye, un tamal de masa con un “chisguetito” de machacado y otro de frijoles refritos, (¿comerá eso mismo el señor gobernador y toda su comitiva? No lo creo, te respondes en automático), platos y tenedores de plástico por 30 años de lidiar con irritables y enajenados chiquillos y adolescentes, “que oso”, eso sí, las “cocotas” que quisieras.
Comes apresuradamente porque una edecán, discretamente, iba avisando mesa por mesa que quienes terminaran de comer, podían pasar al segundo piso de aquel recinto a recoger el cheque, engulles lo más rápido que puedes el tamal y los complementos, pensando en la larga fila que se formará si te descuidas. Te olvidas de todo imaginando la jugosa cantidad, te despides diciendo adiós con la mano y sales presurosa de aquél lugar repleto de profesores.
Suertuda, como siempre, eres la tercera de la fila. Esperas todavía otros 45 minutos, los profes empiezan a chiflar, los taconcitos te están matando, ya no estás acostumbrada a ellos pero aún así sonríes, el evento y el vaporoso vestido valían la pena. De repente la fila avanza, la tuya es la Región X, pasas a un pequeño cubículo, recibes la medalla, un “fistolillo”, dos libros, todo embolsado en un plástico y el ansiado cheque.
Ching… qué miserables, esperabas mucho más, que poco valoran 30 años de desempeño profesional de una maestra auténtica como tú, que se prepara, se actualiza y es siempre innovadora al impartir sus clases… lo guardas en tu bolso y sales caminando con fingido orgullo, poco dispuesta a volver a la espantosa rutina de la vida.
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