604 17 de agosto de 2010 |
ANÁLISIS A FONDO Miedo y autocensura Francisco Gómez Maza
Nueva palabra en el diccionario mexicano: “narcocensura” Y los periodistas siguen exigiendo protección al gobierno
Los reporteros, ante la amenaza de los sicarios y traficantes de drogas, se las están ingeniando con lo obvio: la autocensura. Es decir, todos los días, desde que dios amanece, comienzan a medirle el agua a los tamales. Y es que la vida no retoña y muchos tienen que mantener esposa e hijos, y al tiempo realizar su trabajo de investigar, escribir y publicar los dichos y los hechos de este lastimero “combate por la seguridad”, como rebautizó recientemente el presidente Felipe Calderón Hinojosa a la guerra contra el narcotráfico.
La vida cotidiana de los periodistas pende de un hilo; tienen que vivir, juzgar y actuar profundamente conscientes para evitar una bala, para no caer en manos de secuestradores, para salir indemnes y continuar viviendo. Y por tanto es muy comprensible que utilicen la técnica de la autocensura; de ocultar su nombre bajo el sucedáneo de esa muletilla que dice “De la redacción”, por ejemplo, o simplemente no darle crédito a sus notas o reportajes, sobre todo cuando involucran a los barones de los poderes fácticos del crimen organizado, o a políticos involucrados con las bandas de narcotraficantes.
La madrugada de este lunes leí un reporte de Los Angeles Times, que revela con pelos y señales la vida que viven los reporteros mexicanos en estos tiempos de ira, de odio, de confrontación violenta, de ejecuciones, de secuestros, de ‘levantones’, de sangre y muerte. El artículo del diario angelino se titula: “Bajo la amenaza de los cárteles mexicanos de la droga, los reporteros callan” Los periodistas saben que los traficantes de drogas pueden secuestrarlos o matarlos y salirse con la suya. El colega Tracy Wilkinson, reportando desde Reynosa, Tamaulipas, un estado enclavado en el noreste de México, nos cuenta que “narco censura” es una nueva palabra que ha entrado a formar parte del léxico de la guerra contra las drogas en México.
Reporteros y editores, por miedo o por precaución, se ven obligados a escribir lo que los traficantes quieren que escriban, o simplemente se abstienen de publicar toda la verdad, en un país donde los miembros de la prensa son cotidianamente intimidados, secuestrados o asesinados. Qué gran tiroteo, cuenta Wilkinson. El otro día, cerca de un centro comercial de Reynosa, convoyes de pistoleros pasaron zumbando por las calles y dispararon contra otro durante horas, paralizando la ciudad. Pero usted no va a leer sobre ello en esta ciudad fronteriza con el estado estadounidense de Texas.
Ante la escalada de guerra contra las drogas, que ha llegado al salvajismo, uno de los subproductos devastadores de la capacidad de matanza de los narcotraficantes es escalofriante. Tratan de cooptar a periodistas mal pagados y nada protegidos, obsesionados por su complejo de culpabilidad de que están fallando en su misión periodística de informar a la sociedad. "A los reporteros les encanta el periodismo; les encanta la búsqueda de la verdad; los quiero para realizar un servicio civil e informar a la comunidad. Pero aman más su vida", dijo un editor de Reynosa, que declinó ser identificado por temor a enemistarse con los cárteles. "No nos gusta el silencio. Pero es la supervivencia."
Se estima que 30 periodistas han sido asesinados o han desaparecido desde que el presidente Felipe Calderón lanzó su ofensiva militar contra poderosos carteles de la droga, en diciembre de 2006, haciendo de México uno de los países más mortíferos para los periodistas en el mundo. Pero un aumento feroz de la violencia, incluido el secuestro de cuatro periodistas, ocurrido el 26 de julio, ha empujado a la profesión a una crisis nunca antes vista, y ha captado de nuevo la atención internacional e impulsado el activismo de periodistas mexicanos y mexicanas.
Las Naciones Unidas enviaron una misión la semana pasada para examinar los peligros a la libertad de expresión. El 7 de agosto, en un despliegue sin precedentes, cientos de reporteros mexicanos organizaron, a lo largo y ancho del país, una serie de manifestaciones para exigir el fin a los asesinatos de sus colegas, y condiciones de trabajo seguras. Pocos asesinatos son investigados, y el clima de impunidad da lugar a más derramamiento de sangre, dice un informe de próxima publicación del Committee to Protect Journalists (Comité de Protección a Periodistas) con sede en Nueva York. "No es cobardía de los periodistas. Es falta de respaldo", le dijo a Wilkinson el locutor Jaime Aguirre. "Si me matan, no pasa nada".
En los estados fronterizos de Tamaulipas y Chihuahua y en los estados del centro y sur de Durango y Guerrero, los reporteros dicen que son muy conscientes de que los traficantes no quieren ver noticias locales para "calentar la plaza", para llamar la atención sobre la producción y el tráfico ilícito de drogas, y sus esfuerzos para someter a la población. Publicar tales noticias obligaría al gobierno a enviar tropas y obstaculizar sus negocios.
Cuando unos convoyes de narco sicarios descaradamente descargaron sus armas contra guarniciones militares en Reynosa, atrapando a soldados, fue noticia de primera plana en el diario Los Angeles Times, en abril. Después, dos periodistas fueron detenidos brevemente por los paramilitares ‘Zetas’, el magullado y estrangulado reportero Bladimir Antuna, en Durango, fue recuperado el año pasado con una nota garabateada que decía: "Esto me pasó a mí... por escribir demasiado." Reporteros y editores en Tamaulipas y Durango dicen que habitualmente reciben advertencias telefónicas, cuando publican algo que a los traficantes no les gusta.
Más a menudo, a sabiendas de que sus publicaciones son monitoreadas incluso dentro de sus salas de redacción, los reporteros evitan publicar cualquier cosa que corra el riesgo de ser catalogada como de categoría cuestionable. O simplemente se apegan a lo que dicen los boletines oficiales, que pueden confirmar un incidente, pero que no ofrecen detalles. "Si no hay nada oficial, no publicamos nada", dijo un editor de un periódico del norte. "Me pone muy enojado. Por qué me inclino ante las demandas de esas personas. Pero tengo que calcular el riesgo." Los periodistas mantienen también un ojo en ciertos sitios de Internet afiliados con carteles de la droga: si ven que en ellos se difunde un tiroteo o un ataque con granadas, los reporteros saben que ellos pueden también publicar dicha información.
Las redes sociales como Twitter han llenado algunos vacios, burlando la narco censura. Y un secreto "narco blog" ha comenzado a publicar numerosos videos de los secuaces y sus víctimas, no importa cuán horribles sean. Pero, dicen los residentes, estos medios de comunicación han sido usurpados también por los narco traficantes, que utilizan el sistema para difundir rumores y producir pánico entre la población. Periodistas de todo México se han movilizado como nunca antes, corriendo la voz, exigiendo que las autoridades actúen para proteger a los periodistas que cubren la “batalla por la seguridad.”
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