604 17 de agosto de 2010 |
¿De quién es la guerra? Samuel Schmidt
Felipe Calderón ha dedicado las últimas semanas a convencernos que la guerra que ha declarado no es solamente suya, sino que es de todos –y todas, diría el zafio de Fox-. Supuestamente convocó a un diálogo nacional en el cual hizo repetidos llamados a que todos se le unan en esta guerra, suponemos para poderla ganar. A juzgar por la actitud frente al llamado este fue poco efectivo, y esto por muchos factores.
Tal vez destaca que en temas álgidos del diálogo este se convirtió en monólogo, como por ejemplo cuando se pidió la legalización de la drogas como punto central en la estrategia para combatir al crimen organizado y ahí Calderón tiró su propio teatro, porque no se puede invitar a dialogar como justificación de posturas predeterminadas cerrándose al diálogo frente a aquello sobre lo que se invita a reflexionar.
Calderón no ha superado la condición de ilegitimidad con la que inició su gobierno que se desprende del fraude electoral que lo hizo ganador de la elección. Si bien el PRI lograba fraudes y la sociedad lo toleraba, el PAN defrauda en nombre de la democracia y de la nueva política, mientras que la sociedad madura para no caer en esas patrañas. Este déficit no solamente le da motivos a la oposición sino que debilita cualquier acto de gobierno y mucho más si se trata de involucrar a la sociedad en una guerra donde la gente pierde la vida por la nación.
El Estado define al mal y esta definición tiene que involucrar los intereses del todo social para ser aceptada y con ella sus resultados. Frente al tema del tráfico de drogas hay varias posturas que incluyen a aquellos que están a favor porque se benefician con el mismo, y nos referimos no solamente a los criminales sino a los usuarios de las mismas que no son pocos.
Calderón no ha podido en ya varios largos años de guerra, definir si esta es contra las drogas o contra el crimen organizado. Dejar que el debate determine la dirección a seguir sobre el consumo de drogas puede darle el terreno para consolidar otras partes de la estrategia. La definición de la lucha contra los cárteles ha fallado porque hay el convencimiento social que el gobierno ha tomado partido por uno de ellos, aunque lo verdaderamente cierto es que partes del Estado son empleados o parte del crimen organizado. Las acciones totalmente erróneas alrededor de la denuncia en Ciudad Juárez sobre las actividades delincuenciales de policías dejan lugar a pensar que desde muy arriba –que tanto está sujeto a la imaginación- se protege a policías criminales que producen grandes ganancias. En Juárez hace mucho la gente se quejaba del ejército y la policía, mientras el gobierno cerraba los oídos y atacaba a los quejosos y sus mensajeros.
El Estado puede convocar a la guerra para tapar sus fallas como hicieron los militares con las Malvinas, pero para eso tienen que cesar su agresión contra la sociedad, pero ese no es el caso en México. Calderón dijo que las policías no eran confiables y para eso movilizó al ejército, pero este llegó a depredar. Si la última institución en la que se debe confiar no es confiable, esa parte de la estrategia –que era la central- se derrumba.
Las guerras van avanzando con efectos directos y colaterales, los que según la procuradora de Chihuahua no se calcularon. En la guerra Calderón simplemente no se ven avances a favor de la sociedad, que ya resiente los factores adversos, como es el derrumbe de la economía.
Un periodista estadounidense me dijo: hay dos preguntas que no se hacen, ¿por qué hay tan pocos militares o policías muertos en la guerra, ya que se supone que el otro bando también pelea?, y dice el gobierno que hasta tiene mejor armamento; y ¿por qué no ha subido el precio de la droga?
La primera respuesta la dieron los policías federales en Juárez, hay comandantes que manejan a sus subordinados a favor del crimen, lo que incluye que también ellos deben ser culpables de asesinato o de solaparlo como vimos en el caso del penal de Durango, donde por cierto el gobernador salió librado sin la menor consecuencia.
La segunda respuesta está en que mientras la demanda de droga parece fija la oferta no ha bajado, luego entonces las zonas de producción están a salvo al igual que las rutas de transporte y esto incluye a Estados Unidos, el mayor mercado del mundo.
Calderón pelea por sus intereses y estos no son los de todos y por eso seguirá siendo su guerra, sin apoyo social y con grandes costos. Para muchos él ya lleva la marca de asesino, triste destino para el que llegó a presidente defraudando al pueblo.
Para compartir, enviar o imprimir este texto,pulse alguno de los siguientes iconos: ¿Desea dar su opinión?
|
Para suscripción gratuita:
|