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3 septiembre 2010
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Se vale intentarlo
Víctor Orozco

La semana pasada se organizó, en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, un panel para debatir una única pregunta: “¿Legalizar las drogas?” Invitado a participar en el evento comencé por cuestionar por qué estamos ahora poniendo el tema en la agenda política. La respuesta parece obvia, pero es indispensable establecerla toda vez que es la premisa de la cual necesariamente partimos: los mexicanos estamos atrapados en una guerra (o como se le llame a este infierno), en la cual estamos perdiendo decenas de miles de vidas, sufriendo masivas emigraciones forzadas, arrojando en un pozo sin fondo incalculables riquezas y en el cual también se están hundiendo cientos de miles de negocios.

Lo peor quizá es la imposibilidad de la convivencia pacífica, en la medida que se avanza hacia la desintegración de una sociedad organizada bajo reglas morales y jurídicas. Mirándolas muy lejanas a nuestro entorno, antaño siempre nos causaron asombro las matanzas interétnicas en otras zonas del planeta. Hoy, somos testigos de masacres cotidianas en buena parte del país. La última, de los setenta y dos emigrantes centro y sudamericanos indefensos, horroriza no sólo por la brutalidad, sino porque existen pruebas de la complicidad o participación de cuerpos oficiales.

El gobierno, las iglesias –ciertamente no todas en el mismo grado- las escuelas y en general cada una de las instancias en donde se forma la conciencia personal o se educa para respetar la ley, son un fracaso. Al presidente de la república no se le ocurre otra cosa para explicarlo que salir con el bobo lugar común de que los jóvenes se han alejado de Dios como si con ello agregara algo a la eterna quejumbre de los administradores del culto religioso. No. Quien se ha alejado de los jóvenes es la sociedad, confinando a la mayoría en la pobreza y la desesperanza.

No hay trabajo, no hay escuelas, no hay oportunidades: esta es la realidad para millones. Al menos una de las caras de la realidad. La otra, es la puerta que abre la delincuencia, principalmente la derivada del narcotráfico. Es la entrada a un espacio de terror, enajenación y abdicación de la voluntad, paradójicamente ofrecido como la única opción a la insuperable condición de perdedores, de marginales en un mundo ajeno, patrimonio de unos cuantos dueños.

Los otros dueños son los jefes del mercado de estupefacientes. Cambian seguido, porque también se mueren seguido, pero siempre hay quien los releve y tome la estafeta. Por eso, suenan vacías y hasta ridículas las proclamas de triunfos que hacen los voceros del gobierno cuando las policías, el ejército o la marina eliminan a alguno de ellos. Como también han sido intrascendentes las quemas o destrucciones de plantío tras plantío de mariguana o depósitos de goma o polvos de heroína. Al parejo de las drogas deshechas, de los cientos o miles de armas, aeronaves, vehículos incautados, han crecido los números de narco adictos y de asesinatos, entre ellos los de miles de inocentes sin ninguna conexión con actividades ilícitas.

Estas son las poderosas e ineludibles razones por las cuales ahora se ha puesto en el tapete de las discusiones el tema de la legalización de las drogas. Su prohibición y el combate frontal con quienes las comercializan aparentemente han conducido al desastre en el que nos encontramos. Por allí no hay salida. Expongo a continuación algunas de las razones esgrimidas por quienes están plenamente convencidos de que la legalización sería un camino plausible de solución:

-       Disminuiría la violencia en las calles y la desintegración del tejido social. Ambos, se encuentran directamente ligados a la disputa por las plazas y el dominio de las rutas hacia los grandes centros de consumo, sobre todo a Estados Unidos.
-       Se cegaría una de las grandes fuentes de corrupción, derivada de la alianza entre narcotraficantes y agentes del gobierno, desde los altos funcionarios hasta los policías municipales.
-       Se reduciría dramáticamente el precio de las drogas y con ello la acumulación de riqueza por los capos de la droga.
-       Se vigilaría la calidad de las sustancias, evitando el 80% de las muertes por consumo, originadas en los agregados artificiales a la droga original.
-       Se dejarían de malgastar cientos de miles de millones de dólares en una lucha que carece de sentido y a la cual es imposible ponerle fin.
-       Se podrían instrumentar campañas de prevención y disuasión del consumo mucho más efectivas. El éxito alcanzado en la reducción sustancial del tabaquismo, es una muestra de ello.
-       Se acabaría con uno de los pretextos de los gobiernos para hinchar a los cuerpos militares y atropellar a los derechos humanos.
-       Se eliminaría uno de los pretextos esgrimidos por agencias del gobierno norteamericano y por los grupos de EEUU que muestran una mayor
agresividad hacia los países latinoamericanos para montar las acciones intervencionistas en los mismos.

Una pregunta me queda sin respuesta: ¿Disminuiría la legalización el consumo de las drogas? Quienes combaten la propuesta sostienen que aumentaría. No lo sabemos, pero tal vez lo que importe más a la gigantesca mayoría no adicta es evitar los males colaterales derivados del vicio. Los fumadores empedernidos por ejemplo, no perjudican a los otros si se toman unas mínimas precauciones, aunque claro, la sociedad pague el precio por las muertes prematuras y los costos de las enfermedades derivadas del tabaquismo.

Encontrar medicinas para una sociedad enferma como lo es hoy la mexicana, es desde luego una tarea ardua. A la vista de los resultados, sabemos que las medidas tomadas por el gobierno antes que al alivio, han conducido al agravamiento del mal. Estaremos en condiciones de cantar alguna victoria cuando las condiciones de vida y las oportunidades para la realización de los individuos o las comunidades hayan mejorado sustancialmente. Ello alzará sus miras, por encima de las miserias a las cuales son arrastrados cotidianamente.

Entretanto deben buscarse remedios. En 1934, apenas tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos, Franklin D Roosevelt anunciaba que ensayaría una y otra vez las posibles soluciones a la crisis económica. Si falla un intento, sostenía, emprenderé un segundo, un tercero y así le seguiré, pero lo peor que puedo hacer es quedarme cruzado de brazos mientras millones de familias tienen apenas lo indispensable para sobrevivir. No vale la pena considerar aquí si triunfó o no en el empeño, pero sí el ponderar esta actitud, tan necesaria en el México de nuestros días.

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