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24 septiembre 2010
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Lennon en Las Mitras de los 60´s
Raúl Caballero

Para Armando Santos García

Hace unos días, con motivo del próximo día de cumpleaños de John Lennon, los de Starbucks sacaron de nuevo la antología titulada Remember, con una franja etiquetada que habla de celebrar el 70 aniversario de su natalicio. Lennon nació un 9 de octubre y desde estos días hasta  bien entrado noviembre el mundo organiza múltiples homenajes para recordarlo. Yoko Ono anunció que lo recordará en Islandia, inaugurando la Imagine Peace Tower, un monumento en su honor en una isla. Por supuesto sus colegas los músicos le rendirán tributo con conciertos; estrenarán una nueva película sobre su vida: Nowhere Boy; también un documental: LennonNYC; y asimismo se difundió que la Ono lanzará ocho discos reeditados del ex Beatle y, entre lo que ha despertado expectativa, una caja con nuevas colecciones bajo el título "John Lennon Signature". Al salir de la cafetería, el otro día, recordé el texto que aquí ofrezco. Lo escribí cuando sacaron por primera vez este disco. Aquí está como una manera para recordar, de nuevo, al maestro.

Los sentidos van dejando todo en la casa de la memoria. No hace mucho la Cafetería Starbucks, metida de lleno en su línea musical Hear Music, en su Colección Opus ofreció el disco John Lennon, Remember: 18 piezas que se derraman en un río de recuerdos que avanza entre rápidos, refrescantes e instantáneos flashazos que al salpicar empapan de un pasado que, sin embargo, no deja sentimiento de pesar por el tiempo ido, acaso precisamente por recuperable. Los sonidos alborotan las imágenes.

He escuchado el disco dos o tres veces, de camino y de regreso al trabajo, una y otra vez dejándolo repetirse indefinidamente y, con las espléndidas sensaciones que la música de por sí te deja, las imágenes en la mente van y vienen, como ahora que lo escucho de nuevo aquí en el escritorio; no esperes una reseña, más bien quiero explicar(me) los sentimientos que su música, que sus letras revuelven… para salir avantes en escenas de la memoria, en recuerdos que han viajado conmigo en mis trayectos al trabajo y que hoy me propongo recuperar.

Son sentimientos que no por profundos dejan de aflorar de nuevo, no por lejanos o distantes dejan de reaparecer con una nítida realidad que impacta por su imperecedera presencia… en fin, no por compartidos con el artista, con los amigos y otros escuchas, son ajenos: su música te mueve, su poesía te conmueve. Retrotrae. Incluso a solas uno puede transportarse, por ejemplo con Working Class Hero, a la ley de la calle de la colonia en que uno creció o a la identificación personal en caso de que haya dramas similares como el que narra en Mother.

Estas piezas (de JL, Remember) con que recordamos a Lennon son de su etapa post Beatle, la década de los setenta, producto de los claroscuros de sus últimos diez años. Pero antes habían sido otras luces y otras sombras, los sesenta, desde Love Me Do el primer sencillo de Los Beatles que aparece el 5 de octubre de 1962 (el que esto escribe cumplía en esa fecha justamente 10 años) hasta la publicación de Let It Be (1970) aunque estrictamente el último LP de Los Beatles es Abbey Road. Los Beatles se metieron al estudio de grabación, juntos por última vez, para trabajar en el que iba a ser su último álbum (aunque se puso a la venta antes que Let It Be), Abbey Road (1969) y “que marcaría un nuevo estilo de rock que sería emulado, en otras escalas, por grupos como Pink Floyd”, nos dicen sus biógrafos.

A Love Me Do en los meses siguientes le seguirían Please, Please Me y poco más tarde She Loves You… y entonces forjaron la leyenda. Por aquellos días llegábamos a vivir a la hoy entrañable colonia Las Mitras (centro) que, en 1963, todavía era un suburbio lejano del centro de la ciudad; si bien su fundación debió ser a principios (o mediados) de los cuarenta, casi 20 años después aún tenía muchos lotes baldíos; Las Mitras fue uno de los primeros suburbios en una ciudad mecida por la incipiente penetración cultural gringa y ni la más remota esperanza de que fuera a ser devorada por el frenético crecimiento de las últimas décadas. De hecho entonces los barrios del centro de Monterrey durante las tardes de verano todavía se adormecían con el monótono canto de las chicharras, era impensable que esa zona adquiriera carácter de “histórico”.

Digo incipiente penetración cultural gringa pero lo dicho no quita lo marcado ni su inexorable avance. La misma colonia era un reflejo de ello. El trazo de sus calles y avenidas y el concepto arquitectónico de las casas no podía ser más “americano”, reflejaba el desarrollo urbano de la post guerra en Gringolandia, con la paradoja de que sus calles llevan nombres de ciudades de la República Mexicana; asimismo restaurantes especializados en hamburguesas y malteadas ofrecían la novedad; surgían fuentes de sodas; el futbol americano vivía temporadas de epopeya protagonizadas por Tigres y Borregos y nacían las ligas juveniles (las infantiles todavía tardarían varios años en surgir); había autocinemas como el Aloha, que si bien estaba situado en terrenos de la colonia de al lado (la Leones ¿o estuvo en las Cumbres?), los vecinos de esos suburbios que recién comenzaban a poblarse acudían a ver en la pantalla a James Dean, a Marilyn Monroe, a Marlon Brando… y a gritar con un género socorrido en los autocinemas: las películas de terror (El monstruo de la laguna negra y una avalancha de zombis, momias y vampiros).

Monterrey vive un auge entre los cuarenta y sesenta. Para mediados de los cincuenta —me señala el doctor Ricardo Elizondo Elizondo— Simón Bolívar era una avenida de residencias de ricos recientes, y las fiestas del Club de Leones para todos ellos constituían el súmmum de la elegancia y distinción... con la orquesta de Gustavo Rubio Caballero tocando Roberta.

El plano de Mitras Centro era amplio, al norte hasta la avenida Adolfo Ruiz Cortines (años más tarde se extendería, más allá de la mencionada avenida, el sector Norte) y al sur hasta la Calzada Madero, y más allá se erigía ya el breve sector Sur. Pero Las Mitras era amplísima y en un principio, en aquel entonces, contaba con una plaza central cuyo nombre nunca supe. Era una plaza en forma de triángulo equilátero pero dividido por la avenida Hermosillo; la parte norte en un costado tenía sobre cascajo diversos juegos infantiles y la sur, por el lado de la calle Delicias, disponía de una caseta de policía con una flotilla de jeeps y oficiales uniformados que con el paso del tiempo los primeros se fueron destartalando y los segundos desfigurando; cada vez menos tocaban a la puerta de las casas para pedir una cuota por sus providenciales servicios de seguridad. Qué esperanzas de parecerse a los de ahora de cualquier municipio conurbado, aquéllos resultaban hasta angelicales de tan “inofensivos”, nada absolutamente nada qué ver con la temeridad implícita de quienes portan las insignias actuales. Aquellos policías de Las Mitras por las tardes, cuando ya obscurecía, amables y diligentes acompañaban a las niñas y niños desde la plaza hasta sus casas.

El lado sur se convirtió propiamente en una plaza; contaba —en una de sus esquinas entre las calles Delicias y Hermosillo— con una fuente de sodas (La Fuente, que era propiedad de don Juan Peña) con terraza y radiola que con monedas (¿de veinte centavos?) tocaba los sencillos obligados de esos días: Love Me Do o I Want To Hold Your Hand (para seguir precisando a Los Beatles en sus comienzos), amén de las piezas emblemáticas del rocanrol estadunidense, pasando por Frank Sinatra, los jazzistas y orquestas de los cuarenta y cincuenta, los grupos de músicos negros que abordaban el mainstream como The Platters y las baladas de manita sudada. En La Fuente mis primos y primas mayores se reunían con sus amigos, bailaban en la terraza, y se convirtió en el punto de reunión de la juventud que se dividía entre la Raza Grande y la Raza Chica.

Con el paso de los años esa plaza se llenó de la sombra de los árboles que los vecinos pioneros plantaron, sus senderos se ornaron con bancas donadas por las familias de la colonia, La Fuente se fue quedando en la historia cuando la raza, grandes y chicos, se dispersaron por sus estudios, los casamientos o nuevas necesidades de aventura. Las bancas, hasta la fecha, son ocupadas por enamorados.

En la Calzada Madero con Simón Bolívar se estableció La Súper Chueca, un restaurante que se popularizó con la innovación de sus muy apreciadas hamburguesas, propiedad de Juan Villarreal, a donde los domingos llegaban miembros de las diferentes razas a cenar, alternando con comensales familiares. La colonia se fue poblando cada vez más, la juventud se pluralizó, los más chicos nos convertimos en adolescentes y las razas se vinieron fragmentando en zonas. La Raza de la Tienda Nueva, la Raza de Vanegas, la Raza de la Farmacia Victoria, la Raza del Pep, etcétera.

En la colonia, durante la segunda mitad de los sesenta surgieron otros sitios de encuentro de “las razas”, como La Playita (restaurante que trajo a la colonia la novedad de los tacos al pastor asados en un trompo), ubicado en una de las puntas que hacen las avenidas al llegar a la rotonda de Simón Bolívar, en cuyo centro estaba la monumental estatua del prócer, precisamente donde confluyen las avenidas Hermosillo, Simón Bolívar, Paseo de los Leones (en aquel entonces avenida Mitras) y Matehuala.

La iconografía norteamericana, sus costumbres adquiridas a través del cine y de series de televisión como I Love Lucy, se enseñoreaban sobre todo en buena parte de la clase media regiomontana. Los bailes del sábado por la noche en la colonia y la rocanrolización alcanzó a los más niños que dejaban de serlo, formando una nueva casta de Raza Chica. La música de Los Beatles reclamaba ya el interés de todos. Para entonces cada raza tenía sus contornos bien definidos.

Ruli, el melómano de la cuadra, iba y venía de Laredo, Texas, con las novedades del Hit Parade. El interés de Ruli González Garza en la música de Los Beatles lo hizo un especialista en el cuarteto y en los grupos más emblemáticos del ahora rock clásico (o por lo menos a mí me lo parecía). Su interés pronto se diversificó. Periódicamente iba a Laredo por pilas de nuevos discos. Al principio eran sesiones de culto en la consola para LPs de la sala de su casa; luego con la llegada de aquellos cassettes de ocho tracks el culto se popularizó. De alguna manera Ruli inició en la música rock a medio barrio, desde Parras, que era la calle donde vivíamos, hasta Vanegas, que era donde nos juntábamos, pasando por Monclova y Matehuala, donde estaba la Farmacia Victoria. Hasta que la psicodelia llegó con todo su esplendor —en lo más alto de los años sesenta— a Las Mitras.

Ya para entonces (si bien casi todo lo que provenía de los Estados Unidos llegaba tarde) las ondas de la obra más innovadora de Los Beatles: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band que marcaría el nacimiento de la música psicodélica, recorrían Monterrey y el país entero; las desavenencias Lennon-McCarney se agudizaban; Lennon y Yoko Ono se acostaban en Ámsterdam; y el desenlace, la separación del cuarteto de Liverpool, ya estaba en el horizonte. Con todo ello se prefiguraban los setenta, cuando John graba #9 Dream en su Walls and Bridges; Instant Karma! en el Shaved Fish; trabaja con la Plastic Ono Band; escribe su señero álbum Imagine, cuya homónima pieza central fue inspirada en una línea escrita por Ono en una de sus esculturas titulada Cloud Piece y que reza así: “Imagina las nubes goteando / Excava un agujero en el jardín para recibirlas” y que figura como epígrafe en el disco al que aludí cuando comencé estas líneas y que me trajo a la espaciosa casa de la memoria para vislumbrar esos rasgos de los orígenes de Las Mitras y tú en mi pensamiento, queridísimo Armando, puesto que fuiste uno de los principales protagonistas de la Raza Grande que se juntaba en La Fuente. Por eso te dedico estos apuntes que, sin embargo, ahora que los termino, debo añadirte —a manera de un mínimo y personal homenaje— In Memoriam, pues te nos fuiste en el ínterin.

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