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31 Diciembre 2010
 


 

Recuento 2010
Tomás Corona Rodríguez

Soneto de la Santa Muerte
Sin placer ni dolor, la Santa Muerte,
sin gozar ni sufrir, la muerte lenta;
herido por puñal, muerte sangrienta,
no hay distinción para la dulce muerte.
Quedarse en la quietud, pálida muerte,
estallar con la muerte truculenta;
morir en la batalla, muerte cruenta,
o arrullarse en tus brazos, tierna muerte.
Fenecer cuando niño, triste muerte,
vegetar con la muerte macilenta;
montar sobre tu grupa, rauda muerte.
Seguir tu huella, misteriosa muerte;
estrellarse con la muerte violenta,
inexorable y justa Santa Muerte.

Este año fatídico cierra la primera década del nuevo milenio con un sello de inexorable violencia.

Una ciudad desconocida y sola pregunta por su identidad perdida entre estertores de incredulidad.

Sirenas lastimeras agudizan a cada instante la psicosis que ha creado la indefensión social.

Ya no quedan niños en las calles y los jóvenes se han refugiado en aposentos familiares (¡qué bueno!).

Asesinatos viles han dejado pañuelos repletos de lágrimas en innumerables familias regiomontanas.

Ráfagas, no de hojas secas ni de fresca brisa, si no de plomo y muerte, han enturbiado para siempre la paz de Monterrey.

No tardarán en aparecer las tanquetas para salvaguardar una integridad que nunca debimos perder.

No sé qué esperan para decretar la pena capital para esos asesinos desalmados y cobardes.

Quiero dejar de sentir el miedo que corroe mis entrañas cuando mis hijos están fuera de casa.

Cómo decirle a un adolescente que ya no contará con la protección de su madre muerta en una absurda balacera.

El mal incontenible, el círculo de muerte penetró ya hasta los núcleos familiares más queridos y cercanos.

Urge un fideicomiso para apoyar a las víctimas civiles que han caído bajo el fragor de una batalla que no era la suya.

Orar de nada sirve, dios mismo se ha olvidado de nosotros, actuar con mano dura es lo que falta.

Qué puede hacer una sociedad civil enajenada que apenas empieza a defenderse, a concienciarse y a valorar la vida.

Sólo impotencia y rabia a quienes ha cubierto la muerte violenta con su gélido y doloroso manto

Armarse de valor (y con una pistola) para hacer frente a la vorágine de corrupción, perversidad y violencia que amenaza con arrastrarnos hacia la más inicua barbarie.

 

 

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