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Casino de la muerte
(Cuento político)
Miguel Treviño Rábago
Reynosa.- Aquella tarde todo parecía normal en las afueras del Casino Royale. Como siempre, un buen número de empleados atendía con esmero a muchas amas de casa que habían llegado temprano ─desde la mañana─ a jugar a las "maquinitas" que con un poca de suerte, ese día les darían a ganar buen dinerito. Muchas de ellas todos los días iban a "jugar" llevando rosarios, imágenes de santos, amuletos de la suerte, oraciones y rezos para ganarse los premios que anunciaban constantemente en la televisión. Y no faltaban las que tallaban y besaban las pantallas, las que prendían y apagaban los celulares para hacer fallar los mecanismos de las "maquinitas", las que invocaban a la santa muerte, las que pronunciaban conjuros secretos que llenarían sus bolsas con miles de pesos. Allí amanecían, allí comían, allí perdían su dinero, allí lloraban, allí ─sin saberlo─ ese día se iban a morir.
Los casinos que existían en México eran contaditos. Los gobiernos del PRI y sus presidentes, habían regalado unos cuantos permisos en pago por favores políticos. Nadie imaginó que para 2006 íbamos a estar inundados de "Casas de Juegos y Apuestas" en todo el territorio nacional, como consecuencia de la irresponsabilidad de Vicente Fox que como presidente, y Santiago Creel como secretario de Gobernación, autorizaron, a tres días de concluir su gobierno, una gran cantidad de permisos para operar estos negocios. Entre los beneficiados estaban (y están) no sólo reconocidos delincuentes de "cuello blanco", sino también el monopolio Televisa, con sus casinos a todo lujo en las principales ciudades de México.
Tan "bonito" era el ambiente del Casino Royale, que hasta un grupo de amigas organizó un "baby shower" para festejar la venida al mundo de un ciudadano más. Todas, con regalo en mano, fueron llegando, repartiendo abrazos y besos y colocándose para comer, pues los casinos proporcionan comida barata y en abundancia para que sus visitantes permanezcan muchas horas, festejando y por supuesto jugando en las "maquinitas". Así que mientras el festejo transcurría, las bromas y las risas brotaban, la música de las "maquinitas" no dejaba de tintinear como alegres campanistas, imitando el sonido que hacen las monedas al caer cuando alguien se gana un premio y todos los presentes brincan jubilosos. Ese día el Casino Royale estaba casi lleno de mujeres ansiosas de fiesta y de dinero fácil.
La llegada al poder por segunda vez de los panistas encabezados por Felipe Calderón, disparó el número de casinos en México. Cual si fueran hongos, surgieron en la mayoría de las ciudades con potencial económico. No fueron pocos los que advirtieron que tales negocios incrementarían la delincuencia organizada, pues servirían para "lavar" millones de dólares que provenían de actividades ilícitas, para convertirlos en ingresos y ganancias legales y "limpias". Por cientos los permisos se fueron otorgando y autorizando utilizando argucias legaloides, amparos, nombres ficticios, razones sociales fantasmas, traspasos ocultos, sociedades inmorales. Súbitamente, miles de mujeres mexicanas en su mayoría, se vieron envueltas en el vicio del juego hasta convertirse en ludópatas, adictas a estar día tras día apostando hasta perder el patrimonio familiar. Las autorizaciones siguieron fluyendo ahora desde el gobierno federal de Calderón.
La fila de camionetas y autos compactos empezó a colocarse en la entrada del Casino Royale. Previamente habían hecho una parada en una estación de gasolina, donde ordenaron que les llenaran varios recipientes de combustible. Y arrancaron rumbo al casino. Los pasajeros de esos vehículos llevaban instrucciones precisas que tendrían que cumplir al pie de la letra, o sufrir las consecuencias por desobedecer a los "jefes". Todo indicaba que los dueños del casino se habían negado a pagar "la cuota" que ese grupo exigía a muchos empresarios para darles "protección". Era como si los tiempos de la mafia de Chicago, con todos sus "Padrinos", hubieran regresado en el tiempo en una nueva versión mejorada y aumentada hasta el terror. La única manera de evadir esas extorsiones era cerrar los negocios y huir del país.
Dentro del casino todo era fiesta. Las señoras apretaban botones, pedían recargas electrónicas de dinero, los billetes fluían, las tarjetas de crédito y débito se deslizaban, la festejada abría regalos, los empleados llevaban botanas y refrescos a las ilusionadas jugadoras, varios hombres también probaban suerte en las "maquinitas" y hasta jubilados había que perdían una y otra vez sus pensiones con el sueño de salir del aburrimiento y las limitaciones económicas. El ambiente agradable, las alfombras mullidas, la temperatura ideal para no sentir los calorones norteños, las luces programadas para que los asistentes no se preocupen por saber si es día o de noche, sin relojes que mortifiquen o hagan recordar la familia que espera y casi casi está olvidada, los olores y colores relajantes, el buen trato, y sobre todo, el entusiasmo de ganar dinero, tenían a todos envueltos en una atmósfera de confianza y relajamiento sin percatarse de lo que estaba por acontecer.
Alrededor de los casinos en México hay historias negras que ahora salen a flote y que pueden sintetizarse en una palabra: corrupción. Medio millar de estos negocios operan legal o ilegalmente. Las famosas "maquinitas" están programadas para que los propietarios ganen millones de pesos. Se dice que cada máquina produce cada 24 horas, 300 dólares de ganancia neta. Los que ganan algo, es casi seguro que allí mismo lo pierdan porque la ambición los domina.
Muchas de esas "Casas de juego" operan en condiciones irregulares, no cuentan con medidas de seguridad, no tienen puertas de emergencia ni alarmas contra fuego que activen sistemas de agua desde sus techos, ni siquiera los extinguidores sirven, y lo peor, ni siquiera hay personal que sepa utilizarlos. Son auténticas trampas humanas. Pero las autoridades vieron "minas de oro" en esos lugares por los impuestos y "mordidas" que reparten entre bandas de funcionarios corruptos e inmorales.
Un grupo de individuos descendió rápidamente de la caravana de la muerte frente a la puerta principal del Casino Royale. Armados y sin mostrar miedo alguno, penetraron en el recinto y empezaron a disparar a diestra y siniestra, gritando a las aterrorizadas mujeres que se salieran a la chin... porque iban a incendiar el lugar. Una vez pronunciada la sentencia, varios sujetos empezaron a regar gasolina en la alfombra exactamente en la entrada del Casino; entramparon así a todos los asistentes que de la alegría pasaron al terror de ver que serían quemados vivos. La estampida humana no se hizo esperar, buscando las salidas de emergencia que para desgracia de muchos, estaban selladas, bloqueadas y clausuradas. ¿No se habrían salvado muchas vidas si la autoridad hubiera cumplido con su deber? Y los delincuentes arrojaron fuego sobre la gasolina desatando un infierno de llamas, calor, humo, gritos, llanto, horror, empujones, pisoteos, pleitos, jaloneos, en su búsqueda desesperada de encontrar cualquier salida hacia la calle para no morir. La cremación duró horas.
La tragedia recorrió el mundo. Hoy la televisión, la radio y la internet informan en segundos lo que está ocurriendo en cualquier parte de la tierra. Aun si los medios lo ocultan, la internet lo descubre y lo expone. Sobran hoy las cámaras de video y los celulares que captan todo. Siempre hay alguien listo a darle un clic a un dispositivo para que sepamos la verdad. Oficialmente 52 personas murieron quemadas vivas. Una tragedia similar a la de la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora, donde 49 niños perdieron la vida entre las llamas que se iniciaron ─según dicen─ en una bodega contigua. Hasta hoy, los dueños del Casino de la Muerte y los concesionarios de la guardería no pueden ser localizados por ninguno de los miles de policías que hay en México. Y no se les encarcela porque nadie los está buscando. Las complicidades cultivadas a través de la corrupción favorecen hasta hoy a los responsables de estas masacres.
Todavía humeaban las ruinas del Casino Royale cuando el avión presidencial descendió con sus ilustres pasajeros. El dispositivo de seguridad ─como siempre─ era impresionante. El hombre que había desatado una guerra sin estrategia en todo el país, vestido de riguroso luto llegó al lugar del holocausto norteño, para colocar una "corona" de hojas, sin flores, sin maquillaje, sin palabras, sin explicaciones. ¿Realmente le importaban a ese hombre la vida de esas 52 personas? ¿Estaría consciente de que su guerra contra la delincuencia ha cobrado la vida de por lo menos de 50 mil mexicanos? El significado de esa "corona" es todavía un misterio. Pero cientos de periodistas fueron convocados para tomarle fotos al mandatario, teniendo como fondo el Casino Royale, tumba de medio centenar más de seres humanos. Y así como llegó, se fue, custodiado por miles de policías, soldados y marinos.
En México están por celebrarse el año entrante (2012) elecciones presidenciales. La tragedia en un casino, ha servido solamente para sacarle jugo político. Los tres niveles de gobierno, municipal, estatal y federal, se culpan de lo ocurrido. Si recorremos la película hacia atrás, los casinos de Fox y Calderón nunca debieron ser autorizados. Pero si usted cree que allí terminará la historia de una tragedia, debo comentarle que cientos de casinos siguen abiertos y miles de personas, principalmente mujeres, están en este mismo momento apretando botones enviciadas en el juego. Mienten quienes digan que es diversión, entretenimiento, pasatiempo. No lo son desde el momento en que millones de pesos salen de sus bolsos y van a enriquecer a un grupito de funcionarios coludidos con delincuentes. El maridaje es abierto y descarado. Los casinos son una muestra nada más del impulso que se ha dado en los dos últimos gobiernos panistas, a los negocios inmorales que destruyen al ser humano, desintegran la familias y propician la comisión de muchos delitos a ciencia y paciencia de los que han convertido al gobierno de México en un negocio jugoso, sin importar la sangre y el dolor de los mexicanos.
Nuestro más sentido pésame a la familia de la periodista María Elizabeth Macías Castro, jefa de redacción del Periódico Primera Hora, asesinada brutalmente en Nuevo Laredo y cuyo crimen al parecer intenta ocultar o minimizar el gobierno de Tamaulipas. Esperamos que dicho crimen no quede en la impunidad, como el del doctor Rodolfo Torre Cantú, hermano del actual gobernador del estado.
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