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930 17 Noviembre 2011

Pesadilla de otoño
Hugo L. del Río
 
M
onterrey.-
Nuestra gente escribe todos los días –con valor, generosidad, sencillez de humanos en amor— poesías épicas. Las fuerzas oscuras procuran prohibir su lectura, pero la epopeya y el poema no se pierden: se alojan en las montañas azules, hacen vivienda en el semidesierto, nadan en las aguas de los ríos que corren bajo nuestra tierra, nos dan sombra en las higueras y los álamos. Y cómo olvidar que suben a las nubes: dibujan para nosotros la sonrisa de una Luna traviesa y le dan cuerda al reloj que usa el Sol para mantener a los mundos en el orden que dispuso el Ser Supremo.

En Nuevo León los ojos de hombres y mujeres, niños y ancianos reflejan angustia, dolor: parecemos una legión de vencidos que vaga sin rumbo por un desierto de piedra. Pero ése es sólo un mal sueño: pesadilla de un otoño confundido con la canícula. Hacemos milagros. Vivir no es suficiente: aquí trascendemos.

Los violentos no nos arrebatan la esperanza ni se adueñan de nuestra vida. Vamos a ganar: tardaremos cien años, pero la victoria será nuestra. Tenemos el espíritu de los médicos que le gritaron a la Muerte: no, Marcela no es tuya. La señora Pedroza estuvo a la orilla del río de las tinieblas, pero el barquero se retiró en soledad. Qué ganas de cantar esa hazaña y grabar en oro los nombres de los cirujanos.

Y Jesús Mario Acosta nos hace el regalo de su coraje y su nobleza: no lo arredraron las llamas, la inminencia del estallido del globo de fuego: sin alarde, en el marco de esa modestia propia del valiente sacó de la hoguera y los metales retorcidos al rojo vivo a un desconocido, quien en su  ansia de vivirlo atinó a gritarle: “Sácame compadre, por favor, me estoy quemando”. Y a riesgo de morir abrasado salvó a quien ahora sin duda será para siempre su compadre. Ésa es nuestra gente: así eres tú, leyente.

La guerra será larga, cruel, como son todas las guerras: sucia, huérfana de piedad, ajena a la justicia. Ganaremos: ellos no son como nosotros. En el pantano fétido donde fingen vivir no hay amor ni amistad ni ese sentido de la responsabilidad social que llamamos solidaridad. Lo de ellos es la jungla habitada por hienas y aves carroñeros: lo nuestro es la vida en común.

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