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930 17 Noviembre 2011

Sentido común, el menos común
Nora Elsa Valdez

M
onterrey.-
La verdad es muy simple. Si alguien te tiene que explicar mucho y retorcer las cosas para convencerte de algo, es que quiere que creas que es azul, algo que tus ojos te dicen que es rojo; te está queriendo forzar a aceptar algo que tu sentido común y tu libre albedrío, que siempre te dicen la verdad, te está diciendo que es mentira.

Nuestro sentido común funciona muy bien, pero hay una campaña para  convencernos de que lo único confiable es la ciencia, lo científico. La ciencia es sólo una magnífica herramienta para encontrar la verdad cuando el ser humano tiene dudas sobre algo, o para descubrir algo nuevo que no conocía, pero es sólo una herramienta que ayuda a comprobar o descartar lo que el hombre cree, basado en su sentido común. La ciencia no cree nada ni sabe nada, es sólo una herramienta que ayuda al ser humano. Lo que llamamos ciencia acumulada en libros, es un resumen de lo que el hombre ha comprobado que es verdad o mentira, que empezó a investigar gracias a la curiosidad de su maravilloso Sentido Común, o intuición.

Ya se está descubriendo que así como el cerebro tiene muchas células nerviosas, o neuronas, curiosamente el corazón también las tiene. Creo que no tardarán en demostrar también que nuestras “tripas” también las tienen, aunque nos suene un poco loco. Pero hagamos un ejercicio de neuronas, donde quiera que las tengamos, y utilicemos nuestra herramienta cerebro para analizar los siguientes razonamientos, y para tratar de encontrar la verdad.

Cuando un niño tiene sólo pocos meses de edad, no ha almacenado nada aún en su cerebro, en su herramienta para razonar. Sin embargo sabe cosas con su sentido común. Su única herramienta de comunicación es el llanto. Pero sabe cuando tiene hambre o está incómodo y llora. También llora cuando no siente cerca a su mamá, o llora cuando siente que llega alguien desconocido. ¿Quién no ha escuchado el comentario de que su niño lloró porque llegó fulanito y “lo desconoció”?

Esto nos pone a pensar en que el niño desde que nace tiene activada una sensibilidad que lo conecta con el mundo exterior a él. Algunos investigadores afirman que esa sensibilidad se debe a un gigantesco radar de neuronas, cuyo centro está en el área del estómago del niño, que lo hace detectar todo lo que lo rodea y reaccionar a ello.

Quizá sea por eso que es muy común que escuchemos comentarios como: “se me retorcieron las tripas de coraje”, “es muy visceral”, “se me revolvió el estómago cuando lo vi”, “se me quitó el hambre de mortificación”, etcétera. ¿Será que el estómago también tiene neuronas y es el centro de la inteligencia de las emociones?

Y también escuchamos decir: “me duele el corazón de tanto quererla”, “se le rompió el corazón cuando lo dejó”, “te quiero con todo mi corazón”, “tengo una corazonada”, etcétera. ¿Será el corazón, del que ya se ha comprobado que tiene neuronas, el centro más elevado: el centro del amor?

Quizá todos estos lugares donde existen neuronas, juntos, integran nuestro “sentido común”. Y si es así, ¿por fin nos podremos dar cuenta de que este equipo de neuronas, en diversas partes de nosotros, sólo es “común” porque todos lo tenemos, pero que de “común”, que significa corriente, no tiene nada?

Lo anterior nos hace darnos cuenta una vez más de que somos una gigantesca, valiosa y complicada computadora, que el mismo hombre no ha podido replicar con toda su ciencia. Y que el resultado del funcionamiento de esa supercomputadora se llama sentido común.

Ya tenemos que empezar a escuchar a nuestro sentido común para descubrir todas las mentiras que nos han contado, bien retorcidas, que nos han hecho creer que es azul, lo que es rojo. Hay que empezar a escuchar a nuestros sentidos, a nuestras tripas y a nuestro corazón, para empezar a ser libres.

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