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Gerson Gómez
Le dicen La Flaca, La Chaparra. En el Flamingos ella se dedica a atender las mesas. Trae las cubetas con cerveza Indio bien heladas. Se sienta contigo a charlar de sus penas. A veces sólo escucha y bebe más rápido, como si llevara prisa en cada uno de sus tragos.
Baila el vallenato como nadie. Tiene muchas amigas. Duerme cuando puede. Si los clientes la buscan, en aquel cuarto a varios locales de su lugar de trabajo, ella está dispuesta para seguir la parranda.
La conocí una noche varia. Llevaba el suficiente alcohol en la sangre como para dejarla acercarse a mi mesa.
Comenzó a preguntar cómo me llamaba, mi trabajo, algunas cosas más. Yo jamás he despreciado la buena charla y el alcohol. Pedimos varias tandas y comimos algo para asentar el estómago.
Puestos de acuerdo nos fuimos a una habitación. Pague cien pesos y nos dieron un par de toallas y condones.
Ya en el interior sacó de su bolsa algo totalmente desconocido. En una lata de cerveza vacía hizo varios hoyos. Juntó ceniza de los cigarros.
De un empaque de aluminio sacó unas pequeñas piedras. Parecían perlas en manos de un cazador furtivo. Luego por la parte de abajo del bote comenzó a dar bocanadas profundas.
Me ofreció de su néctar. Ahí estoy con ella. Un espejo frente a nosotros. Aspirando y no dejando salir el humo. Luego nos besamos. Nuestras lenguas jugando con esta nueva maravilla.
Los dos tendidos en la cama, imaginando, tocando el uno al otro. La ropa pronto se evaporó de nuestros cuerpos. No sé cuántas veces lo hicimos. Sólo la interrupción necesaria, el descanso y volver a fumar.
Entramos en la regadera para volver a la realidad. El agua helada saliendo de un tubo. Nos vestimos suavemente. Volvimos al Flamingos a seguir con nuestra conversación.
El agujón de esa nueva experiencia ya está clavado en mi interior.
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