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CORREDORA
J. R. M. Ávila

Podrás ignorarme mientras recorres la pista de tierra sin dejarte vencer, pero no evitarás que te mire a fondo, porque aquí, frente a la pista, perteneces a todos y a nadie. Y no me distraerá ese perfume, ajeno a ti, que rebaja el aire mientras te respiro. Es una lástima que el viento venga hacia mí y no sea yo quien vaya hacia él. No sé de dónde provenga, pero supongo que ha de ser perfume de otra mujer. Es un escándalo en el aire, agujas que se ensañan con la nariz, la vuelven polvo y la ponen al borde del estornudo.

No son tuyas las piernas con que corres. Mías son mientras avanzas ante mí con aire de que no merezco verte. No importa. A tu pesar o sin él, te observo, uno, dos, tres, suspiras, uno, dos, tres, me inspiras, uno, dos, tres, expiro, uno, dos, tres, transpiras, uno, dos, tres, suspiro. Muy a tu pesar, tal vez ese olor te hiera más que mi mirada. Y aunque supongas que es obscena, no la apartaré de ti. Aunque vengan y reclamen: ¿Qué le ves? Es algo que a nadie le interesa, que a nadie le incumbe. Ni siquiera a ti.

Ahora trotas, tus pies apenas se apresuran y esbozan un trote lento, como si quisieran desperezarse. Doblas por la esquina del campo, del tiempo, de mis ojos. Es posible que la sangre se agolpe en tus sienes, el corazón se te vuelva bomba a punto de explotar, los pulmones se encajen en el abdomen y sientas un hambre repentina. Pero si eres tan dura con quien te mira y no volteas a verle ni por error, no permitirás que te vea flaquear. Porque en realidad, aunque me ignores, bien que me haces en el mundo y cuentas con que te admire.

No mereceré una mirada, mucho menos una sonrisa. Pero si lo logro, si por equivocación desvías tu mirada de la lejanía, la posas sobre mí, te sonríes conmigo, ¿de quién serás entonces? Si yo fuera quien está contigo, quienquiera que sea con quien estás, no dejaría que vinieras sola a caminar, trotar, correr. Aunque bien pudieras no tener pareja y por eso es que vienes sola. Pero también pudiera ser que vivieras con alguien que no puede o no quiere acompañarte o, de plano, que seas tú quien no desee compañía.

Ahora bajas un poco el ritmo. No te ves cansada ni agitada. Sudas de los hombros y del pecho y supongo que de las piernas también, aunque no lo note. Has dejado de trotar. Caminas a paso lento y largo, tratando de recuperar la respiración normal. Y de repente, sin que nadie lo sospeche, te detienes frente a mí y me preguntas la hora y te la doy y me miras a los ojos y sonríes al preguntar si yo no hago ejercicio. Contesto que no, que te vengo a ver. Y abres los ojos con desmesura. Y sonríes divertida, complacida, y ya no sé qué más decir. Pero no importa porque te presentas diciendo tu nombre y preguntas por el mío.

En este momento no quisiera estar, por nada del mundo, en lugar de otro. Porque te miro y me miras, te sonrío y me respondes con una sonrisa, te hablo y me hablas como si nos conociéramos desde otra vida.

Dime ahora quién eres y quién soy.

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