LA MUERTE DE DON ADRIÁN
J. R. M. Ávila
El día que murió, don Adrián llevaba más de un mes sin que lo tocara el agua. Su hija y su esposa pensaron que no sería necesario bañarlo pero ya para vestirlo no soportaron el olor. No podía ser la muerte. Habían asistido a muchos sepelios y jamás encontraron un olor semejante. La hija acercó la nariz a la piel colgante del difunto y tuvo que esforzarse para evitar el estornudo y el vómito.
No les preocupaba que estuviera muerto sino aquel olor impertinente, así que decidieron bañarlo. La hija lo soportó de las axilas, la viuda de los pies, y lo condujeron al reducido cuarto de baño. Después de ducharlo, la hija se encargó de enjabonarle cabeza y tórax, pero no fue más allá.
—Usted enjabónele sus partes —dijo—, a mí me da vergüenza.
La esposa lo lavó como lo haría con una piedra, indiferente ante la piel muerta que antes reaccionaba al menor roce. Abrieron de nuevo la regadera y lo enjuagaron. Nunca lo vieron tan blanco. Quizás el no recibir luz de sol durante tanto tiempo o la ausencia de sangre en su cuerpo lo hacían parecer así de pálido.
Lo secaron con cuidado, con temor de desprenderle la piel. Después lo colocaron sobre la cama. Ya no tenía el olor de náusea de un rato atrás. Sabían que pronto aparecería el olor verdadero de la muerte y no podían lavarlo por adentro. Pero eso ya no era cosa suya. Cuando lo vistieron, la hija tomó el teléfono y llamó uno tras otro a los parientes más cercanos. Habló como si diera la noticia de un muerto que no le pertenecía, como si se tratara de la muerte de un desconocido.
—¿También le hablo a Pablo?
—Yo digo que sí.
—Pero... —iba a decir: ¿Y si papá se enoja? Volteó y lo miró largo tiempo, como para convencerse de que él ya no podía opinar al respecto.
—Tú háblale. Ni modo que lo corra ahora que está así —dijo la madre, comprendiendo la duda.
La hija marcó el número del hermano. Le dio la noticia casi con alegría. Pareció decirle que viniera, que su papá ya lo había perdonado. Colgó y se sentó a esperarlo al lado de su madre.
Después de un rato, se puso de pie, encendió el televisor y volvió a sentarse para ver la novela de las seis.
jrmavila@yahoo.com.mx
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