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El Camalote: radiografía de los pueblos olvidados de Guerrero.

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Cuando uno compara lo que dicen y hacen los políticos  con lo que realmente sucede entre los pueblos de Guerrero, es cuando comprendemos el gran abismo que existe entre los que tienen una vida rebosante, con todos sus caprichos cumplidos y sin que le rindan cuentas a nadie, y los que se debaten entre el hambre, las enfermedades y la desesperanza.

Con solo poner un pie en cualquier comunidad indígena o campesina y  estar dentro de una vivienda humilde, nos damos cuenta cuán grande es la desigualdad  en nuestro estado. En medio de esta precariedad nos damos cuenta que habitan personas sencillas de corazón grande. En su microcosmos familiar prevalece el ambiente de hospitalidad,  amistad y la cultura del don. A pesar de las carencias que los atrapan en su soledad siempre nos encontramos con una mano que nos ofrece una tortilla o un refresco. A pesar de que son objeto de la discriminación, del desprecio y del engaño, las familias indígenas y campesinas no se arredran ni claudican, por el contrario, su amor por su tierra y sus hijos les da fuerzas para abrirse paso entre la maleza y los malosos.

La comunidad Me’ Phaa de El Camalote, municipio de Ayutla de los Libres es el espejo donde se proyecta con toda su crudeza  la tragedia que enfrentan cotidianamente los pueblos de Guerrero. En estos lugares los caminos son pésimos y en temporada de lluvias se vuelven intransitables. A la gente la han acostumbrado a transportarse de manera indigna; en camionetas de redilas, soportando todas las inclemencias del tiempo, como el polvo, la lluvia, el sol, el frio. Los tumbos de la camioneta se sienten más duros con el trato racista de las mafias de los transportistas y sus secuaces.

La desolación parece aprisionar a propios y extraños: la entrada a las comunidades nos transmite una sensación de que el tiempo se detiene y se vuelve pesado. Los caseríos parecen estar abandonados. El terregal nos indica la escases del agua y las barrancas hechas calles nos muestra a primera vista el grado la crueldad y  abandono de las autoridades. Los niños que nacieron en el piso de tierra siguen gateando y jugando en el lodo. Aprenden a caminar por los cerros con sus pies descalzos y se rigen por la dieta de la tortilla con sal y  chilmole. Aprenden con sus hermanos mayores la habilidad para cortar leña. Su diversión en este trayecto es zambullirse en las escasas pozas que hay en el río y subirse a los árboles para saborear una fruta.

Las niñas regularmente cargan y cuidan a los hermanos pequeños, acarrean el agua y les ayudan a sus mamás al trabajo domestico. En su infancia no hay muñecas, ni pastel de cumpleaños. Hay trabajo, golpes, lágrimas y miseria.

Por su parte, los políticos y funcionarios que viven rodeados de bienes suntuosos y que tienen a su servicio un séquito de personas encargadas de rendirles pleitesía, son los dictadorzuelos del pueblo,  los que acostumbran someter por la fuerza a los rebeldes. Ese es su mundo real, donde ellos son el centro de atención. Con sus órdenes sienten que las cosas se hacen y con sus actos públicos se perciben como los elegidos del pueblo que están tocados por una gracia sobrenatural, porque lo palpan en las fotos pagadas en los medios donde irradian bonachonería. Aparecen inaugurando obras, dando banderazos, entregando apoyos. También muestran su condescendencia con el pueblo al portar un sombrero, al apadrinar jaripeos, al tomar alguna bebida, al comer en la fiesta patronal y al bailar con la gente sencilla,. Son los estereotipos del político que va para grande, por eso  muchos políticos que están en la fila de espera, desean con mucho fervor que pronto les toque su turno. La frivolidad es lo que más llena a los políticos, es la que mejor alimenta su ego pues es  el termómetro que mide su popularidad y su grado de realización personal.

Los políticos comprenden que los palacios son para que los habiten ellos, para que los disfruten y desde sus balcones guíen al pueblo y evoquen la lucha de los héroes, para mostrar sus dotes discursivas  y  su intrepidez. Desde esos espacios de la burocracia, los políticos se informan de los problemas de la gente y desde ahí dictan sus órdenes, para dar a cuenta gotas los recursos públicos que le permitan tener el control  de la población.

En El Camalote como en todos los pueblos, los partidos políticos, en su afán de ganar adeptos y contar con clientelas cautivas han provocado la división comunitaria. Poco les ha importado fracturar el núcleo político que dinamiza la vida de estos pueblos, como son sus asambleas. El poder de la gente quedó supeditado al poder de los líderes políticos. Lo que hoy se puede interpretar como pluralismo político, para las comunidades indígenas es un sectarismo y un  separatismo comunitario que alimenta la animadversión y la rivalidad llevada al extremo. Esto ha traído como consecuencia un desgaste muy profundo al interior de la vida comunitaria. Los pueblos han perdido su capacidad para tomar decisiones y tener el control de sus vidas y de sus recursos naturales. Ahora en estas comunidades, son los políticos los que deciden por el pueblo, los que a su capricho designan a las autoridades, los que determinan qué obras se van a construir y qué compañía va a ejercer los recursos públicos. En las escuelas son los maestros los que imponen el modelo educativo que deben de acatar pasivamente los niños. Tienen  aún una concepción colonialista de imponer la cultura dominante para continuar con el sometimiento secular. Los maestros también son un factor de división cuando asumen posturas partidistas e intolerantes para disputar las parcelas de poder de la escuela y de la misma  comunidad. Si al interior de esta institución existen dos expresiones político-sindicales, las consecuencias las tendrán que pagar los padres de familia y los niños.

Si las comunidades, como El Camalote tienen el privilegio de contar con una casa de salud y un medico, los habitantes deben de someterse al horario y al temperamento de estos servidores públicos. Las carencias de equipo y de medicinas es un asunto trillado para las autoridades de salud que no les interesa resolver, porque dejaría de ser un negocio este sector. Para ellos basta que esté un medico en la comunidad y que les dé  una receta sin medicamentos.  La calidad del servicio es lo que menos cuenta, porque son caros y no se pueden contabilizar. En cambio, las estadísticas sí, como el número de consultas, que arroja cuentas alegres para los informe oficiales. En estos espacios de la salud pública no solo se constata el abandono y la desatención al ver el deterioro de las instalaciones, sino que la población tiene que resignarse a sufrir los maltratos y ofensas de las enfermeras y los médicos. Las mujeres indígenas ante la necesidad de ser beneficiarias del programa Oportunidades se ven obligadas a cumplir con los dictados del personal médico que se obstinan en imponerles métodos de control natal, sin que les afecte en la más mínimo los problemas de desnutrición que las mujeres  traen consigo desde su infancia.

En El Camalote y en la mayoría de las comunidades no hay agua potable. Son obras caras que no son de relumbrón y que no generan dividendos políticos inmediatos. Por eso los presidentes municipales siempre prefieren pavimentar calles aunque no haya drenaje, de construir techados para los bailes, o hacer  corrales de toros para que la gente se divierta. El agua, la producción de alimentos, el abasto de medicinas, la asignación de más maestros en las escuelas, el mejoramiento de la vivienda, la creación de empleos, son demandas que las autoridades siempre evaden y postergan, porque esto requiere no solo mayores recursos económicos sino un verdadero compromisos con los pueblos de velar por sus derechos fundamentales.

El presupuesto público que ahora llega directamente a los municipios, para la clase política representa una expresión más del proceso de democratización que se vive en el país, se habla de la descentralización administrativa y de un verdadero federalismo. La realidad es otra, en México y en nuestro estado, los cacicazgos políticos siguen siendo un poder real que  controla a las instituciones, las mafias están enquistadas en todas las esferas del poder público;  los compadrazgos, el influyentismo, los recomendados y los intocables son parte medular de un sistema político que nada tiene que ver con la democracia. Por estos poderes fácticos los políticos se sienten seguros, porque saben que nadie los puede llamar a cuentas. Lo peor de este sistema es que la corrupción viene a ser la sangre contaminada que daña  los órganos vitales de los pueblos y reproduce, desde la medula del sistema a entes políticos que son los principales causantes del empobrecimiento y la devastación de los pueblos indígenas y campesinos.

Los ciudadanos hemos visto con azoro e indignación cómo las autoridades de todos los partidos políticos  han caído en el fango de la corrupción y trabajan para amasar su propia fortuna, desquiciando a las instituciones y defraudando la confianza de la gente. Los pueblos no ven llegar la hora del cambio para salir de este pantano, por el contrario, los políticos se encargan de ahogarlos en la miseria, de seguir acrecentando el odio y la división entre las comunidades, de que impere la impunidad y la corrupción, de que nunca lleguen los apoyos ni se construyan obras de calidad, de que todo siga como en El Camalote, donde la gente sufre por los malos caminos, la falta de alimentos y  de médicos, enfrenta la discriminación de los maestros, es víctima de las amenazas del grupo caciquil y de la fabricación de delitos, en medio de su pobreza enfrentan al ejército que les hace la guerra para negarles el derecho a vivir con dignidad. Todos los pueblos viven de algún modo la tragedia de El Camalote.                         

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