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1179 31 Octubre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Blanco y negro
Gerson Gómez

Monterrey.- Entonces, en realidad, cuántos años tienes, me pregunto la hermosa chica universitaria, de ojos grises como cemento en saco de 45 kilogramos.

En otras circunstancias, y con mayor cantidad de tragos encima, le habría mandado a volar.

Pero justamente, con el paso de los años, la prudencia y la tranquilidadse imponen para sortear toda clase de improperios.

40 con 12 meses, más seis más, casi cuarenta y dos. En una maravillosa multiplicación matemática. Ella la resolvió con un ah, tienes 41 y medio.

Eres tragaños: te ves más joven, como de veintiuno. Deberías pasar la receta. Supongo mucho ejercicio en el gimnasio, sin desvelarte, cremas faciales y una lipo. ¿No te han entrado dudas de la sexualidad? A la fiesta ha venido buscando pareja heterosexual. Supongo eres soltero; como sabrás, yo no intimo con nadie casado.

Le sonreí.

No nena. Sigo casadero. El tren no se me ha ido, mis preferencias en la cama no son cuestionadas. Ni mi capacidad amatoria. Por el momento hormonal, sigo sin requerir de alguna forma científica para alimentar el lívido.

Esa mañana, en mi trabajo como fotógrafo de sociales, durante la jornada laboral, en la mesa de asignación, me pidieron un bomberazo.

Quien se dedica a cubrir los aspectos científicos tiene varicela. Sí, a los cincuenta años con varicela. Nos ha resultado inverosímil la receta médica depositada en el área de recursos humanos.

Fui a cubrir al consultorio medico del más reconocido genetista de la ciudad. Llegué media hora antes de la cita pactada. Odio el tránsito de la ciudad, como una especie de sangre obesa, saturada de carros, nada eficiente para llevar o dejar pasar a los conductores.

El sitio en cuestión se ubica en la parte alta de la colonia Obispado. Esa zona encerrada entre dos de las avenidas con mayor flujo de Monterrey: Gonzalitos y Constitución.

Acomodé el auto en un parque extraviado, sin caminantes y con los árboles pelones. Las bancas desérticas a no ser por trabajadoras domésticas.

Por el interfono me identifiqué con la credencial del periódico. Se abrió el portón. Adelante por favor, se presentó la voz metálica femenina, el doctor le atenderá en algunos minutos.

Me deslicé en el estrecho pasadizo con fotografías de un ilustre personaje siempre de espaldas, rodeado por las personalidades más importantes no de la ciudad o del país, sino del mundo.

En todas ellas aparece de espalda, al lado de Lady Gaga, Kate Perry, Nelson Mandela, Bono, Elton John, Madona y George Bush.

Todos elegantes, sonriendo a la cámara. Abrazados a una espalda.
¿Le ofrezco agua o té?, me dijo la escultural asistente. Soy su hija, contestó, la mayor. Debo mencionar, hasta ese momento, en lo profesional, siempre he logrado no distraerme, pero no pude evitar dedicarle una mirada a lo ajustado de su traje sastre: sus fabulosas nalgas y busto, también la perfección del rostro: lo azul de sus ojos y lo delicado de su nariz. Carajo, pensé, parece actriz porno de los setenta.

Agua sola, le solicité. Y el número de tu teléfono, pensó mi otro yo.
Tome asiento, me señaló un cómodo modelo de sillón estilo Lorenzo Parachoques.

Me trajo una botella de plástico con agua: de la llave dice la etiqueta. Agua de la llave. Bueno. Aire del viento, deberíamos embotellar para los nostálgicos. Aire encapsulado de la Bernardo Reyes y Mitras Centro, con aroma a flatulencia industrial de Celulosa y Derivados. Inolvidables. Se me revolvió el estómago con el recuerdo. Monterrey debería obviar esa materia.

El doctor te recibirá en unos minutos, me dijo su hija, sin aflojar un centímetro la tensión. Debe ser la influencia semanal de la luna, pensó mi otro yo. Tienes razón, dijo el yo presente.

Apareció el doctor, siempre de espaldas, en penumbra, detrás de una cortina plástica de hospital.
Bien joven, usted ha venido a presenciar y ser parte del acontecimiento científico del siglo. Tendrá la oportunidad de ser parte de la historia.

La mujer desea aparentar siempre menor edad, mientras los varones las perseguimos. Mi invento en estudio no patentado revolucionará todas las mentes y cuerpos.

Ya en ese momento comenzaba a aburrirme. Otra píldora para placer sexual o de terapia de sexo tántrico. Y no terminaba de recibir mensajes en el celular de la mesa de asignación.

Ante usted encontrará la maravilla mayor de la ciencia.

En ese preciso momento, apareció de nuevo su hija, vestida sólo en bañador blanco de una sola pieza, unida por una cadena al centro, seguida por otra hija idéntica, con el mismo atuendo, sólo en negro.

Ah, cabrón, son gemelas. Y están bien buenas, replicó mi otro yo. Ahora observas el futuro en el presente. Comencé a sufrir de una incómoda erección de medio día.

Ella es Elisa, mi hija mayor. He descubierto la fuente de la eterna juventud. Ella tiene cincuenta años.

Este viejo me esta cabuleando, pensé, mientras mi otro yo, decía: te quieren ver la cara de pendejo y ya están jorobando en el periódico.

El descubrimiento es un artefacto que te divide en dos. El positivo y el negativo. Por años iguales. Ambas Elisas tienen 25 años.

Ya para ese momento, mis conductos seminales a punto de estallar.

Pero la ciencia necesita de gente comprometida: me ofreció el tratamiento, es decir, pasar al armatoste, ahora, mientras estoy entrando en la madurez, para hacer la separación de años. Claro, sin costo alguno.

Pasé al privado. Me desnudé colocando la ropa en un rincón mientras me mojaba con agua fría, para disminuir la erección.
Con la bata blanca abierta de atrás, Elisa de negro, me dijo: lindo trasero, como para darte unas mordidas, mientras la Elisa de blanco, la hacia a un lado.

Me coloqué dentro; me recordaba la máquina tele transportadora de la película La Mosca. Todo sea por la ciencia y el progreso científico.

Cerraron la puerta. Mis pálidas nalgas temblando en la silla de metal. Ojaló no salga una flatulencia.

Traté de no pensar; despreocúpate, dijo mi otro yo; total, más se llevaron tus ex en cada una de sus despedidas.

Entonces, ¿eres el positivo o negativo, con el blanco o el negro?, me dijo la hermosa chica universitaria de ojos grises.

Eso debes averiguarlo, contesté desafiante.

Juega: me tomó de la mano. Por cierto, me llamo Elisa, Elisa Blanco.

Mi otro yo seguía bobeando.

Abandonamos la reunión, abriéndonos paso entre la multitud. La neblina densa, manto espiritual de la ciudad.

 

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