Poder de la percepción
Samuel Schmidt
Ciudad Juárez.- La guerra sucia en las elecciones, se basa en el principio de introducir una mentira que se convierte en duda razonable en la percepción social como si fuera verdadera. La fortaleza de la mentira es que la premisa puede tener algo de verdadera.
Los judeófobos culpan a los judíos de haber creado epidemias ahí donde no había habido judíos en décadas y a veces en siglos, pero la epidemia era evidencia de que había pasado algo malo y tenían que ser los judíos.
Comparar a López Obrador con Chávez es falso porque son incomparables, uno era un general golpista y socialista, el otro es social demócrata y llegó al poder por elecciones. Pero la idea penetró en el imaginario social y muchos le temen a AMLO sin saber ni de qué se trata; la consigna del “peligro para México” llegó para quedarse, aunque los creadores del slogan, han sido más peligrosos para México que el etiquetado.
Es falso sostener que Hillary no es confiable porque “dejó matar” a los defensores de la embajada en Bengasi y puso en peligro la seguridad del planeta en el manejo de correos electrónicos; pero la mentira, repetida una y mil veces (remember Goebbels), penetra en la mente de los creyentes reforzando sus odios, y termina impactando a los escépticos, al grado que dicen, ¿qué tal si es cierto?
Tomando un café con mi padre y algunos comerciantes en el centro de la Ciudad de México, algunos se empezaron a quejar por la inminente devaluación del peso. Se habían enterado, porque a uno le había dicho el amigo de un primo del compadre de un conocido de un funcionario de Hacienda. El rumor era creíble, porque la gente percibía que el gobierno devaluaba la moneda para joder al ciudadano. Por supuesto que la plática se movió hacia los políticos que son unos ladrones. Yo que era un imprudente estudiante de Ciencias Políticas y creía saber todo, les pregunté si pagaban impuestos; pusieron cara de sorpresa y molestia por mi atrevimiento; me imagino que mi papá se debió haber ido al baño para no sufrir la vergüenza por un hijo atrevido e insensato; aclaré que no trabajaba en Hacienda. Y para asegurar que no me volvieran a invitar a esa mesa, les dije: si no pagan impuestos, de alguna manera están robando a la hacienda pública, ¿en qué se diferencian de los políticos? La percepción es que no pagar impuestos es una prerrogativa ciudadana, mientras que los políticos no deberían robar, aunque lo hacen. Por eso la derechista COPARMEX reclama ese derecho de no pagar impuestos cobijados en el pretexto del enfrentamiento a una protesta social, piden sangre y ganancia.
Dejo de lado la tolerancia social a la corrupción y el argumento de algunos, de que hay políticos que se pasan, o sea que roban de más. Todavía no he encontrado cuál es el límite aceptable de robo por los políticos, aunque podría legitimarse porque ya se habla de cleptocracia, que es electa. Diputados que exigen moches, gobernadores que roban agua (o lo que puedan), funcionarios que ordeñan a PEMEX, CFE, o cualquier empresa paraestatal donde se mueve dinero y contratos.
La práctica de etiquetar es componente básico de la percepción. Ha motivado a una parte creciente de la sociedad para que etiquete a los demás, como un ejercicio de separación y distanciamiento. Me sucede con frecuencia que en Facebook me etiqueten (los estadounidenses) como liberal, algunos le ponen muchos adjetivos que me da pereza repetir. No hay manera de educarlos para que lean qué es el liberalismo, y que entiendan que no soy liberal; a varios les dije que soy ácrata, y la discusión terminó porque tenían pereza para buscar el término en el diccionario; bueno, aunque sea en google.
La etiquetación es suficiente para introducir en la percepción de los demás, en qué terreno del debate deben estar “los otros”. Y cuánto mejor, si la etiqueta señala hacia algo que se debe odiar.
Cuando alguien califica como “naco” o “white trash” a los que repudia porque no coinciden con sus ideas o su clase social; cree distanciar con “justicia” a los que piensan de otra manera. Por supuesto, que no aceptan ser discriminadores ni racistas, al despreciar y discriminar se sienten los adalides de la democracia y la corrección, y su desprecio social supone ser un llamado de atención de la corrección democrática.
Paradójico que la discriminación se vista de democracia, igual que la violencia del Estado.
De esa manera, el lenguaje funciona como distanciador social, pero también como instrumento para replicar los odios sociales y esto se traslada a todas las áreas de la vida cultural, social y política.