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HEMEROTECA

La Quincena No. 48
Octubre de 2007
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Director:
Luis Lauro Garza

Subdirector:
Mario Valencia

Mesa de Redaccion:
Tania Acedo, Luis Valdez

Asesor de la Direccion:
Gilberto Trejo

Relaciones Institucionales:
Abraham Nuncio

Coordinador de Cultura:
Adolfo Torres

Comunicación e Imagen:
Irgla Guzmán

Asesor Legal:
Luis Frías Teneyuque

Diseño:
Rogelio Ojeda

Fotografía:
Erick Estrada y Rogelio Ojeda

Ilustraciones
:
Chava

Distribución:
Carlos Ramírez

Internet:

LA BENDITA PALABRA

Hay quien piensa que la mujer suele buscar en el hombre que la ha de acompañar por los caminos, la imagen sublimada del padre. Desde luego que esta suposición de la mística popular se ha de referir a aquellas agraciadas que tuvieron la dicha de convivir con un buen padre. Un hombre tierno y amable que les haya curado las heridas infantiles y les haya brindado seguridad emocional guardándolas con dulzura y cariño entre sus brazos protectores.

Para quienes, como yo, al haber quedado huérfanas muy temprano, no tuvimos muchos puntos de referencia paternales, salvo algún tío o un padrastro insensibles y autoritarios; nos pasó con frecuencia que nos equivocamos al escoger pareja. Después de un matrimonio sin futuro, no me quedó más que afinar muy bien el radar que detecta los buenos sentimientos y esperar a que la vida me sonriera de nuevo.

La primera vez que salí con José me preguntó por mi niña. En esa primavera de principios de los ochentas, yo estaba divorciada y Jessie tenía cuatro años de edad. Me sorprendió en forma agradable su interés por la niña y le mostré una foto. Me dijo que le gustaría que saliéramos los tres a comer. Yo estaba encantada, no todos los días me encontraba con un hombre soltero de 32 años, de mi misma edad, que en sus proyectos al acercarse a mí, estuviera incluida mi hija.

A José, lo conocía de vista. Nos habíamos encontrado en muchas ocasiones en las asambleas sindicales universitarias. La primera vez que hablé con él fue en una visita que, junto a un grupo de compañeros maestros, hizo a la Facultad de Ciencias Políticas en que yo trabajaba. Por defender a los estudiantes que luchaban en contra del aumento de cuotas, en esos días, acababa de ser despedido de su planta de maestro de Física en la Facultad de Agronomía de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

José es un hombre de rasgos indígenas que a mí, por una inclinación especial que siento hacia tipos étnicos de tez oscura como Zapata, me parece de lo más atractivo. Esta apreciación estética mía no era compartida por mis amigas, ni mi familia. Argentina me dijo que definitivamente él y yo no hacíamos pareja. A su juicio, José no tenía clase, ni la menor idea de lo que significaba el buen vestir.

Mi hermana lo encontró francamente ridículo por unas botas con punta de mandarín que en ese tiempo usaba, y me dijo: “manita, hazte un favor, búscale por otro lado”. Mamá, que desde que me divorcié pensaba que si me volvía a casar, debía hacerlo con un hombre mayor, con la vida resuelta, lo encontró muy joven y cuando supo que José estaba sin trabajo me declaró que tenía una vocación irremediable hacia el fracaso.

Coincidencialmente, la primera vez que salí con José a un restaurante por Mitras Centro, frente a la antigua rotonda Simón Bolívar, nos encontramos a mi ex marido con su nueva esposa. El domingo siguiente, al regresar Jessie de su visita de fin de semana con su padre biológico, me dijo que éste le había comentado lo bajo que su mamá había caído, pues ahora traía de pareja a un trailero.

Han pasado 24 años desde que José y yo tuvimos nuestra primera cita. Las cíclicas crisis económicas de nuestro país nos arrojaron a los Estados Unidos en donde, a gritos y sombrerazos, trabajando en los más disímbolos empleos, logramos realizar estudios de postgrado en la Universidad de Texas en Austin. José terminó dos maestrías, una en Ingeniería Nuclear, en un programa conjunto con la UANL; otra en Ciencias Computacionales, y un Doctorado en Física de Altas Energías.

Al año de casados, José adoptó legalmente a Jessie, quien ahora tiene 30 años. Jessie trabaja como maestra en el distrito escolar de Austin y fue acompañada al altar por José el día de su boda. En este año nos ha hecho abuelos por segunda vez con otro varoncito. José y yo tuvimos otros dos hijos: Amory, quien tiene 22 años, y Rogelio Maxim, de 19.

Desde hace tres años nos mudamos a McAllen, donde José obtuvo una posición como profesor en la Universidad de Texas. Reconocido autor de artículos científicos, en California trabajó como investigador principal en una importante compañía de nuevas tecnologías y el año pasado recibió un reconocimiento por una patente de un programa computacional que se usa cada vez que un transbordador visita la estación espacial y que desarrolló mientras trabajó en el Image Science and Analysis Group, de NASA, grupo que configura los planes para la Estación Espacial Internacional.

Después de todas las reservas y malos augurios de la familia y las amigas, me felicito por haber seguido a mi corazón. El amor, respeto y admiración que sentía por José ha crecido en las últimas dos décadas y ha dado hermosos frutos, no pude haber encontrado mejor padre para mis hijos.

Hemos formado una hermosa familia que es todo nuestro orgullo. Estos años, en que José y yo hemos explorado juntos los caminos, como amigos y como amantes, han sido los mejores de nuestras vidas.Q

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