Unos diligentes funcionarios me atendieron y me mostraron varias carpetas con fotos y descripciones de ladrones habituales de la zona. No estaba, por supuesto, “La Beba”. Yo me preguntaba cómo era posible que tuvieran las fichas en carpetas de hojas de triple perforación, de quita y pon. ¿Quién garantiza que no sacaran la hoja de alguno de los ladrones fichados?
A los pocos días, uno de los muchachos que merodeaban por el abandonado edificio de la Cruz de Calatrava se acercó a la oficina y ofreció regresar, a cambio de 5 mil pesos, una de las cámaras, que cuando se compró había costado 12 mil dólares. Aceptamos. Nunca más volvió. Hasta la fecha, no volvimos a tener noticias ni de la famosa “Beba”, ni de ningún supuesto ladrón de oficinas.
De ahí a poco, dejamos la oficina sola una hora, de las 12 del día a la una de la tarde, para ir a realizar unos trámites. En la calle, frente a la oficina, se quedó el automóvil Nissan de José Luis. Cuando regresamos, poco después de la una, el Nissan ya no estaba.
José Luis se dirigió a poner la denuncia en la Policía Ministerial. Un desganado agente le tomó la declaración y le dio pocas esperanzas de recuperar el vehículo.
Unos diez días después, José Luis se encontró el cascarón de un Nissan, sin llantas, sin vestiduras, sin radio y mal pintado de blanco. Su auto era color vino. Abandonado frente a la plaza de la colonia Pio X, daba un aspecto extraño. Al examinarlo de cerca, comprobó que era su auto. Una vecina le dijo que era frecuente que los ladrones dejaran ahí autos desmantelados, los cuales luego desaparecían de ahí.
Con la ayuda de unos amigos, José Luis se las ingenió para remolcar su auto hasta su casa, en la parte alta de Tierra y Libertad, en las faldas del Topo Chico, en una calle en donde solo entran los que ahí viven, pues va a morir al cerro.
Y en la madrugada, ¡milagro! La policía encontró el auto robado. A las dos de la mañana, un patrullero de la policía estatal fue a tocar su puerta, para preguntar por qué razón estaba ahí un auto robado. José Luis le informó que era su auto y para más señas, le mostró la copia del acta de denuncia. El policía no entendió razones: mandó llamar una grúa para que remolcara el desmantelado vehículo hasta el corralón, donde quedaría a disposición de la autoridad.
Hasta el día de hoy, no se explica cómo es que a las 2 de la mañana, la policía estatal ubicó como robado un auto sin llantas, sin placas, pintado de otro color, que había desaparecido en el otro extremo de la ciudad.
Al día siguiente, sábado, José Luis se presentó ante la Policía Ministerial a reclamar su auto. Dos desaliñados agentes de guardia, molestos ante la interrupción de su holganza, le dijeron que no había quien firmara y que volviera el lunes. Eso sí, le dijeron, tendría que demostrar la propiedad del auto, pagar el servicio de grúa y el tiempo de almacenaje en el corralón.
Tras la eficaz intervención de un consejero ciudadano de seguridad, Aldo Fasci ordenó la liberación del vehículo. El domingo por la mañana, dos amables agentes de guardia de la Policía Ministerial se las ingeniaron para que la papelería quedara en orden y José Luis pudiera sacar del corralón su auto y buscara, por segunda vez, la manera de llevarlo a casa para luego venderlo como chatarra.
Los de la Ministerial aseguraron que al día siguiente, un equipo especializado se presentaría en casa de José Luis para tomar huellas digitales. Al parecer, no se les ocurrió hacerlo mientras el carro estaba en el corralón. De todos modos, fue hasta una semana después cuando el famoso equipo especializado, que se identificó como Grupo Halcón, llegó a buscar las huellas digitales. Para entonces, lo que quedaba del carro robado ya había sido vendido en calidad de hierro viejo.
La policía, que tan diligentemente encontró el auto cuando su dueño ya lo había encontrado por sí mismo, no ha encontrado hasta la fecha a los ladrones.
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