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cabrones porque si no, no te los ibas a quitar de encima durante toda la vida.
Ahora, en cuanto a qué tiene Monterrey, no lo sé, porque la vida social y cultural en la ciudad de México es fascinante. Yo disfruto cada vez que voy al DF, porque afortunadamente nunca me ha pasado nada, y siempre he disfrutado mis visitas enormemente, igual en Guadalajara. Pero el aire de esta ciudad quizá, no sé, aquello que iniciamos hace casi treinta años de la vida bohemia en la ciudad, con el Rincón de Albertico, el Mesón del Gallo, el Sapo Cancionero, aquellas primeras peñas que le dieron otro ambiente a la ciudad, que los jóvenes de aquellos años estábamos buscando y que no existía y que lo empezamos a crear.
- (LLG) ¿Comenzaba a echar raíces una nueva generación?
- (JDB) Yo creo que comenzó la gran transformación de esta ciudad.
- (LLG)  Alfonso, tú que viviste fuera, ¿percibiste esta diferencia no sólo de la oferta cultural, intelectual, en el DF, sino también una serie de limitaciones propias de Monterrey, es decir, la opresión de la burguesía, de las clases empresariales?
- (AT) En el caso de mi familia ocurrió algo semejante a lo que cuenta Ximena. Mis padres llegaron a Monterrey en 1953. Yo acababa de cumplir tres años. Vivíamos en Las Mitras cuando la avenida Ruiz Cortines no estaba pavimentada, y Simón Bolívar a partir de ese punto hacia el norte, hasta el penal y más allá, parecía una ruta de pruebas para vehículos todo terreno, ésos hoy tan populares y que por cierto en aquel tiempo no existían.
A mis padres les gustó mucho Monterrey. Mi madre era de Baja California y mi padre del Distrito Federal. Mi papá era piloto aviador. Durante 14 años fue piloto para las farmacias Benavides. Y cuando los pilotos se reunían sucedía algo que me parecía chistoso. La cerveza que se tomaba en casa era la Superior. Pero cuando llegaban los pilotos de la cervecería a la carne asada, traían sus cartones de Carta Blanca porque no podían tomar la marca de otra compañía. Y en casa esto era muy comentado, porque nos parecía muy dominante, impositiva, la presión que ejercía la cervecería con sus empleados.
- (LLG) ¿Y ya no, verdad?... (risas)
- (AT) Bueno, hay matices... Por otro lado, luego algunos amigos nos invitaban los domingos a la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa, y nos llamaban mucho la atención las instalaciones que disfrutaban y disfrutan todavía ahí; o, como en el caso del trabajo de mi papá, ellos contaban con ciertos planes de asistencia social como las despensas y otras prestaciones que se manejaban muy satisfactoriamente, incluso más allá de las disposiciones establecidas por la ley del Trabajo. Eso por un lado.
Lo de la oferta educativa, ya en ese tiempo el Franco, el Instituto Regiomontano, desde luego el Tecnológico, e incluso la propia Universidad, ya empezaban a destacar como centros con muy buen nivel, muy por encima de lo que se ofrecía en los alrededores. Pero yo recuerdo que no había dónde divertirse. Había pocas alternativas de entretenimiento. Y lo que me hace reflexionar es cómo pasamos de aquella sociedad austera, mesurada, sencilla, en donde la gente salía por las tardes a recoger el día –me encantó la expresión-, a esta sociedad que vivimos ahora, que es mucho más presuntuosa, ostentosa. ¿Cómo hemos cambiado esa mentalidad en apenas treinta años?

Entonces hay claroscuros, que puede parecer unacontinua

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