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ODIO, MIEDO Y VIOLENCIA

Claudio Tapia (I)

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Sor Juana

  • En 2006 falló la legalidad, la equidad y la certeza
  • Surgió algo nuevo: un sector que se niega a convalidar el desaseo electoral
  • El gobierno de la república no ha sido un buen privatizador


La secuela del 2006
El tránsito de nuestra incipiente democracia hacia la normalidad, se atascó. Como ya parece ser una constante en nuestra historia, los mexicanos, una vez más, quedamos seriamente confrontados. Aún reducida a lo formal, la democracia no sólo no llegó sino que nos dividió. El gobierno de la República, sus instituciones y su clase gobernante, todos, resultaron incapaces de garantizar una contienda electoral que cumpliera con los principios constitucionales de legalidad, equidad y certeza, lo que arrojó como resultado que un gran número de compatriotas, millones, hoy se sientan robados en la intención de su mandato, haiga sido como haiga sido. Una buena parte de nuestra sociedad, decepcionada, siente que además se cerró el camino al modelo alternativo de nación para que todos los habitantes del país pudieran accederse al ingreso, a la salud, a la educación, a la cultura, al trabajo, en suma: a la ansiada democratización de la vida social. Les robaron la esperanza.

Independientemente de que se hubiera podido avanzar hacia la obtención del cambio ofrecido, las permanentes aspiraciones de libertad, democracia y justicia social no fueron nuevas. Tampoco lo fue el distanciamiento de las instituciones públicas de buena parte de los ciudadanos que se encuentran excluidos de los proyectos de superación para el que supuestamente fueron creadas. El agotamiento y obsolescencia de casi todas ellas, no obstante los intentos mediáticos de sacralización, se agravó por la ineptitud, ignorancia y corrupción de los funcionarios que las integran y que actúan, casi siempre, en contra de la cada vez más desesperadas y decepcionadas clases populares. Al seguir todo igual, porque se optó por privilegiar la aparente estabilidad sobre el peligro que les significa el cambio, surgió no obstante, algo nuevo: un amplio y decidido sector de la sociedad que ahora se niega a aceptar los actos consumados de un desaseado proceso electoral que en el pasado perdonó. ¡Ya no!

La realidad esta ahí, a la vista del que no se quiera engañar. Aunque se insista en repetir el error de Salinas: haciendo como que ni los veo ni los oigo, los que perdieron la esperanza, los excluidos, agraviados además por la descalificación de ser considerados manipulables, acarreados, están presentes, existen activos en un movimiento social cada vez más organizado, que viene ensayando desde el desafuero, respondiendo, por las razones que se quiera, a la convocatoria de un liderazgo en el que creen y que no tiene el presidente de la república, ni los partidos, ni algún gobernador, diputado o senador. Confían en su líder y comparten su propuesta, con la misma convicción que tienen los que suponen que el camino es continuar con el modelo neoliberal que esta vez funcionará. Ahí están ambos, convencidos, confrontados. No sirve de nada, a nadie, negar que el país esta dividido. ¿Por qué suponer que sólo uno de esos grupos tiene la razón y negar al otro el derecho a creer en algo distinto, a disentir y a existir? Es muy simple suponer que sus agravios son injustificados y que no tienen por qué protestar y resistir y que toda la culpa la tiene un puñado de resentidos que los manipula. La descalificación y negación de los millones de marginados los polariza más poniendo en riesgo nuestra frágil paz social. Ojalá entendamos a tiempo que el odio y el encono sembrados irresponsablemente, para que no nos atrevamos a demandar legitimidad; para que nos dé más miedo combatir los privilegios que sufrirlos; para que nos asuste más intentar frenar la corrupción que el devastador efecto que produce; y para que no nos atrevamos a decidir nuestro destino común y el buen uso de nuestro patrimonio compartido, genera crispación y nos pone al borde del estallido de la violencia que crecerá más si suponemos, erróneamente, que la culpa la tienen los que acaudillan el masivo grupo social cuya existencia se excluye o se niega.

La disputa por el petróleo
Al agravio descrito, tenemos que sumarle el desencuentro surgido entre gobierno y sociedad, motivado por la manera radicalmente distinta de contemplar el de por sí oscuro y complejo tema de los hidrocarburos propiedad de la nación. El asunto que además tiene profundas raíces en nuestra historia reciente, resulta difícil de comprender en su totalidad. Requiere de explicaciones complejas que los especialistas, con neutralidad ideológica, nos debieran dar. Pero nuestro gobierno, que ya no puede esperar, poca ayuda presta a la claridad suscitando nuestra comprensible desconfianza a lo que suena a privatizar. Porque, además, tenemos claro que el gobierno de la república no ha resultado ser un buen privatizador.

No es posible no dudar del asunto petrolero. Todo empezó con la alerta de los disidentes sobre las ocultas intenciones de nuestros cuestionados gobernantes de entregar los hidrocarburos, propiedad de todos los mexicanos, a la iniciativa privada nacional, extranjera y trasnacional. Al principio se negó tan apátrida intención, ¿Quién habla de privatizar? Al final, no obstante el empleo de eufemismos, la inconstitucional intentona se confirmó. Después vino la revelación pública de que el ex coordinador de asesores del ex Secretario de Energía, actual presidente de la república, posterior Subsecretario de Energía y actual Secretario de Gobernación, había firmado sendos contratos con Pemex, al tiempo que ocupó los dos primeros cargos. Al principio se negó todo y, al final se aceptó aunque se autoexoneró de la presunta confusión de intereses. Luego siguió la propaganda televisiva sobre el tesoro que los mexicanos debemos rescatar. En las primeras semanas el gobierno negó su paternidad, pero al final no le quedó más que reconocerla y aceptarla, como lo que fue: propaganda pagada por el Estado. A continuación, llegó el momento en que se creyó prudente que la titular de la Secretaria de Energía y el Director de la paraestatal, presentaran el catastrófico diagnóstico de la situación del organismo, por supuesto, sin referirse a la relación empresa-sindicato, ni a los responsables de las decisiones que la llevaron a tan lamentable estado. Había que seguir calculando bien los tiempos. Fueron los del suspenso. No se sabía quién presentaría la iniciativa de la mal llamada reforma energética. Se dijo incluso, en tono de amenaza, que si el gobierno le sacaba a absorber el costo político, lo haría el PRI. Finalmente, el ejecutivo, con el orquestado apoyo mediático, presentó una iniciativa atemperada, porque sus socios del PRI, vista la resistencia anunciada, no se atrevieron a acompañarlos en la reforma constitucional. Quedaban tres semanas para que terminara el periodo ordinario de sesiones del congreso, tiempo suficiente, dijeron, para su discusión y aprobación.

Les pareció que no era necesario debatir un asunto del que se viene hablando desde hace más de dos sexenios. Cualquier mexicano sensato, dijeron, debe entender que, conforme a las reglas del mercado que todo lo resuelve, se necesitan empresas privadas que acompañen a PEMEX en la difícil tarea que la rebasa. Así, sin más y sin necesidad de precisar el eufemismo utilizado para no tener que hablar de concesión, asociación o contratos, figuras que la constitución prohíbe para esa actividad caracterizada por la opacidad. Para qué discutir si el PRI y el PAN ya están de acuerdo en privatizar. Ambos lo han intentado en su momento. Les faltaba, esto sí, el acuerdo sobre a quién le toca ser el privatizador que decida a quiénes beneficiar y a qué precio. Así que, si después de todo esto, algún suspicaz legislador opositor, de esos que no quieren ver un México ganador, piensa que el asunto se debe debatir amplia y profundamente y que no bastan dos semanas o, bueno, cincuenta días y ni un minuto más, está poniendo en duda el proceder transparente del ejecutivo, los secretarios de Energía y Gobernación y los prestigiados diputados y senadores del PRIAN y el Verde, todos ellos, encarnación de las instituciones democráticas que tanto trabajo nos ha costado a los mexicanos construir. ¿Por qué dudar de tan honorables gobernantes? ¿Acaso no juraron cumplir y hacer cumplir la constitución? ¿Entonces? Todo está a la vista de todos. Los solventes medios masivos de difusión, salvo excepciones, a coro, casi sin desentonar, avalaron la patriótica decisión. En este gobierno, como en todo, afirmaron, se actúa de cara a la nación. ¡Faltaba más! ¡Basta ya de obstaculizar las reformas estructurales que, de inmediato y sin más, nos conducirán al ansiado desarrollo!
claudiotapia@prodigy.net.mx


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