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Así no crece lo bueno
 
Alfonso Teja

  • Tomarse unas cheves: uno de los ritos de mayor tradición
  • En la Huasteca se puede observar la luna llena como en pocas partes
  • Lo ideal es edificar un lugar apropiado para que los jóvenes lo disfruten


 
Indica la nota en la prensa local que en el camino a Rompepicos existe un punto con clara y natural vocación para atraer a los paseantes, especialmente jóvenes, que suelen acudir a este placentero lugar para cumplir con uno de nuestros ritos regionales más sagrados: tomarse unas cheves. En la información que brindan los reporteros, el ángulo que se destaca es el de la incapacidad de las diferentes administraciones municipales al controlar el consumo de bebidas embriagantes en este sitio que está dentro del área protegida que corresponde al Parque Nacional Cumbres. El problema tiene años. 

Desde hace décadas, pasar al depo por el six y salir, unas veces con rumbo a la presa y otras, las de luna buena, a la Huasteca, reafirma una sólida e interesante tradición. Quien no haya sentido la luna llena en este lugar, se ha perdido de algo en su existencia. Por algo chamanes de todo el mundo vienen a celebrar ahí sus ceremonias. Pero como nos falta la imaginación, el talento creativo y la rectitud fundamental, aquí es donde se atora la carreta. Y entonces aquí estamos: unos por un lado agitando las banderas de la ecología y de la conservación, lo cual está muy bien y ni quién diga nada; y por el otro, el avance incontenible de las manchas urbanas, encabezado (no dirigido) por los titanes de la construcción, y sus criterios usualmente tan distantes de la biofilia, pero apoyados hábilmente en la magnitud masiva del reto, lo que les ha permitido alcanzar la “sustentabilidad del problema” (sic).
 
¿Y por qué no buscar alguna vía legal que permita crear un desarrollo bien diseñado en el contexto ecológico, que en el complejo de sus instalaciones podría incluso contar con un centro de diversión para todos esos jóvenes, y que podría servir muy bien como un lugar informativo y de sensibilización? Tal instalación podría ser manejada por algún grupo ecologista, o mejor aún, por una agrupación de asociaciones ecológicas. La propuesta no es tan loca. ¿Saben ustedes quiénes están entre los principales activistas que protegen a las especies animales amenazadas por la depredación? ¡Los propios cazadores! Y tiene su lógica: si me gustara la cacería del pato, del jabalí o del cimarrón, supongo que yo sería el primer interesado en no agotar el objeto de mi interés.
 
Sin embargo ya imagino lo rápido que me van a responder que no se puede. Que los antros son manejados por mafiosos, no por gente decente (y además los ecologistas no son gente decente). Y no se puede porque no se nos ocurre. No se puede porque no queremos y no se puede porque no se puede. Pero todo esto es pura falsedad y lo ilustro fácilmente con un ejemplo muy sencillo.
 
Si la propuesta fuera instalar en un parque ecológico un restaurante de lujo para invitados muy refinados, de esos que pueden pagar doscientos pesos por un plato o por una copa, es evidente que entonces sí se puede. Digo, es evidente que en este caso se trata de actividades culturales (o algo así). Y no sólo eso, pues el plan -que ya se realizó-, está tan bien concebido que aún cuando la asistencia al restaurante ha sido un tanto parca (como sucedió), el proyecto no falla, pues está blindado en el largo plazo. Y no es por nada, pero es así como se deben hacer las cosas. Bien planeadas y a largo plazo.
 
Pero sucede que no es lo mismo negociar con caballeros que usan corbatas de cien o doscientos dólares que con esa chusma que todo lo descompone, lo ensucia o lo degrada. Y lo peor de esta salida fácil y cómoda, es que en el largo plazo también es la opción más riesgosa. Además, pone en evidencia cómo la cosa no es pareja. Se le da al que tiene y al que no tiene se le quita hasta lo que tiene. Y luego dicen que esas son palabras del Nuevo Testamento.
 
En los hechos éstas son causas de nuestro atraso cultural masivo. No tenemos la visión, pero tampoco queremos tenerla, y muchísimo menos, de tenerla, quisiéramos compartirla. Instalados en la estulticia, enraizados en la corrupción y la impunidad, somos prisioneros de nuestros propios derroteros, de nuestra propia imposibilidad para hacer grande nuestra historia, esa que, de espaldas a nuestro destino natural, nos empecinamos en escribir con caracteres pequeños.  

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