Cuando se habla con un chilango normalmente se le escapa la soberbia en su lenguaje. Sin duda una de sus principales aficiones es referirse al resto del país como provincia, probablemente una costumbre traída de cuando éramos parte del imperio formado por Castilla y Aragón hace ya algunos siglos. Esta misma sensación hacia el resto genera que muchas decisiones que se toman desde la capital sean fuertemente resentidas por nosotros, los provincianos.
Hay dos ejemplos para este caso que ahora están en la agenda política. Por un lado la decisión unilateral de Agustín Carstens de continuar el aumento en el precio de los combustibles. El otro, el inexorable conflicto electoral que se estará dando en Nuevo León por la necedad de Germán Martínez por meter las manos hasta donde no las debe de meter.
El caso del combustible ha estallado desde un rincón del que normalmente no recibimos noticias. Los pescadores en varios puertos han comenzado a organizarse porque el precio del diesel ha rebasado el margen de las magras utilidades. El perro del sistema, Pedro Ferris, ya comentó que detrás de estos movimientos están los líderes campesinos, que “son todos unos pillos, ninguno se escapa” (mencionado en su programa matutino en Imagen el pasado 6 de enero). La realidad a mi entender es otra. El repunte significativo que tuvieron los precios del petróleo provocó que el gobierno federal tuviera que financiar a través de un subsidio parte del precio de estas gasolinas.
Algunas de las cosas chuscas que vivimos durante esos días era que los gringos cruzaban la frontera para comprar gasolina mexicana al tiempo que algunos mexicanos con visión empresarial comenzaron a construir tanques ficticios en sus autos para cruzarlos a las ciudades norteamericanas a vender el combustible clandestinamente. Una de las medidas tomadas en el Olimpo para resolver este gasto inesperado fue comenzar el deslizamiento del precio de los combustibles hasta una meta desconocida por nosotros los mortales. Los usuarios hemos básicamente resistido estoicamente los aumentos, sin embargo en las áreas productivas ha comenzado a resentirse el precio de la sustancia que hace funcionar a la mayoría de las máquinas. La decisión de aumentar sigue a pesar de que el precio del petróleo ya está a menos de un tercio de lo que se encontraba entonces.
Hoy la gasolina cuesta 15% menos en Estados Unidos que en México. Los pescadores han comenzado un paro indefinido y el precio del pescado y los mariscos probablemente se irá por los cielos, justo cuando se acerca la Semana Santa. Veamos en qué termina esta historia.
La otra, un poco más divertida para los que nos gusta la política, es la incesante obsesión de Germán Martínez por meter las manos en todos lados, les decía. En Nuevo León normalmente las familias pudientes de esta zona han controlado las formas y los fondos en las elecciones internas de ese partido. Ahora se pretende dar un golpe de timón y hay más de uno que no se dejará vencer tan fácilmente. La disputa es real pues el PAN tiene una posibilidad grande de llegar a la gubernatura. Fricciones normales, dirá algún analista experimentado. Germán Martínez tendrá en esta ocasión la posibilidad de llevarse un récord Guiness: Perder hasta donde ya la tenía ganada, todo por su necedad. Y luego se preguntan por qué Manuel Espino comienza a carraspear para ser tomado en cuenta en la escena política nacional.
Pero entendamos que Germán no se mueve solo. Este esfuerzo centralizador tiene autoría en un proceso que inició Felipe Calderón cuando llegó a la presidencia. El señor al querer controlar todas las canicas (pero todas en verdad), puede provocar que más de un aliado se le termine volteando. Ya no estamos en tiempos del salinismo todopoderoso, pero parece que la gente de Calderón no termina de entender esto con todo y su interminable registro de elecciones locales.
Ante la soberbia chilanga, en ocasiones las provincias tienen algo interesante qué decir.
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