uinddesind
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8 de marzo de 2010
15diario.com  


 

El retrato de Ángela

 

¿Qué vale una mujer?

¿Para qué sirve una mujer viviendo en puro grito?

 

¿Quién es esta que soy? ¿Perfil tan sólo?

¿Presencia de una sangre entre la niebla?

¿Quién soy cuando me doy y me rehúso, cuando me abro y me cierro, cuando tozuda esquivo las rompientes, cuando, gozosa suelto mis palomas  o sonámbula voy por las veletas de las torres más altas?

 

Cerrada voy. Armada de corteza. Ceñida en un acero sin fisura. Inmensamente separada y sola.

 

Como agua entre los dedos se me fueron las horas; como agua entre los dedos, sin sentirlas correr… Me fue grato sentarme al borde del camino, y ya anochece, y todo lo tengo por hacer…

 

¡Señor, que no se ponga mi sol, que no se ponga...!

-Suplico con angustia- Yo me apresuraré…

Y acaso si me dieran cien vidas, dulcemente, como agua entre los dedos se me irían también…

 

Sí, yo me inclinaría ante el definitivo contorno de los lirios.

Sí, yo me extasiaría con el trino del pájaro.

Sí, yo dilataría mis ojos ante el mar y la montaña.

Sí, yo suspendería el soplo de mi pecho ante un arcángel.

Sí, yo me inclinaría ante la faz de Dios, tocando el polvo, si con su mano convocara al trueno.

 

Sí, también yo quisiera ser palabra desnuda.

Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.

Ser un oro sin peso, un soñar sin raíces, un sonido sin nadie…

Pero mis versos nacen redondos como frutas, envueltos en la pulpa caliente de mi carne.

 

No ser ni yo. Ni nadie. Lo más, una pastora perdida en tu silencio de largas soledades; sentada en tus tomillos; la luz de la mirada copiando, sin saberlo, los vuelos de las aves; caída sin nostalgia sobre el fluir del río; con el desnudo rostro abierto a tu paisaje, al viento los cabellos, y la tranquila frente surcada por un ritmo de pensamientos fáciles. En el regazo quieto, las manos inactivas dibujarán un nido de vagas ansiedades.

 

No. Ya no puedo estar como solía, oculta en matorrales de madreselvas, de musgo delicado, de jazmines que perfumaban la ilusión precisa de mi vivir aparte, preservada.

 

Hoy ya no puedo. He de salir. Alzarme sobre mi dócil barro femenino. Gritar hacia las cosas que me gritan con labios erizados, con garganta hostil y azuzadora.

 

¿Qué golpe de ola, qué batir de tiempo, qué nube de tormenta o parto oscuro me colocó en la orilla, tan desnuda?

 

Tiemblo en mis huesos frágiles, me veo las manos como vainas sin cuchillo, los labios como lirios desmayados, la frente desolada, el pecho abierto, los pies descalzos y los ojos turbios de sueños y de lágrimas inútiles.

 

Yo quiero espinas, quiero garras, quiero algún veneno amargo y corrosivo; alas abiertas, dardos aguzados o veloces pezuñas.

 

Quiero raíces hondas, ramas altas, cauce y muralla, brújula y refugio.

 

Quiero saber, poder llegar, quedarme; quiero sentirme cierta, suficiente, llena, completa, inapresable, mía…

 

Y soy una mujer. Apenas algo. Carne desnuda, sola desarmada…

 

No tengo ni un jilguero, ni una estatua.

No tengo ni una piedra para tirarla al mar.

No tengo ni una nube que me llueva por dentro.

Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

 

No tengo ni una tira de tafetán rosado para tapar las grietas del corazón.

No tengo ni un pedazo de beso qué llevarme a la boca.

Ni un poquito de sueño qué llevarme a los ojos.

Me he quedado tan pobre… tan pobre… tan pobre…

 

Ya veis: no tengo otras palabras; insisto, insisto, insisto; verso a verso, repito y enumero lo evidente, lo que en los ojos se me clava a diario, y lo que está escondido bajo el lodo, para que surja y brille, lo enumero.

 

Golpe tras golpe, digo lo que duele, mi larga letanía: tierra, tierra; el hombre, el hombre, el hombre, el hombre… Repito y clamo con el llanto a cuello.

 

Repito, vuelvo, sigo en letanía: la tierra, el mundo, España, el hombre, el hombre…

 

Temor y esclavitud; trabajo y hambre; codicia y guerra; vida y exterminio. Y amor, amor, amor, que me calcina.

 

Y el pueblo, el pueblo, el pueblo; y los que nacen desnudos, sucios, presos, condenados; y amor, amor rabioso por las venas.

 

Y andar, andar, andar, seguir viviendo; pisando tierra, huesos, ruinas de España, España, España, sola y mártir.

 

No sé, no sé: la misma letanía de siempre, amor, dolor, la tierra, el hombre…

 

No sé, no sé si ya querréis oírme decir amén, seguirme, acompañarme, cuando, tocando tierra, rezo y firmo mi larga letanía: manos duras, sudor y fe, cansancio y esperanza, pecado y Dios a cuestas. Letanías de amor y de dolor para las noches.

 

Hijos, ya veis; soy vieja y me repito, mas no quiero callarme ni morirme.

No me da miedo la muerte, pero ¡amo tanto la vida…!

 

¿Por qué ha de ser podredumbre esta alegre carne mía, bruñida al sol y a los vientos, ebria de ardores y risas, limpia en las frías corrientes; que ha sabido de caricias, que ha florecido en un hijo, que goza cuando respira…?

 

No, no es por miedo a la muerte, que es por amor a la vida.

 

Después, habrá quien sea una semilla, una gota de luz, un dulce trino. Habrá quien sea un copo de neblina, un polvo de ceniza, acaso un lirio…

 

Yo quisiera quedarme en una estrofa sonando, armoniosa, en lo infinito…

 

 

Ensamble, poemas de Ángela Figuera Aymerich

Tomás Corona Rodríguez

 

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