495 12 de marzo de 2010 |
ANÁLISIS A FONDO: CAUSAS DE LA PEDERASTIA FRANCISCO GÓMEZ MAZA
Mórbida atención han dado la prensa escrita y la electrónica a todo caso de pederastia practicada por ministros católicos. Las noticias, reportajes, comentarios se han enfocado, en México, especialmente al caso Marcial Maciel, fundador de la congregación de “educadores” denominada “Legionarios de Cristo”. Los periódicos del mundo han dado cuenta en estos días, con fornicio interés, que la diócesis católica de Regensburgo, en el sur de Alemania, designó a un investigador independiente para indagar las denuncias de abusos físicos y sexuales, que han aflorado en el prestigioso coro de niños Regensburger Domspatzen, dirigido por el sacerdote Georg Ratzinger, el hermano mayor del actual Papa, entre 1964 y 1994. Y no cabe duda de que la pederastia es abominable. El sexto mandamiento de la llamada Ley de Dios, adoptada por la iglesia católica de las originarias Tablas de Moisés, el profeta y dirigente del pueblo israelita en el Antiguo Testamento, ordena muy claro a los católicos - la iglesia católica es la que llama ahora la atención -: “No fornicarás”. Y fornicar no es la relación sexual que sostienen dos individuos a consenso, sino violar, violentar, al otro, o a la otra, y, más vituperable aún, abusar con engaños y fuerza de un niño, de una niña, de un adolescente, de un varón o de mujer adultos, e inclusive violentar el esposo a la esposa o ésta, al esposo. Violar a un niño es un acto realmente aborrecible; como se decía antiguamente, y creo que se sigue exclamando, “clama venganza al cielo”.
Pero hay que ir al fondo de este execrable negocio. La “educación” que se impartía o se sigue imponiendo en los seminarios donde se forman a los aspirantes al sacerdocio. En los tiempos de los personajes citados – Maciel y Ratzinger -, los seminarios se llenaban de niños que apenas habían concluido la escuela primaria. Afortunadamente, en la actualidad quienes quieres ser sacerdotes tienen que haber concluido los estudios preparatorios. Los seminarios en la época en que se “formaron” Maciel y Ratzinger mantenían reglamentos realmente castrantes, antinaturales – versus natura -, estúpidos: a los seminaristas no se les permitía sostener con sus compañeros lo que los “maestros de la moral” denominaban inexplicablemente “amistades particulares”; es decir, una relación puramente amigable con otro compañero, pero constante e intensa; no les estaba permitido relacionarse con mujeres – la mujer era considerada un costal de papas podridas -; los alumnos eran vigilados, como en el orden orweliano, día y noche; había prefectos que se pasaban la noche espiando a los seminaristas, mientras estos dormían; en los tapancos los sanitarios había pequeños agujeros desde donde el niño que iba a hacer sus necesidades era vigilado; no podían salir a la calle más que acompañados por algún familiar cercano, o en grupo; tenían que usar el uniforme escolar, hiciera frío, o hiciera calor. Y la “virtud” de la castidad era una especie de espada de Damócles sobre la conciencia de cada seminarista. Era el peor de los “pecados” romper ese mandamiento. Metían en la cabecita del seminarista la absurda idea de que el sexo era “malo”, era “pecado mortal”. La palabra masturbación no existía en el léxico clerical y, si algún alumno era sorprendido practicándola, no sólo era señalado, condenado en vida, sino expulsado de la escuela.
Cierto día, un seminarista se acercó a mí a confiarme que le gustaba mucho una chica, pero que tenía miedo de confesar su “pecado” porque el confesor podía darle de penitencia abandonar sus estudios sacerdotales y él quería ser sacerdote. Le respondí que no se preocupara; que no era ningún “pecado” que sintiera esa emoción; que era ser humano y varón y lo más natural era que le atrajeran las mujeres. En el seminario, amigo – le dije -, les enseñan que la mujer es un costal de papas, cuando en la realidad es un colchón de plumas. (Y perdón, amigas, por esta analogía). En otra ocasión, otro seminarista decidió abandonar el seminario y, la primera noche que estuvo fuera, se encontró con una mujer y se acostó con ella. Y también me confió su maravillosa experiencia. Pero la mayoría de los seminaristas de todo el mundo eran seres castrados, “eunucos de Dios” y, en el extremo de su estado inconsciente, eran ordenados sacerdotes y, cuando el obispo los designaba a una parroquia, comenzaban a enfrentarse con una realidad que no era la que les enseñaron en el seminario. Muchos sacerdotes abandonaron su ministerio y se casaron. Son legión. Y ahora hasta se han organizado en una especie de club de sacerdotes casados. Viven muchos en feliz matrimonio, con hijos exitosos. Otros fracasaron en la experiencia primera y “rehicieron” su vida con otra mujer. Pero muchos, muchísimos, que son se atrevieron a dar ese paso, quedaron atrapados en esa estructura dia – bólica del llamado Derecho Canónico, la ley de leyes, de normas, muchas de ellas espeluznantemente antinaturales del establecimiento clerical,
Qué mente no es dañada, enfermada, con ese tipo de “educación”. Y ya, en lo que en el lenguaje clerical, se llama “ministerio”, el trabajo diario en una parroquia, relacionándose con todo el mundo, principalmente con mujeres, o niños y niñas, pues el deseo se fortalece brutalmente y, en el límite de la ansiedad, la angustia, la depresión, las mente enferma de sacerdotes “educados” para vivir en absoluto celibato se rebela y hace a un lado el canon. Y entonces el “buen” cura rompe con toda su formación antisexual, de absoluto guardamiento de la “castidad” y se aloca. Como dicen en mi tierra en lenguaje popular: “La picazón es la picazón, y cuando pica, pica”. Y en el culmen del deseo, el sacerdote enfermo no repara en nada. Coge parejo: niños, niñas, mujeres, adolescentes y, quizá, hasta sus propios hijos. Muchos sacerdotes que aún permanecen dentro de la estructura clerical han podido superar este trauma: Enamoran a una mujer, viven con ella “amancebados”, como dicen los moralistas católicos, y continúan discretamente ejerciendo su ministerio sacerdotal. Muchas veces, el obispo de quien dependen se hace de la vista gorda porque es un hombre comprensivo y prefiere tener a un sacerdote “amancebado” a quedarse sin un colaborador.
Algo de lo que les he contado puede ayudar a entender este perverso fenómeno de la pederastia. Indudablemente que los representantes de la sociedad tienen la obligación de apartar a este tipo de enfermos de la mente para protección de los niños, de las niñas, de los adolescentes y de los más vulnerables. Las autoridades clericales, no obstante su Derecho Canónico, no lo pueden hacer porque no saben ni qué onda. Generalmente protegen al pederasta, al violador, al sacerdote amancebado, al sacerdote que vive con una mujer, o al sacerdote que es homosexual. Y a proteger a las mujeres monjas – las más vulnerables - que son las mujeres más fáciles de ser violadas y constituidas en damas de compañía por estos sacerdotes. A quien esté interesado en el asunto, y a quien guste de la novela, sugiero leer “El pájaro espino”, de Colleen McCullough, una encantadora narración que revela con un depurado estilo estos asuntos ocultos en la estructura vaticana. Y en el centro del problema está la norma del celibato, curiosamente sólo para el clero del rito latino, porque en los ritos católicos orientales a los sacerdotes les está reglamentado el matrimonio.
http://analisisafondo.blogspot.com/ http://lacomunidad.elpais.com/analisisafondo/2010/3/11/analisis-fondo-causas-la-pederastia
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