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18 de marzo de 2010
15diario.com  


 

TRANSICIONES

‘Agoreros del desastre’                                                           

Víctor Alejandro Espinoza

Así llamaba el viejo régimen a quien osara hacer públicas sus críticas al orden de cosas, y sobre todo a las formas asumidas por el sistema político mexicano. José López Portillo también llamaba a sus detractores “enanos del tapanco”; quien criticaba se convertía en enemigo del régimen autoritario y se atenía a las consecuencias…o aceptaba un cargo en el gobierno. Así zanjaba sus diferencias el sistema clientelar: marginación o empleo. Pero algo había.

          Los voceros de la transición a la democracia prometieron el fin del autoritarismo y un sistema político diferente. Entre otras cosas, una forma de gobierno descentralizada, con un poder presidencial acotado; pero además, instituciones diferentes y consolidadas que permitirían afrontar los problemas más acuciantes de los ámbitos económico y social. Después, cuando fue evidente que transcurría el tiempo y los problemas seguían ahí, el discurso sobre la democracia se limitó a una definición mínima: aquella que enfatiza los procesos electorales, también conocida como “democracia delegativa”, donde los ciudadanos votan cada cierto tiempo y luego dejan totalmente “suelta” a la clase gobernante y esta decide todo sin ningún tipo de control social.

          Intelectuales de relumbrón justificaron esta visión mínima sosteniendo que quienes criticaban una concepción tan estrecha le exigían “demasiado” a la democracia. Se trataba de garantizar exclusivamente la elección de nuevos gobernantes. El cambio institucional y la resolución de otros problemas no eran temas que tuvieran que ver con la democracia. Hoy, ante el estado de cosas y el deterioro de la vida pública nacional, la realidad se empecina en demostrar que no basta con procesos electorales transparentes, equitativos y vigilados, donde todos los votos cuenten. La democracia, como forma de gobierno, exige una permanente interacción entre sociedad y gobiernos; con vías de ida y vuelta: con instituciones fuertes y consolidadas y ciudadanos informados y participativos.

          Hoy asistimos a un descrédito generalizado de la clase política. Los ciudadanos desconfían de sus gobernantes, pero también de los partidos políticos, de los tres poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) y de todos aquellos que se dedican a actividades públicas. La economía se sostiene con alfileres, la desigualdad social es creciente, lo mismo que la polarización en la distribución del ingreso. El empleo se esfumó como horizonte para  los jóvenes y la inseguridad mantiene a la población en vilo. Es muy probable que este diagnóstico sea ampliamente compartido; las diferencias estriban en el tratamiento del enfermo.

          Un sistema autoritario encuentra más fácil echar la culpa de las desgracias a los opositores al régimen. Aquellos considerados como lo críticos permanentes, pero que no proponen nada; salvo un cambio en el estado de cosas. Son los “agoreros del desastre”. Un sistema democrático, diseña políticas para enfrentar la crisis pero escuchando a los ciudadanos y a la oposición. Las críticas al sistema son muy útiles; mucho más que las sesudas recetas de los aduladores profesionales. El caso es que dada la situación por la que atraviesa nuestro país, los placebos no sirven de mucho. La gravedad del paciente no admite dilaciones. Una revisión a fondo del sistema político y de la forma de gobierno es urgente o el riesgo es que se colapsen las instituciones. Se escucha muy fuerte, pero no veo alternativas. Seguir pensando que los discursos pueden suplantar  las grandes decisiones me parece irresponsable, por decir lo menos. La Reforma del Estado es hoy más que nunca una verdadera necesidad y la forma de salir del tunel. La reforma política no es  suficiente para garantizar la viabilidad de México como país.

          La clase política mexicana, si desea ser revalorada por los ciudadanos, debería comportarse con la seriedad que la gravedad del momento exige. Se requieren grandes negociaciones que trasciendan los pactos electoreros. Las reformas electorales no pueden cargar con todo el peso del cambio que exige el momento histórico.

Un nuevo acuerdo nacional para la instauración democrática parece impostergable. Lo otro es demagogia.

 

Investigador de El Colegio de la Frontera  Norte. Correo electrónico: victorae@colef.mx

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