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7 de mayo de 2010
15diario.com  


 

Estampa de una estampida

Luis Lauro Garza

 

Elías Canetti escribió 50 años ha el comportamiento harto-preciso de las masas “festivas” transformadas “en pánico” la madrugada del domingo pasado en la Expo de Guadalupe.

 

La masa “festiva” se encuentra reunida como masa “cerrada”, luego de haber desembolsado una buena cantidad para ingresar a disfrutar a su conjunto grupero favorito.

 

La vida y el placer están asegurados por lo que dure la fiesta: mujeres a la vista para los hombres, hombres a la vista para las mujeres; en enormes hieleras se conserva la bebida predilecta que aguarda a los consumidores.

 

La densidad es muy grande; la igualdad, en cambio, se debe a la situación y a la alegría. Los asistentes se mueven entre otros y no con otros.

 

Se participa de un sentimiento general en el cual el goce común de la ocasión garantiza numerosas fiestas ulteriores.

 

La presentación de un grupo ha llamado a la expectativa de ver al otro, y por la densidad de objetos y de hombres se multiplica la vida.

 

La masa como anillo al dedo mientras la multitud se mantenga dentro de la arena, el Palenque, el Jardín Cerveza, el redondel: todos los presentes dan la espalda a la ciudad, deben “descargarse” hacia adentro. La visible excitación de los demás aumenta la suya.

 

Las filas están escalonadas hacia arriba para que todos vean lo que ocurre abajo. La masa está sentada frente a sí misma.

 

El anillo de los rostros fascinados superpuestos resulta homogéneo: esta masa es doblemente cerrada: hacia afuera y en sí.

 

De pronto, la detonación de un balazo lejano (o dos o tres o cuatro), en un ambiente de exacerbada guerra campal entre narcos, ejército y similares.

 

La masa festiva se transforma en masa “abierta”, entra en pánico y debe desintegrarse de la manera más violenta, pero las puertas sólo dejan pasar a una o a pocas personas a la vez.

 

La energía de unos acrecienta la de los otros, y los hombres avanzan unidos en la misma dirección. Mientras están juntos perciben el peligro como repartido.

Existe la remota idea de que el peligro que se cierne caerá en un lugar.

 

Mientras el “enemigo” o “francotirador” acierta contra uno, los demás pueden escapar.

 

Los flancos de la fuga están al descubierto, pero, extensos como son, es impensable que el peligro ataque a todos a la vez. Nadie supone que él va a ser la víctima.

 

Lo más llamativo de la fuga de masas es la intensidad de su dirección: se ha convertido toda ella en dirección para alejarse del peligro, y todo ello a distintas velocidades.

 

La energía de la fuga se transforma por sí misma en una energía del rechazo: la distancia a la puerta más próxima es distinta para cada uno.

 

La repentina orden de huida que significó el fogonazo se ve confrontada de inmediato con la imposibilidad de un movimiento común; asistimos entonces a la exhibición de las más violentas tendencias individuales: se empuja, se golpea y pisotea alrededor de uno con frenesí.

 

Fue en el instante en que sólo se pensó en la supervivencia de uno mismo y que se percibió al otro que lo rodea como obstáculo, cuando cambió el carácter de la fuga en masa y se convirtió en su contrario: se transformó en pánico, en una lucha de cada uno contra todos los demás que se encuentran en su camino.

 

Cuanto más se lucha por la propia vida, tanto más evidente aparece la lucha contra los otros que lo obstaculizan a uno por todos lados.

 

Así, el pánico se convierte en una desintegración de la masa en la masa: saltan sombreros texanos y botas picudas, envases de cerveza y celulares.

 

Cuanto más da, cuanto más recibe, tanto más claramente se percibe a sí mismo, tanto más concibe los límites de su propia persona.

 

El resultado resultó fatal, como bien dijo El Profeta Berna en estas páginas: un disparo y cinco muertos.

 

(Nota: han quedado fuera de esta postal la responsabilidad evidente de las autoridades-avestruces de casi siempre.)

 

(Ver: Canetti, Elías. Masa y poder, Muchnick Editores, 1982, p.492.)

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