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533 7 de mayo de 2010 |
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ANÁLISIS A FONDO Francisco Gómez Maza
De acuerdo con Segura Villalba, queda en el aire preguntar cómo conjugar esta realidad del sistema estatal de administración de justicia y del sistema penitenciario, con la indefensión de las víctimas y potenciales víctimas de una criminalidad que persiste tanto fuera como dentro de las prisiones, a lo largo de la vida y de las generaciones. Azaola sugiere la tarea fundamental de iniciar un proceso de recuperación social y personal de la dignidad y de la calidad de los vínculos. Incluyendo, a nivel más amplio, vencer la limitación o ineficiencia de las políticas públicas para mejorar la calidad de la democracia y la fortaleza de la ciudadanía. Para Miguel Carbonell, licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho de la UNAM; doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid; investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, y coordinador del Área de Derecho Constitucional del mismo Instituto, la reforma penal y todos los esfuerzos que se hagan en materia de seguridad pública serán un fracaso si no somos capaces de darle un nuevo significado a la pena privativa de la libertad.
Hoy en día nuestras cárceles y reclusorios son espacios completamente ajenos a cualquier mínimo sentido de respeto a la dignidad humana, en los que además no impera ni el más elemental Estado de derecho. Ya se ha hecho un lugar común afirmar que las cárceles son verdaderas “universidades del crimen” y es probable que así sea en la realidad. Infortunadamente, ningún partido político parece haberse hecho cargo con seriedad y rigor de este drama, quizá porque los presos no pueden votar y por tanto a nuestros dirigentes les trae sin cuidado la suerte que corran dentro de los espacios de reclusión. Sin embargo, resulta urgente tomar medidas radicales en materia penitenciaria, porque es un tema que nos está explotando día tras día en la cara. Si los políticos no lo hacen, hay que exigírselos sin desmayo desde la sociedad civil organizada.
Algunos estudiosos del sistema penal mexicano han levantado la voz de alarma sobre el aumento en el número de presos. Entre 1992 y 2008 la población penitenciaria creció de forma explosiva, sin que las instalaciones para intentar darles condiciones dignas de vida a los reclusos hayan aumentado en capacidad ni tampoco en la calidad de la atención prestada a sus usuarios. Con datos de agosto de junio de 2009 el total de personas presas en México era de 227,029. El 40.9% de ellas estaba el régimen de prisión preventiva; es decir, todavía no había recibido una sentencia que las declarara culpables de haber cometido algún delito. Del total de presos, el 5% eran mujeres y el 0.9% eran personas de nacionalidad extranjera. El 77% de los presos corresponden al fuero común y el 23% al fuero federal. En México existen 441 establecimientos penitenciarios, de los cuales 6 están bajo jurisdicción federal, 10 son gobernados por las autoridades del Distrito Federal, 331 estatales y 95 municipales. La capacidad oficial del sistema es de 168,000 internos, por lo que la tasa de sobrepoblación es del 132%; el gobierno federal ha reconocido que hacen falta al menos 56 mil espacios adicionales en nuestras cárceles, para abatir la sobrepoblación, la cual se presenta en 226 centros de reclusión. Es importante señalar que alrededor del 25% de todos los presos en México se concentran en el Distrito Federal y en el Estado de México. Ahora bien, no podemos considerar que el diagnóstico de los problemas de nuestro sistema penitenciario se limite a los números anteriores. A ellos hay que sumar los problemas “colaterales” o “derivados” de la propia reclusión. Zepeda Lecuona nos recuerda los indicadores del “genocidio carcelario”: en México la población femenina más vulnerable ante el virus del VIH/SIDA son las mujeres reclusas, incluso por encima de las sexoservidoras; la tasa de homicidios en las prisiones es ocho veces superior a la que se registra (ya de por sí muy alta) entre la población en libertad y la tasa de suicidios es cinco veces superior. A esos datos escalofriantes hay que sumar el enorme problema de la corrupción en los reclusorios mexicanos.
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