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6 de julio de 2010
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Trabajo de duelo y alas de colibrí

Nora Carolina Rodríguez

 

Aferrarse a las cosas detenidas

es ausentarse un poco de la vida.

La vida que es tan corta al parecer

cuando se han hecho cosas sin querer.

Pablo Milanés

 

Después de una pérdida, los seres humanos, acostumbrados a generar apegos, sufrimos lo que se conoce como duelo, descrito por algunas teorías psicológicas.  Y vivir un duelo no es sencillo. Porque en el duelo, duele.

En medio de la destrucción de las vialidades, casas, parques, cuando una gran cantidad de regiomontanos sufren la pérdida de sus propiedades, mientras aún no nos reponemos del asombro-susto-miedo-pasmo-indignación-impotencia del paso del huracán, los medios de comunicación y el discurso oficial casi de inmediato adoptan la bandera del reconstruccionismo positivo: lo vamos a levantar mejor, se necesitan tantos y cuantos millones de pesos, los regiomontanos somos grandes, trabajadores, vamos a poder con esto y nos vamos a recuperar: ánimo.

 

Si algo campea en el imaginario social, hoy, es el fantasma de la destrucción. He sabido de casos en los que la casa esta semi-sepultada por lodo y piedras, y no aceptan ni salir de ella ni que alguien les ayude. Casos donde no tienen servicios públicos y aun así, la gente prefiere quedarse “a cuidar las cosas”. Una joven señora estuvo sumamente preocupada porque al irse la luz, la alarma de la casa no estaría activada, y empezó a temblar de miedo ante la posibilidad de ser robada. Vive a 50 metros del río La Silla, aunque en alto, le tocó vivir en el lado afortunado.

 

Momentos como éste sirven para reflexionar en varios sentidos. Me parece que el primero es la insensatez de construir donde no es conveniente ni geológica ni hidrológicamente. La voracidad de los constructores, ha impulsado fraccionamientos fuera de toda lógica. En cauces de ríos, en la montaña. Hay cientos de fraccionamientos en Nuevo León donde han cambiado el cauce de los arroyos, que no saben de modificaciones, el agua simplemente sigue su curso, si le atraviesas autopistas, casas o calles, el agua no respeta obstáculos. El agua cobra la factura más tarde o más temprano. La pretensión de tener una casa non plus ultra, ha llevado a algunas personas a imaginarla, diseñarla, desarrollarla y tenerla, aunque no coincida ni armonice con el medio ambiente, para eso es el dinero, ¿que no? En esta ciudad, y en muchas otras, no tenemos la exclusividad de la sinrazón.

 

Otro aspecto que vale la pena repensar es este asunto de los apegos. Y no pretendo filosofar ni psicologizar. Simplemente, tratar de cuestionar cómo, en pleno siglo XXI, cuando tenemos ya bastante claro que de pan no se vive solamente, nos enamoramos perdidamente de una persona, de una taza o de una calle, de una casa, asignamos valores altísimos a los objetos y a los sujetos objetivados y cuando los perdemos, ¡zaz! A sufrir se ha dicho.

 

Tampoco pretendo dar lecciones de desapego, pero vale la pena preguntarnos para qué queremos tanto al carro, la casa más bonita (que la de los demás, claro), las joyas más ostentosas, todo lo más in, todo lo que se vea y reluzca más. ¿Qué tanta satisfacción genera la posesión de los objetos? No quiero decir que no nos enamoremos, pero un apego enfermizo con las personas, no es tan recomendable. Las posesiones no deberían incluir la vida de los demás.

 

Ahora, en la inmediatez de los estragos del fenómeno mal llamado natural, llamado huracán, llamado Alex, habrá que dar apoyo psicológico a quienes todo lo perdieron. También a quienes perdimos una parte importante de nuestra ciudad, que somos todos los regiomontanos, muchos nuevoleoneses. Y no bastarán palmaditas en el hombro.

 

Por primera vez, las autoridades tienen el acierto de dar por terminado el ciclo escolar. Ni zapatos les quedaron a algunos como para poder ir a la escuela. Ni dónde vivir. Sería bueno que también impulsaran campañas de apoyo a la ciudadanía. Ahora, aunque suene plañidero, hay que solidarizarnos. Pasar el trago amargo del duelo, de las pérdidas en compañía, pongámonos a reparar las alas del colibrí como si fuéramos seres humanos pensantes.

 

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