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12 de agosto de 2010
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Madres heroicas en Reynosa

Miguel Treviño Rábago

 

Apenas bajo del autobús que me trae el fin de semana de regreso a Reynosa, en Tamaulipas, cuando observo correr a mucha gente asustada a refugiarse dentro de la tienda Soriana, en el transitado Bulevard Hidalgo, que es también la salida a Monterrey. La hilera de taxis que aguardaba pasajeros desapareció en segundos, muchos vehículos pasan a gran velocidad, escucho gritos de ¡balacera! y todo se mueve a una velocidad impresionante, que ahora recreo en mi mente como en una película en cámara lenta.

 

Como en una feria de pueblo en la que súbitamente revientan miles de fuegos artificiales, que no son más que "cuetes", que estallan en forma masiva, así se escucha las detonaciones de miles de tiros de armas de fuego a unos 200 metros de donde estoy parado en plena banqueta. A plena luz del día, militares y delincuentes se están tiroteando junto al supermercado H.E.B. y sin importarles, ni a unos ni a otros, disparan entre mujeres, niños, hombres, familias, que en pleno domingo fueron por la despensa de la semana. La gente grita, se tira al piso, llora, se arrodilla, y peor se pone todo cuando estallan granadas que uno y otro bando intercambian. Es la locura. Es el colmo.

 

Reacciono lento. No estoy condicionado para correr cuando escucho tiros porque en México desde el 68 el Ejército Nacional no salía a disparar en las calles contra civiles. Volteo a ver dónde es el enfrentamiento y me doy cuenta que uno de tantos tiros del fuego cruzado que luego esgrimen los militares, me puede alcanzar y con la bolsa de viaje en mano, me echo a correr hacia la esquina donde hay una pequeña barda de cemento con el nombre de Soriana. Al dar la vuelta, mi sorpresa es mayúscula: hay por lo menos entre 20 ó 30 personas, entre mujeres, niños, jóvenes, hombres tirados en el piso con el rostro del miedo que me impresiona y todavía lo recuerdo. Sólo acierto a ponerme en cuclillas junto a ellos. Siento miedo, pero me lo aguanto.

 

Me impresionan las madres de familia y hasta se me pone "chinita" la piel cuando recuerdo cómo las madres llorando, se colocan sobre sus niños para protegerelos de una bala perdida. Es heróico lo que hacen. Los niños lloran, pero ellas los inmovilizan y cubren con sus cuerpos como hacen las gallinas a sus pollitos. Prefieren la bala ellas, pero no sus hijos. Quedo frente al grupo y observo una madre que sentada en el piso, llora dolorosamente con su bebé en brazos. Quiero llorar también como ella, pero me contengo. Veo hombres con cara de preocupación y jóvenes asustados. ¿Qué diablos está pasando en México?, pienso. ¿A qué demente se le ocurrió desatar una guerra civil en el país que ha cobrado 28 mil ciudadanos muertos? Lo veo y no lo creo. A lo que hemos llegado y no se le ve fin.

 

Me armo de "valor" y le hablo a la señora casi tirada en el piso que está llorando, tratando de calmarla. Creo que le dije "cálmese señora, ahorita pasa"; me pregunta: ¿y si se vienen para acá? No acierto más que a decirle: "no, señora, no se vienen para acá, ahorita termina todo". Palabras estúpidas, sin sentido, pero trato de hacer algo porque la veo aterrorizada, desmadejada, pálida, a punto del desmayo y con su bebé en brazos.

 

Acababa de pronunciar eso, cuando alguien dice: "allá vienen, dios nos ampare"; y en forma uniforme todos nos repegamos unos a otros. Frente a nuestros cuerpos pasan camionetas enormes de doble cabina, llenas de mozalbetes de 20 y pico de años, hincados en los asientos, amartillando sus fusiles que alcanzo a ver que apenas pueden con ellos y que se van preparando ya para enfrentarse a los militares. Les veo el rostro a uno o dos, y me ven con rostro fiero, como diciendo: bola de cobardes, nosotros sí sabemos jalarle al gatillo. Mi pensamiento es: los van a matar ahorita. Y tal vez así fue. No lo sé, porque nadie informa nada.

 

Sigue llegando más gente a refugiarse atrás de la "bardita". Nadie habla, sólo los niños lloran y las madres angustiadas los tratan de calmar. En eso, una de ellas grita a todo pulmón: "¡¿por qué no se van a la chingada, a otro lado a matarse cabrones?, ya nos tienen hartos!" Nadie decimos nada. Siento la rabia en sus palabras, pero también su impotencia. Está llorando, pero sigue cubriendo con su cuerpo a sus niños. Qué triste que esas criaturas ya estén viviendo su infancia en medio de balaceras que ya son el pan nuestro de cada día en todo Tamulipas y Nuevo León, por no mencionar que el tiradero de cadáveres está por todo el país.

 

Lo más lamentable es que muchos de los muertos que eran inocentes, los califica el gobierno como "daños colaterales". Y que cada quién entierre sus muertos y se quede con su luto y su rabia. Mi pregunta es si estamos celebrando 200 años de "Independencia" y 100 de "Revolución" con la sangre derramada de 28 mil mexicanos. Es como si se hubieran organizado un reality show con muertos "de a verdad", pero donde nadie ganará nada. No hay premios, sólo dolor y muerte... y tal vez venganzas.

 

Unos minutos después de que pasan frente a nosotros las camionetas de la muerte, llenas de jóvenes reclutados como "soldados" al estilo de la mafia en Italia, pasan veloces las camionetas del ejército. Los veo, se van enmascarando sus rostros, llevan sus armas por fuera de las ventanas, los que van atrás en las "cajas" van observando atentos hacia donde se oye el intenso tiroteo y las explosiones, su adrenalina disparada, sus músculos tensos, los ojos desorbitados; son ellos o los otros, saben que van a matar y que la orden es disparar a todo lo que consideren un enemigo. Para eso fueron entrenados y eso es lo único que saben hacer. Mexicanos contra mexicanos. Los buenos contra los malos. Sólo los uniformes los diferencian. Los ciudadanos que se salven como puedan. Y allí estamos todos tirados en el suelo, esperando que termine la monumental balacera. Nunca imaginé estar en una guerra, y ahora estoy en medio de una. No lo puedo creer.

 

Casi una hora permanecemos agazapados, miedosos, angustiados. Sin saber que hacer, ni a dónde ir. Las calles que allí hacen esquina están desiertas. Se hace el silencio, parece que ya terminó todo. Veo salir gente de Soriana, familias corriendo a subirse a sus autos para huir de ese lugar lo más pronto posible. Me pongo de pie y me asomo. Recibo una llamada en mi celular y me preguntan si estoy bien. Sí, contesto, sin siquiera ver quién llama. Pasan corriendo varias personas y comentan: "que dicen que hay muchos muertos".

 

Me imagino a los jóvenes que vi en las camionetas, tirados, inmóviles, llenos de agujeros, en medio de charcos de sangre. Y me imagino también a sus madres llorándolos en sus hogares. Es una tragedia nacional. Miles de jóvenes, de vidas desperdiciadas, usados como "carne de cañón" por el crimen organizado, donde encontraron la oportunidad de "jalar" y terminaron muertos con unos pesos en el bolsillo. ¿Valió la pena?

 

Pasa un taxi de un conocido y me reconoce, me hace señas de que me suba. Y allá voy con mi maleta en ristre para poder llegar a mi casa. Y no olvido las palabras de la mujer que cubría a sus hijos con su cuerpo: "nos tienen hartos".  Mientras los gobernícolas de este país, a través de los medios nos machacan las neuronas con su estúpida fracesita: "para que vivas mejor". Estamos haciendo esto, lo otro y bla, bla, bla.

 

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