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9 septiembre 2010
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TRANSICIONES
Informar y debatir
Víctor Alejandro Espinoza

El pasado 2 de septiembre el presidente Felipe Calderón presentó ante selecta concurrencia su cuarto mensaje de gobierno. Un día antes, para cumplir con lo establecido en el artículo 69 de nuestra Constitución Política, había enviado al Congreso de la Unión, por medio del secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, su informe por escrito.

Efectivamente, la Carga Magna establece que: “En la apertura de Sesiones Ordinarias del Primer Periodo de cada año de ejercicio del Congreso, el Presidente de la república presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país”. Debemos recordar que el 15 de agosto de 2008 se llevó a cabo una reforma constitucional por medio de la cual se suprimió la palabra “asistir” al Congreso a presentar su informe, quedando simplemente como obligación su envío por escrito. En realidad ese fue el objetivo, porque la redacción es ambigua en cuanto a la presencia del Ejecutivo. La reforma buscaba romper con una ceremonia anacrónica, en la que se derrochaban recursos y tiempos en los medios para proyectar un estado idílico de la Nación. El presidente no escuchaba, pronunciaba un largo monólogo donde se establecía que el país giraba en torno a los dictados de un solo hombre: era la confirmación más clara del autoritarismo como forma de gobierno.

Es cierto, el “día del presidente”, como se le conocía a la faraónica ceremonia que se celebraba cada 1 de septiembre, parece cosa del pasado. El país ha cambiado y el presidencialismo omnipotente, por fortuna, no existe más. Pero el nuestro sigue siendo un régimen político presidencialista.

El 1 de septiembre de 2005, fue la última ocasión cuando un Jefe del Ejecutivo acudió al Congreso y presentó un informe verbal y por escrito. Un año después, la polarización política impidió a Vicente Fox el ingreso al recinto legislativo. Sólo se le recibió el informe por escrito. El 1 de septiembre de 2007, Felipe Calderón  llegó hasta el Congreso y pronunció sólo unas palabras para hacer entrega del documento. A partir de ahí, Felipe Calderón ha llevado a cabo ceremonias fuera del recinto, sin el engorro de opositores y rodeado de amigos. Así ha sido en los últimos tres años. Esta vez, el hermoso edificio de Palacio Nacional fue el marco escogido para presentar su cuarto mensaje.

Los cambios en el formato del informe y la desaparición de la fastuosa ceremonia se explican por lo acontecido en el 2006. Desde el gobierno de Miguel de la Madrid habían iniciado las interpelaciones y los cuestionamientos a la absurda y acartonada ceremonia. Sin embargo, no sería sino hasta los cuestionamientos derivados de la elección presidencial de 2006 cuando las formas cambiaron.

Lo paradójico es que no pocos extrañan las ceremonias de antaño cuando se derrochaban recursos y quienes asistían iban a aplaudir y a dejarse ver. Se trataba de ceremonias que podían durar cinco horas donde se iban desgranando los grandes logros producto del liderazgo y la sapiencia de un solo hombre.

No pocas voces insisten en que debe  regresar la obligatoriedad de la presencia del presidente en el Palacio Legislativo para presentar su mensaje. Creo que  eso no resuelve el problema principal: la ausencia de un verdadero debate sobre el estado que guarda la Nación. Escuchar un monólogo, sin debate, no contribuye al entendimiento de la situación por la que atraviesa el país y menos a resolver los problemas. En muchos países de democracia consolidada, el debate entre las fuerzas políticas es una práctica aceptada. En México sólo escuchamos una visión de las cosas; cuando deberíamos exigir la pluralidad y el debate como prácticas cotidianas.

Al final creo que si fuera realidad todo lo que nos han contado los presidentes, estaríamos hablando de un país democrático, desarrollado, sin desigualdades, sin pobreza, sin exclusiones, sin violencia, sin asesinatos masivos de migrantes. Por desgracia para el mundo ideal, la realidad discurre por otras vías. Pese a los logros y los buenos deseos, creo que estamos más cerca de los países pobres que de las democracias nórdicas.

Investigador de El Colegio de la Frontera Norte.
victorae@colef.mx

 

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