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13 septiembre 2010
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Reforma, Metro y la doble moral
Agustín Acosta

A finales de los años ochenta colaboré en algunas ocasiones con el entonces diario oficialista El Nacional. La edición local la dirigía entonces nuestro buen amigo Héctor Franco; y recuerdo con precisión que un domingo salí de mi casa para comprar El Norte, que pesaba aproximadamente unos 900 gramos (casi un kilo) de papel y tinta, muy  pesado. Pero al abrir sus páginas me encontré que por cada nota informativa en sus distintas secciones, contenía más de un tercio de cada página de publicidad.

Entonces, ya picado en la curiosidad, salí a comprar un ejemplar de El Porvenir y en una balanza de un negocio pesé cada uno de los diarios y me di cuenta que éste contenía más de un 80 por ciento de información, por 20 por ciento de publicidad; mientras que aquél, en su edición dominical, contenía un 75 por ciento de publicidad, por un 25 por ciento de información.

Esto me dio pauta para escribir mi colaboración semanal en El Nacional, artículo en donde me hacia la pregunta de por qué la población de Monterrey y su área metropolitana prefería comprar las publicaciones de la Editora El Sol (El Norte y El Sol) que ofrecían una información sesgada y mañosa, donde exhibían su doble moral, pues mientras que en su edición matutina El Norte destacaba las “virtudes morales y filantrópicas” de la oligarquía regiomontana, las buenas obras de algunas virtuosas damas; amen que se consagraba este diario como el vocero del entonces poderoso Grupo Monterrey; por la tarde en El Sol (y su nuevo hermano Metro) se exhibía (y exhibe) sin ningún rubor y descarnadamente los accidentes y crímenes cometidos durante la jornada, aunque llenaba  (y sigue llenando) sus páginas interiores de anuncios de burdeles, fotografías de desnudos, y anuncios de ocasión, donde se oferta “la carne fresca”, tanto de jovencitas como de los modernos “efebos”. Doble moral, decía entonces aquella colaboración mía.

Ahora es Televisa quien desnuda al Grupo Reforma y sus publicaciones y descubre esta doble moral de la poderosa familia Junco, propietarios de esta casa editora y otras en el país. Tarde se descubre que han sido promotores del vicio y de la prostitución, y quienes coadyuvaron al relajamiento de las mejores costumbres de nuestra región, a ellos principalmente les debemos que Monterrey se haya convertido en un gran burdel y que en sus páginas encontremos la guía o tour de algunas noches de desenfreno.

Quizá  los Junco se están aprovechando que los diarios impresos ven pasar rápidamente sus mejores tiempos ante el avance, antes insospechado, de los modernos medios de comunicación y la cada vez mas rápida y eficaz tecnología. De cualquier modo, tendremos que denunciar y combatir esta dolosa e hipócrita doble moral de uno de los prototipos de la información “moderna”.

¿Podrán detener en este comercio indiscriminado del papel y de la tinta a un grupo tan influyente?

¿Podrá la actual legislatura meter en cintura a los mercachifles de la información, sancionado leyes que regulen esta situación?

Ahí está el reto.

 

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