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13 septiembre 2010
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Poco hay que celebrar
Samuel Schmidt

Las celebraciones siempre son importantes, ayudan a elevar el ánimo y meten un sentido de fiesta que es útil especialmente cuando las cosas van mal. No hay duda que para los mexicanos la alternancia no fue una celebración por la salud democrática porque los que reemplazaron a los corruptos del PRI resultaron peores en todos los sentidos y hoy la gente vuelve al malo por conocido. México sufre la maldición del gatopardismo, donde se renueva todo para que no cambie nada.

Hay en México una sensación de que el país se hunde. Que los dos años que le quedan a Calderón presagian no solamente nubarrones negros sino una tempestad para cuyo impacto el gobierno es incapaz de reaccionar. Hay quien indica que su incapacidad es tal que no pudieron terminar el monumento conmemorativo y hay hasta quien rememora el boato con el que Porfirio Díaz celebró el centenario y eso que el país tampoco pasaba por una circunstancia positiva en ese entonces. El país está asolado por el principio del año de Carranza, porque el de Hidalgo, usualmente el último del gobierno, ya no alcanza –éste era el llamado de “ay de aquel que deje algo”-. La depredación ya no es de fin de ciclo sino el signo del ciclo.

En la historia de México aparece como una sombra la guerra con Estados Unidos, que llevó a perder medio país. Esa pérdida hay que explicarla en gran medida debido a la carencia de una visión de construcción nacional y a la prevalencia de pugnas y profundas divisiones internas, pero para disculpar su inoperancia las élites políticas enfocaron las culpas a los apetitos del fantasma de la intervención extranjera que se ha instalado en la conciencia nacional. El folklore se refiere a los masiosares a quien hay que temer.

En su libro memorable Los Grandes Problemas Nacionales, Andrés Molina Enríquez sugiere que de no resolverse la problemática nacional se corre el peligro de que haya una revolución, o bien de que alguien de afuera venga a arreglarlos. Llegó la revolución y no podríamos decir que los arregló, porque a cien años de la publicación del libro las cosas siguen bastante problematizadas y ya apurados, posiblemente peor.

En su ensayo La Crisis de México, de Daniel Cosío Villegas, dicen que a partir del mismo se volvió historiador, no solamente decreta la muerte de la revolución mexicana, sino que también eleva la admonición de que si no arreglamos nuestros problemas, llegará alguien de afuera a hacerlo.

Cuando se preocupan de que alguien de afuera venga a arreglarnos las cosas, Molina y Cosío se refieren a Estados Unidos, pero uno es porfirista y el otro priista, ambos conservadores. Su temor se refiere a la incapacidad de atender los problemas y simultáneamente a perder al país, porque si en pro de la doctrina Monroe los vecinos se quedaron con medio país, ahora pueden aducir que por cuestiones de seguridad nacional pueden quedarse con todo y de paso resuelven problemas de abasto de petróleo, plata, mano de obra. Un cínico decía: que se anexen al país, así manejamos Cadillac, hablamos inglés y salimos con gringas.

Ha surgido un debate sobre la celebración, aunque hay el intento de convertirla en evento mediático, ya que los gobiernos temen que el crimen organizado, que está cobijado por instituciones gubernamentales, agreda a la sociedad. Que si no hay nada que celebrar, lo que me parece una falacia, cuando alguien está enfermo, aunque sea terminal, con más ganas se le celebra el cumpleaños.

Algunos temen que si al gobierno le sale bien la fiesta, entonces tendrá combustible para quedarse en el poder. Bastaría con ver a Porfirio, que tuvo que pelarse por Veracruz, y en barco, después de la fiesta.

La paradoja ante la que se encuentra el PAN es que se han dedicado a agredir a los héroes que construyó el liberalismo, e intentaron matar las efemérides políticas que construyó el PRI, sin entender que la historia política es de todos.

Su pobreza intelectual no les permitió ver que podían rescatar del pasado a sus propios héroes; en cambio, tratan de entronizar héroes actuales de pacotilla, sin estatura histórica.

Los eventos históricos son innegables. La revolución de 1810, que destruye a la época colonial, y la guerra civil de 1910, que tira a la dictadura, son momentos definitorios para el México actual. Su conmemoración es importante para la construcción del futuro, pero esto no lo entendió Calderón, para él esto fue sólo motivo de ocio político, al decretar un asueto de tres días y así ha ido construyendo su imagen histórica, el político que no entendió el uso social del poder.

Los mexicanos ya sabrán celebrar individualmente su pasado.

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