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2 Noviembre 2010
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Y todo por estudiar
Héctor Franco Sáenz

El clásico camión materialista decía lo contrario al título del presente artículo; en la parte trasera del vehículo la frase era: “y todo por no estudiar”, asumiendo el trabajo como castigo, haciéndose eco del “negrito del batey” que alegremente nos presentaba al trabajo físico como un mal.

Así fue como en la vida cotidiana se fue presentando al estudio como una alternativa decorosa y de mayor prestigio al que podía representar el trabajo manual, llegando a ser común escuchar la expresión del padre: “yo quiero que mis hijos estudien, que vayan a la universidad; es la mejor herencia que les puedo dejar”, aspiración que la madre se encargaría de operar en principio con los hijos varones y luego con las mujeres.

Entonces, cuando el país dejaba de ser mayoritariamente rural y experimentaba un crecimiento económico sostenido, hace cuatro o cinco  décadas, quién iba a pensar que el estudio (y no el trabajo) se iba a convertir en un castigo, aunque suene paradójico, y si el hijo logró alcanzar por ejemplo un título de abogado, filósofo, médico o contador, ahora lo que sus padres preguntan es: ¿para qué estudiaste si no tienes trabajo?; o se encuentra empleado, si bien le va, en algo que no estudió.

“Cosas son del tiempo” decía el experimentado sabio, lo que en una época fue bueno y productivo, al paso de los años presenta el sentido contrario y constituye un lastre, como ha venido a suceder con la educación superior en México que vive una de sus peores crisis, la que ha conducido a que el Secretario General de la ANUIES (Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior), Rafael López Castañares, a urgir “al Gobierno federal, a los Gobernadores y a la iniciativa privada, a realizar un análisis amplio de la situación social por la que atraviesan los jóvenes del País para fortalecer sus oportunidades”1.

Afirmó que no es suficiente abrir espacios a jóvenes para que terminen la universidad, cuando México no genera lugares para darles empleo, porque  "Después de cuatro años (de licenciatura) y en el mejor de los casos (los) que acaban maestría y doctorado, ocho años, ¿qué vas a hacer con ellos?, el trabajo tiene que ser entre el Gobierno federal, entre los Gobiernos estatales, entre la industria privada, entre las universidades". Señaló que un objetivo es egresar a cada vez más jóvenes con educación de calidad, sin embargo, no es suficiente porque también se requieren espacios para emplearlos”2.

A pesar de la notoria falta de autocrítica, lo anterior no quiere decir que estudiar no sea bueno, lo que ha sido desfavorable es el alejamiento de las escuelas del mundo productivo. Por ejemplo, en las actuales universidades se ha vuelto común encontrar que quienes tienen a su cargo la enseñanza en diferentes carreras son personas que no trabajaron en lo que estudiaron y por diferentes razones se quedaron a dar clases, pasando a engrosar el “incesto académico”.

De este fenómeno se empezó a hablar desde principios de los ochentas, cuando “los que sabían”; que habían estudiado una carrera contaban con experiencia profesional en hospitales, despachos o juzgados, por ejemplo, práctica que los facultaba para la enseñanza, pero que empezaron a retirarse de las aulas por motivos de la edad y/o de su jubilación, sin haber previsto las universidades cómo se iban a substituir tan importantes elementos, que con su experiencia profesional le daban sustancia a la cátedra.

Otro elemento que contribuyó a esa pérdida del sentido de los estudios profesionales, fue la fiebre por alcanzar (y otorgar) títulos, alentada por las propias autoridades y los propios “orientadores vocacionales”, que no alcanzaron a distinguir la diferencia entre lo que es escolarización y lo que significa una educación (formación) para la vida. Desde hace ya tres o cuatro lustros Guevara Niebla dijo que en México se ha dado por escolarizar pero no por educar, al irse diluyendo el sentido formativo de la educación.

Entre los factores de la crisis aparece otro que pondrá contra la pared a las instituciones y sus prácticas de formación profesional, siendo éste el vertiginoso desarrollo tecnológico que empieza a transformar la producción en forma directa, con innovaciones y desarrollos tecnológicos que habrán de llegar a las universidades mucho después. Mientras, la cátedra ha de continuar con más teoría que práctica, y alejada de lo que en las empresas sucede.

La forma en que el modelo de desarrollo económico funcionó hasta los sesentas, como menciona en su artículo Edilberto Cervantes este lunes en 15diario, presentaba como a los estudios universitarios como una vía segura para el ascenso social, elemento que ayudó a construir un mito en derredor de la eficacia de los estudios superiores, cuestión que las crisis económicas de las últimas décadas del siglo XX, se encargaron de derrumbar.

A pesar de ser esa realidad tan evidente no se ha afrontado con responsabilidad, dado que los esfuerzos que realizan las universidades y otras instituciones públicas para ofrecer una educación pertinente, actúa en su contra lo que se hace todos los días al autorizar más y más negocios particulares con el membrete de instituciones educativas, donde se ofrecen títulos profesionales “exprés”, con muchas comodidades, dado el ahorro de tiempo y esfuerzo con que se consiguen.

Así, fue más fácil mandar a los hijos a estudiar, las familias requerían que se los “cuidaran”, ahora desde los primeros meses en la guardería y hasta donde se pueda, la cuestión es que estudien, “que batallen los maestros, para eso les pagan” y que no se les ocurra suspender clases porque el problema es “quién va a cuidar los niños”.

Hacer lo anterior se convirtió en una salida cómoda; el para qué hacerlo llegó a no importar, “la cosa es que estudien”, pero ¿si terminan la carrera y no encuentran trabajo?, bueno, eso tampoco importaría mucho porque como dijo aquel rector: “que sigan estudiando, una maestría o un doctorado, hay que prepararse para competir, por eso la educación es por competencias”, o como dijo el rector de la casa de enfrente ante el constante crecimiento del número de sus egresados en el desempleo: las instituciones deben ser “incubadoras de empresas” y fomentar el “emprendedurismo”, como una forma de mantener los niveles de su matrícula y de paso seguir vendiendo ilusiones, así como alimentando “el mar de las frustraciones”, ante el desencanto de los esfuerzos invertidos.

1 Reforma,  29 octubre 2010
2 Idem.

 

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