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7 Diciembre 2010
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Lo valioso de la formación técnica
Héctor Franco

Aparte de la importancia que el aprender a hacer tiene en la formación de la personalidad, como se ha comentado en este espacio, un significado especial, vital, porque ayuda a ser, es el que tiene aprender un oficio por la forma en que su ejercicio contribuye a la realización del individuo, amén de la satisfacción de necesidades materiales que una actividad productiva proporciona para a partir de esto, tener éxito en la vida.

En la historia de Nuevo León tenemos ejemplos importantes que ilustran lo antes dicho, como es el caso de Miguel F. Martínez quien en las “Memorias de mi Vida”1, texto del que es autor, nos narra lo determinante que en su vida fue cuando a los doce años, había nacido en 1850, nos dice: “sólo me dediqué a la música y a la pintura” mientras se abrían los cursos en el Colegio Civil ya que había terminado sus estudios primarios.

La pintura la aprende trabajando con su padre, quien recibe por lo general la encomienda de pintar casas, pero su fuerte eran los rótulos para tiendas, o cuadros de paisajes o de flores. Entre los lugares importantes que pintó estaban algunas casas comerciales y del propio Palacio de Gobierno, ubicado en el cruzamiento de las calles de Morelos y Escobedo, pero lo determinante en su vida personal fue la pintura de la tienda “El Guerrillero” de don Rafael Melo, donde: “emprendí el trabajo con verdadero entusiasmo porque iba a ser obra de mi pincel exclusivamente. Hice en pequeño el modelo y mi papá lo aprobó con elogio.”

Otro componente importante de su perfil profesional, además del dibujo, fue el de flautista habilidad que inicia en su casa, con su padre, quien “me dibujó la tabla correspondiente  a la escala de re-mayor, y después, a falta de un método de aquel instrumento, emprendí la tarea de tocar todas las lecciones de solfeo que había cantado y cuanta música fácil llegó a mis manos amén de los ejercicios que yo inventaba para adquirir una buena ejecución.”

En el ejercicio de su oficio como flautista, llegó a tocar en la principal orquesta de Monterrey, “la de un señor Miguel Gómez”, después de haber andado tocando, para ganarse la vida y ayudar en su casa más cuando su padre cae enfermo, amenizando “en algunos bailecitos, que ni siquiera de segundo pelo podían llamarse sino de cero pelo”, como uno de ellos que se efectuó por el rumbo del “Topo Grande”

Con dificultades y sorteando vicisitudes, ya que le toca ser alumno en el Colegio Civil cuando los franceses tomaron Monterrey, logra terminar sus estudios secundarios en el año escolar de 1867 a 1868, y cuál sería su sorpresa cuando se anuncia que en esa institución, ya con la República Restaurada, empezaran a ofrecer carreras cortas y no sólo las carreras largas como hasta entonces se hacía.

Comenta en el texto de referencia, que al concluir el ciclo preparatorio en 1867, en la Ceremonia de Graduación, lo siguiente:
¡Qué ignorante estaba yo al comenzar aquel acto que en un instante de aquella noche iba a cambiar el rumbo de mi vida! Cuando estaba yo por terminar mis estudios secundarios, pensé, que era natural, en la carrera que habría de emprender; y me decidí a estudiar para notario2, no porque me sintiera con gran vocación para ello, sino porque de no ser eso, solo podría estudiar para abogado, para médico o para sacerdote, lo que no podía ser porque mi carácter no era para pelear (ni de pico), porque para aprender medicina (que era a lo que me sentía más inclinado) necesitaba tener mucho tiempo disponible para el estudio, y yo tenía que trabajar mucho para el sostenimiento de mi familia porque mi papá seguía enfermo; y porque el sacerdocio era incompatible con mis ideas y mi temperamento. Además yo necesitaba emprender una carrera corta como era la de notario, que se hacía en tres años, porque ya era insostenible la situación de mi casa.

Pues bien, cuando en aquella distribución de premios oí al director que en su informe decía que en el año entrante iba a crearse una clase de agrimensura, carrera que se hacía en cuatro años, dos de teoría y dos de práctica y que daba por razón la necesidad de formar ingenieros topógrafos porque solo había uno en el estado, inmediatamente pensé en que se me abría un nuevo campo, en el que podría luchar con probabilidades de éxito, porque tenía ya vencida una parte del trabajo, el dibujo topográfico, una vez que dibujaba ya mucho a pluma. Instantáneamente resolví hacerme topógrafo…

Así fue como Miguel F. Martínez se convierte en ingeniero topógrafo, carrera que se le facilita, como en el mismo texto lo dice, por su facilidad para el dibujo, misma habilidad o competencia como hoy se dice, que le habrá de abrirle las puertas para luego convertirse en maestro de primaria, todo en una época en la que los colegios eran los que otorgaban las licencias, es decir los permisos para ejercicio de determinada profesión, como fue hasta que la SEP asumió esas facultades.

Como se asentó, las virtudes artísticas y la habilidad para el dibujo, fueron claves en la vida de Miguel F. Martínez, debido a las dificultades para ejercer de topógrafo por lo enorme de las distancias que se debían recorrer y las dificultades familiares, hizo caso a uno de sus amigos que lo convenció que fuera al municipio a pedir trabajo como profesor de primaria, a lo que en principio se negaba, pero ante el argumento de que “fulano y fulano” ya estaban de maestros luego de ser “despanzurrados” al estudiar en una carrera larga; atendió el exhorto.

Al poco tiempo se encontró en un salón de clases, admirado por sus alumnos y reconocido por sus padres, todo porque al tener pocos años de querer superar una enseñanza memorista y repetitiva como lo fue por siglos, a lo mejor sin saberlo, inauguraba en Monterrey una educación a través de los sentidos al llenar de ilustraciones las paredes del salón de clases, todo por su habilidad para el dibujo que en un tiempo desarrolló al trabajar con su padre.

Esas fueron las bases de la formación profesional de quien fuera, entre otras cosas, el organizador de la “Primera Exposición Industrial y Comercial de Monterrey”, cuando las exposiciones eran algo más que una marca de cerveza; Director General de Instrucción Primaria del país y de quien hoy, lo que fuera la “Escuela Normal de Profesores” y la “Escuela Normal para Señoritas”, lleva su nombre.

1.- Miguel F. Martínez, Memorias de mi vida, Fondo Editorial Nuevo León, Secretaría de Educación Monterrey, N. L., 1997. Prólogo de Alfonso Rangel Guerra.
2.- Notario: Escribiente.

 

 

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