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30 Diciembre 2010
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Revolución a la tercera potencia
Guillermo Lozano Jr.

Ha existido una idea imperante desde el Romanticismo; una segunda revolución artística que encumbraba –después de la del Renacimiento– al ser humano y no al Dios; al individuo y al sentir, y no al todo y la idea de la perfección racionalista  clásica.

El Renacimiento, el Romanticismo y, bajo los magnánimos correlatos del marxismo y el sicoanálisis, las vanguardias en el siglo XX, fueron revoluciones artísticas en el sentido de que resquebrajaban la clásica percepción de la filosofía  platónica y aristotélica acerca de la mímesis o imitación de la naturaleza y realidad circundantes; además de las burdas y totalitarias del medioevo y las dictaduras de que el fin último de la creación sea alagar a un ser superior (llámese Dios o Estado).

Sin embargo, estos imperativos históricos de la subjetividad y la conciencia dialéctica de lucha, fueron también cuestionados y/o reinterpretados respecto a sus finalidades concretas desde las teorías literarias formalistas y estructuralistas, hasta las estéticas de la cultura (Semiótica, Hermenéutica, Estudios Culturales) y las posmodernas tendencias filosóficas del llamado “pensamiento débil”,  ya entrado el siglo XX.

A grandes rasgos, tanto en términos creativos como teóricos –porque teorizar es también crear– decir la palabra “arte” es significar revolución, puesto que, como la mente y sentir humanas, el universo creativo es dinámico, dialéctico, dialógico y cambiante.

Más que pretendido irracionalismo, libertad y ensueño –disfraz racional perfectamente logrado por ejemplo durante el Romanticismo como reacción ante el Neo-clasicismo– las revoluciones creativas de aquellos momentos históricos fueron  indicativos de  cambios de conciencia a nivel social… o de su necesidad, al menos. 

Dejando de lado padrinazgos mesiánicos y la cuestión mediático-ideológica que encumbran ciertas ideas en el tipo de arte que difunden y nombran como tal, desde siempre y a nuestros días, las revoluciones del arte y su conciencia crítica –es decir, teórica– ocurren a tres niveles: primero como franqueamiento del espíritu creador; es decir, como mirada íntima de una sensibilidad individual que busca expresar lo que piensa. Segundo: cuando una vez plasmado el texto artístico, este hace mella en la conciencia dialógica del otro (llámese lector, espectador o escucha). El tercer momento ocurre cuando ese cúmulo de ideas y sentires propuestos en una obra artística crea conciencia y sensibilidad de un entorno social determinado y, sin proponérselo de antemano, da voz o iconiza el sentir de un grupo de individuos.

Sin embargo, y no exento de involuciones, el dinamismo teórico-creativo ha sido objeto de aberrantes interpretativas; como por ejemplo la incorporada por los ideólogos nazis acerca del superhombre nietzcheano encarnado en Hitler, o la ilustre sensibilidad de Karl Marx para escribir acerca de las inconsistencias del capitalismo en su tesis doctoral, vueltas sistema dictatorial y hegemonía bélica por algunos gobernantes y cancilleres de la ex Unión Soviética.

Pero pensando en términos humanistas y no tiránicos, la revolución a la tercera potencia –que es “el grado cero de la escritura”, de  acuerdo con Roland Barthes (2006: passim)– no siempre ocurre con sus creadores en vida y, sin embargo, vaticina un tiempo venidero. Lo que el arte sublima y es voz significante para un grupo de individuos, se vuelve  derecho humano, lucha social y logro las más de las veces, muchos años después.

Habrá que esperar lo que vendrá después de la realización hoy en pugna  de las libertades sexuales, los derechos  de los gays y el logro de igualdades laborales entre hombres y mujeres, coreadas en canciones de John Lennon y Bob Marley, y concientizadas desde las luchas de los años sesenta:   contracultura de un tiempo al que a nuestros días, le faltan aristas por explorar, tales como: la cultura respecto al consumo de drogas y la validez real de los derechos para nuestros “héroes de la clase trabajadora”; arena social y políticamente artística a la que pertenecemos la mayoría de nosotros.

 

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