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948 13 Diciembre 2011

Robo en las alturas
Lylia Palacios

M
Tower Heistonterrey.-
Acabo de ver la película Robo en las alturas (Tower Hesit/ Dir. Brett Ratner/2011). Sin ser los protagonistas, Ben Stiller y Eddie Murphy, santos de mi devoción cinéfila, me atrajo el resumen del periódico: “Comedia de acción y aventura sobre un grupo de empleados que deciden tomar justicia por propia mano cuando son defraudados con su fondo de retiro”; el tema y el frío fueron suficientes argumentos para concederles el beneficio de la duda y valió la pena. El cine sigue siendo una de las ventanas sociológicas más interesantes y entretenidas, por supuesto.

Entre sus muchas gracias, una es que nos acerca a diversas problemáticas sociales, que aún no constituyen temáticas de investigación académica o que de plano no llegan a convertirse en tales, ya sea por las reducidas dimensiones del fenómeno social en cuestión, por los tiempos que requiere una investigación académica, o simplemente por falta de interés. Sólo por mencionar algunos ejemplos, quién nos iba a decir que la temática narco-delincuencial de las películas setenteras de los hermanos Almada, habría de expandirse en el país como ahora lo vivimos.

Al mismo tenor, ahí está todo el horror del tráfico de mujeres para la prostitución y la corrupción gubernamental que nos reveló Las poquianchis, de Felipe Cazals, también en los setenta. Y qué decir del cine británico e irlandés que evitan el olvido de los estragos sociales del ocaso del estado de bienestar, a través de las historias de los mineros y trabajadores siderúrgicos. En fin.

Pues la comedia gringa que vi, se inspiró en los atracos financieros de los últimos años y se fue hasta la base de la pirámide social para realizar un divertido cuento de hadas, pero no por ello frívolo. Sí, la película se encarga de cuestionar qué tan real es el discurso de la conciliación entre las clases sociales, vivido a través de prácticas paternalistas que alientan cierta familiaridad entre patrones y trabajadores, obteniendo los primeros, por lo regular, la lealtad de los segundos. El límite de tal “armonía” es el dinero.

Así, en un escenario laboral multicultural y multirracial, como tiene que ser en Nueva York, todos, desde el leal administrador del lujoso edificio hasta el lustrabotas, ven desaparecer sus pensiones al ser defraudados por un noble y simpático financiero, que por el perfil y la edad del personaje, debe haberse inspirado en Bernard Madoff. Ante el hecho sucede algo interesante: enfrentar al poder no es cosa que se haga solo, hay que hacer equipo, actuar solidariamente, y lo hacen. Ustedes saben si la van a ver.

La película, insisto, es simple y con todas las sobreactuaciones gringas, pero no deja de llamarme la atención que mientras que este tipo de cine rescata a los asalariados sin victimizarlos, se mofa del discurso empresarial de “ponerse la camiseta”, le echa porras al espíritu solidario, con temáticas tremendamente actuales y vivas; México anda recogiendo premios por la película El infierno, que todos vimos y sí, nos muestra una realidad viva, pero no sólo viva en cuanto a la extensión de la economía delincuencial y de la violencia de todo tipo, viva porque también sirve de espejo a nuestra casi nula participación social, a nuestro impertérrito individualismo: ‘contra el poder (el que sea) no se puede’. Y siempre tras nuestro destino fatal, recordemos que El infierno termina con la escena del arribo del nuevo y joven delincuente.

Cómo remontar el lastre histórico del pragmatismo de la resignación, pues como bien dice don Pablo González Casanova: el pobre aprendió que le sale más caro protestar que aguantarse.

Obviamente no sé, pero creo que, además de intentar preocuparnos y aprender a ser solidarios con alguna de las muchas demandas sociales que pequeños grupos enarbolan en la ciudad, también hay que reivindicar la cara limpia y divertida de la vida, ¡como una buena película o una buena charla!, pues estoy convencida de que el pesimismo es una de las autoderrotas más cómodas.

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La Quincena Nº92

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