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CRÓNICAS DE UN BOSTEZO
CAMIÓN URBANO
Aureo Salas
Gente que sueña y lo registra con un especialista que se dedica a desentrañar los mensajes subconscientes de las fantasías oníricas.
Esto es parte de sus expedientes…
Archivo #1935
Arturo Pineda – Mecánico
14 de junio 2008
Era un día feo, hacía un montón de calor, venía del taller y estaba esperando el camión en Félix U. Gómez y Ruiz Cortines. Me senté en la parada del camión para esperarlo, me recargué en el tubo cromado, bostecé y cerré los ojos un momento.
Cuando los abrí ya venía mi camión, y lo reconocí por los colores y el número de ruta, porque el vehículo era grande y moderno, nada que ver con los armatostes que andaban circulando por la calle en estos momentos. Me levanté y le hice la señal para que se detuviera.
¿Cuánto cobrará?, me pregunté.
El camión se detuvo casi sin hacer ruido. De arriba bajó un hombre trajeado, vestido igual que el chofer, supuse que era otro chofer, pero hablando de forma amable, ayudó a subir a dos ancianitas y una mujer embarazada mientras les cobraba, entonces supe que era ayudante del conductor.
—¿Va a la Emiliano Zapata? —le pregunté nervioso.
—Por supuesto —respondió el ayudante del conductor.
Me dio un boleto, le di diez pesos y me regresó cuatro.
Cuando subieron todos y se acomodaron en los asientos, el chofer aceleró poco a poco hasta alcanzar una velocidad considerable. El interior del camión era impresionante, todo nuevo y limpio, me senté en una especie de reclinable que resultaba muy cómodo y el clima de la unidad era muy placentero.
Instantes después, el ayudante del chofer pasó por los asientos, hasta que llegó conmigo y me dijo:
—¿Se le ofrece agua, un refresco… botana?
—¿Y a qué hora aterrizamos? —le sonreí sarcástico.
En ese momento se escuchó una suave música en el interior del camión y, de fondo, la voz del conductor que avisaba: “Buenas tardes, pasajeros, vamos a pasar por un paso a desnivel… si van a bajar antes, favor de tocar el timbre… si no, la parada es tres calles más allá y después deberán caminar mucho para llegar a su destino. Gracias”.
—¿Oiga —le pregunté al ayudante del conductor—, pero qué pasa si chocamos? ¿Nos van a pasar a uno de los camiones feos?
—Claro que no —respondió—, si chocamos, cosa que no pasaría porque los choferes estás muy bien capacitados, se les lleva en ambulancias particulares a los mejores hospitales de la ciudad. Cosa similar pasa si una unidad se descompone, algo imposible porque los vehículos son revisados por mecánicos todos los días, si llegase a ocurrir un incidente, pues todos los pasajeros son enviados a sus hogares en taxis contratados por la empresa. ¡Es el seguro del viajero!
En ese instante, un chirrido de metales tallándose entre sí me despertó de una manera brusca y salí de mi espejismo. Eran los frenos de mi camión los que me despertaban. Batallé para levantarme y agarrar equilibrio. La gente se arremolinaba de manera grotesca para subir al cachivache mal pintado y oxidado y, antes de que la última persona subiera, comenzó a acelerar; en eso, los chiflidos inconformes de algunos pasajeros se comenzaron a escuchar. Corrí para alcanzarlo y treparlo, pero el camión aceleró y me dejó corriendo a media calle.
Enojado me regresé a la banca cromada de la parada del camión y volví a sentarme en ella, por un sueñito iba a llegar tarde a mi casa.
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