cabeza
Google
fechak

p67s

pltk

onglogo

iconkult

barraploata

indexind

barraploata

indindk

barraploata

sanind

barraploata

salind

barraploata

gomind

barraploata

corind

barraploata

cepind

barraploata

cordoind

barraploata

EL ANCIANO DEL HOSPITAL
Aureo Salas

culturalogoLa sala de espera del hospital estaba llena, siempre es así, y la mayoría de la gente era de otros estados, también siempre es así. Personas sollozando, pensando o esperando por la salud de algún familiar internado.
Josué encontró un asiento vacío entre tanto bullicio y se sentó, traía un brazo vendado y se encontraba abstraído. Se sentía una persona mala, pues horas antes había cometido un asalto y lo habían herido de bala.
En el asiento contiguo estaba una persona de edad avanzada, a su ver de muy baja posición, en el rostro y las manos del viejo se veía una vida dura y difícil.
—Me llamo Josué —le dijo al anciano—, la verdad no soy un hombre malo, pero hoy lo fui… ya no quiero saber nada de lo que este día pasó…
El anciano volteó a mirarle, sus ojos eran profundos y cansados. El viejo le sonrió y volvió su vista al frente.
—Mire… hace rato cometí un robo —dijo Josué, el anciano le miró de nuevo un instante y después desvió la vista al gentío—, pero no se asuste, oiga… no soy malo…
El viejo seguía con la mirada el movimiento de la gente.
—Mire — prosiguió Josué—, le voy a contar algo, pero escúcheme… si no quiere nada, dígamelo… pero quiero platicarle esto al alguien…
El anciano volvió su vista a Josué, le sonrió y asintió.
En ese momento, una persona de aspecto humilde y acento pronunciado, se acercó al viejo, sujetaba a un niño de la mano.
—Papá —le dijo el sujeto al anciano—, voy a sacar un rato al chatito… tiene sed… a ver si le consigo qué tome sin gastar un centavo… ya ves como se va el dinero aquí…
El viejo le sonrió a su hijo y acarició el pelo del niño.
Cuando el hijo del anciano salió, Josué respiró profundo.
—Soy un hombre de familia —dijo—, tengo hijos grandes y uno acaba de entrar a la prepa… estoy contento con mi familia… pero desde hace un mes que no tengo trabajo, entonces, desesperado robé… y lo planeé y todo… asalté al de las nóminas de una fábrica que está por la casa… le quité el carro con todo el dinero, pero andaba armado y me disparó… me rozó el brazo… aquí les dije que me corté con la ventana y me cosieron… pero le voy a decir algo… ya no quiero ese dinero, me siento mal trayéndolo conmigo… por algo no me atraparon, fue como una señal…
El anciano le dirigió una mirada profunda.
—Ya no lo quiero —continuó Josué—, mis hijos no son malos… están chiflados y de repente te dan unos sustos de miedo, pero somos una buena familia. Mi esposa no tiene queja de mí y yo no tengo queja de ella… ella también trabaja y sigue trabajando… y nunca me ha reclamado que no tenga trabajo, aunque sabe que todos los días salgo para buscar algo… por eso no quiero ese dinero… que ahorita no lo traigo, si no, lo aventaba aquí en medio, para que todos hicieran algo de provecho con ese dinero que ahora siento como sucio…
Josué volvió a tragar una bocanada de aire y preguntó buscando consuelo:
—¿Si me entiende, verdad?
El anciano le miraba tranquilo, luego asintió esbozando una sonrisa.
 —Mire, el dinero no lo traigo… lo escondí… ¿conoce Apodaca?
El anciano asintió.
—¿Entonces conoce Huinalá?
El anciano volvió a asentir sonriendo.
—Bueno… escondí el dinero en la plaza de Huinalá… la plaza tiene farolas, y en medio hay una, es más grande que las demás… ahí, en el hueco donde están los cables, eché la bolsa con el fajo de billetes… se lo regalo… usted le va a dar un mejor uso… usted de verdad lo ocupa… Vaya a la plaza y saque ese dinero…
El anciano asintió y le apretó un muslo a Josué como señal de aprecio. Josué se levantó dejando ahí el peso que le resultaba ya imposible seguir cargando y salió del hospital liberado de la dolorosa tortura de su conciencia.
En ese instante entró el hijo del anciano, venía con su esposa y con el niño.
—Vamos a comer algo, Papá —le dijo el sujeto al viejo que sonreía—, al rato vemos a Mamá… te ves cansado y con mucha hambre…
—¡Agustín! —Le reprochó su esposa—, ¿para qué le hablas si sabes que ya no oye nada?
—¡Híjole!, siempre se me olvida que está sordo…
El anciano sonrió ante las muecas que hacía su hijo y asintió cuando éste le hizo una señal de comida con la mano.

 

¿Desea dar su opinión?

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

 

 

ccivil2

poeind

15h2

qh2

1
2