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MÁQUINAS DESEANTES
CIUDAD DELIRANTE
O PARANOICA
Ángel Sánchez Borges

culturalogoEsta es la primera entrega de una nueva columna semanal a la que he titulado Máquinas Deseantes, en alusión un poco bromista de mi parte a la noción Deleuziano-Guattariana de “delirar el campo social”, en este caso mediante un ejercicio periodístico. Aquí estaré escribiendo algunas ideas que incluyen el asunto de la urbanidad y las nuevas tecnologías, el arte contemporáneo, la música y en general de la experiencia cultural dentro de la ciudad de Monterrey, asuntos que me competen desde hace tiempo y de los cuales me interesa extraer consecuencia, sobre todo apuntando y señalando cuestiones político-culturales que nos conciernen a todos.

         Esto de “delirar el campo social” es también en el sentido de una aventura, referirnos a la cosas maquinando sobre ellas abiertamente, multiplicándolas en muchos sentidos, no sólo disimbolizar sino desubicar las cosas también, haciendo que hablen desde diversos lugares, que se muevan en la soledad  o en el conjunto, buscando no sólo coincidencias sino conflictualidad, sin ensañarnos, más bien operando esas máquinas como rutas sin descanso de donde podramos partir para nuevos “delirios”, una forma de expresar el panorama múltiple y posible sociopolítico de los diferentes Monterrey que cohabitan y exigen una reinvención “delirante” en varios frentes, y por cierto no sólo el delirio paranoide que se vive en muchas zonas de la ciudad y en pueblos enteros de la geografía nuevoleonesa que han sido tomados por ese auténtico binomio ignómino que conforma lo policiaco-criminal.

         Monterrey es una ciudad desactivada culturalmente, y no se trata de que basten eventos literarios, musicales, plásticos para hacerla sensible y feliz, se trata de que la ciudad no ofrece la oportunidad de vivirse como una ciudad “moderna”, con todo el cuidado puesto en el término, pero que sugeriría una cuidad de intereses múltiples coactivándola; moderna por ejemplo en el sentido de empresarios grandes y pequeños invirtiendo en propuestas reales de regeneración de zonas y en empresas culturales varias, como lo planteaba Felipe Díaz Garza hace un par de años cuando habló del modelo de la ciudad de San Antonio, o como está sucediendo de cierta forma en Guadalajara.

         Ya lo dije hace semanas en un artículo que publiqué en Pantagruélica sobre los Condominios Constitución: Monterrey es una ciudad muerta en su urbanidad, porque lo urbano no es sólo el espectro infraestructural de lo citadino, sino que lo urbano es una cualidad de vida, es psicogeografía, aunque en Monterrey la oferta de vida cotidiana común a cualquier ciudad de millones de habitantes se agota en las planchas de cemento y en los giros negros como lo acaba de relatar El Norte este pasado lunes.  Yo invitaba en ese artículo a darse una vuelta desde la Colonia Vista Hermosa hasta la Colonia Fierro, desde  la zona del Tec de Monterrey hasta la UANL: ¿qué tipo de ciudad es esta?  No quiero caer en el juego agresivo de nombrar la saturación de droga y violencia cotidiana, o en las pequeñas ciudades vedadas que se han gestado frente a nuestras narices, porque no es un asunto de defensa de la integralidad ciudadana a la que me refiero, sino en todo caso a que esto ha sucedido precisamente porque no hemos activado las múltiples posibilidades de la ciudad, a que nos hemos bastado con nombrar en blanco y negro la regiomontaneidad y sus enemigos, y que tenemos Universidades embaucadas en proyectos culturales repetitivos y caducos, a instancias culturales municipales desaparecidas, a esos elefantes blancos culturales que son las naves del Parque Fundidora sin proyecto de integración, sin ser ese Centro de las Artes tan cacareado como abandonado, en fin, a una desmovilización del Conarte, que fue el mayor logro post Forum.

         Una ciudad delirante del campo social es una ciudad que se inventa las experiencias de su ciudad, y es un delirio de diferentes agentes social y políticamente activos, pero sobre todo es una ciudad que no sólo se reconoce en su diversidad sino en su divergencia, es una ciudad en donde los agentes más delirantes son sobre todo sus agentes disidentes, que invitan justamente a discutir abiertamente como una forma de sanar el campo social.  Para no ir más lejos, en Monterrey es fecha que las instituciones no toleran una idea contrastante, no digamos radical, sino contrapropuesta al discurso operativo, no necesita uno oponerse ideológicamente,  aquí  todo aquello que apunta a libertad de conciencia y de responsabilidad, como el caso de René Alonso en Radio Nuevo León, exige ser extirpado, por los métodos más rascuaches y degenerados posibles de gente con podercito.

         Nadie quiere opiniones basadas en el interés y la convicción personal (lo que sugeriría una sociedad madura y políticamente abierta) como El Norte que ahora les ha acortado a sus editorialistas el espacio y la capacidad de decisión de los temas, (¡y ellos son el modelo de empresa postmoderna de Nuevo León!) Ahora si quieres escribir un editorial ahí tiene que ser un tema avalado por el periódico, es decir, que haya sido publicado previamente en éste, así vivimos en una ciudad marcada por una agenda periodística parcial a más no poder y que ahoga a su ciudadanía en hacerle creer en una sola forma de expresión, la que trazan ellos.

         Por otra parte está la casi nula y a veces completamente nula comprensión de los diferentes grupos sociales de la ciudad, sobre la existencia de optativas para la reconversión de las zonas urbanas de la ciudad, es decir, la pauperización no es sólo en el sentido de la pobreza física y económica de zonas habitacionales, sino también es pobreza mental, como los demuestran las presiones para que Vidal Medina no creara el teatro alternativo que se había propuesto en un espacio cercano al área del Barrio Antiguo, y la imposibilidad de la comunidad artística para apoyarlo; esto no es sólo un ejemplo de la intolerancia de los vecinos sino también del silencio y de la flojera del medio cultural a quien le pasó desapercibida la situación.

         Así pasa desapercibido por ejemplo el caso de un artista contemporáneo local, promotor de artistas jóvenes y recién premiado con la beca del Sistema Nacional de Creadores, quien fungió como jurado en un concurso nacional hace tiempo y que le está cobrando con obra plástica a una de las jóvenes ganadoras a las que premió, a quien le maneja que está en deuda con él por haberla agraciado con los 50 mil pesos; es decir, no sólo es el problema de quien ejerce el abuso, sino de los abusados, que también participan de la trama por verse integrados a ese medio cultural absorto y por cierto también corrupto, sin importarles las consecuencias. 

En otro lugar he hablado de este incesto cultural en el que nos hemos sumergido, es decir, cómo hemos preferido “familiarizar” la acción cultural para vernos todos relacionados y con una necesidad absurda de pertenencia para no tener que reconocer el conflicto en el que se halla el medio cultural regiomontano, un conflicto no sólo entre sí , sino con la sociedad nuevoleonesa en general, un conflicto que pasa por lo institucional pero que por principio está relacionado con la también casi nula legitimidad que tiene la acción cultural entre la ciudadanía, a quien jamás le va a importar lo suficiente ese medio, mientras más casinos haya para pasar las tardes, noches y madrugadas.

Y en ese mismo giro, el medio se ensimisma, la crisis de la acción cultural se vuelve endémica y todo se re-contextualiza hacia el mismo lugar y el mismo sentido como las cosas se acomodaron a partir de 1995, es decir, aquello que en los años 80 era una realidad: varios periódicos y revistas creando y debatiendo ideas, suplementos reflexionando sobre las artes y la entonces “nueva urbanidad” postmoderna que nos alcanzaba; cuando los festivales de danza y de teatro convocaban experiencias locales, nacionales e internacionales como base, cuando el Encuentro de Escritores y las noches de poesía en varios bares de la ciudad recalcaban las avenencias y desavenencias, aceptaciones o rencillas literarias y sexuales de los concurrentes, cuando de cierta manera Monterrey ampliaba el horizonte de la vida cotidiana en relación con las experiencias artísticas que se iban integrando a la comunidad como realidades por desarrollar y por ver crecer.

Y digo a partir de 1995 porque después de las mesas de discusión que dieron lugar al Conarte, no se han repetido esos encuentros, esas concurrencias, esos debates y aunque los primeros años del organismo le dieron voz y voto a esa integración de posturas culturales, el Conarte sólo ha servido al paso de los años para reproducir las mismas iniciativas entonces vitales que se han convertido en remedos moribundos. Y así Monterrey vive repitiendo la misma cantaleta que año con año se hace costumbre en vez de arribar al siglo XXI innovando; por eso nos conformamos con los mismo festivales de danza y de teatro, viendo el mismo tipo de ejercicio incipiente de creación, por eso nos conformamos con esas mesitas de opinión del Encuentro de Escritores, con ese remedo de festival de cine, con esa feriecita del libro como tendajo de unas cuantas opciones libreras de lo que no se vendió en el año, con esas escuelas de arte desangeladas por decir lo mínimo, desconectadas entre sí, sin diálogo entre lo académico y lo institucional, con empresarios desubicados e ignorantes de que la cultura es también una opción de negocio.

En fin, este es el panorama por el cual irá transitando esta columna, que lejos de ser sólo pesimista y crítica, irá dando tumbos también por delirios esperanzadores, pero quiero terminar con una anécdota y con una pregunta que me interesa que los lectores me respondan: la anécdota es que durante la realización del Forum, uno de los sitios que más atrajo la atención fue el Cabaret. Ahí se combinaron varias artes: el teatro político, la diversidad musical, la tradición mexicana de centro nocturno y la buena bebida y comida a precios relativamente accesibles.  Pues varios empresarios restauranteros y de bares locales se acercaron a quienes idearon esta “carpa”  y les plantearon su interés por crear un negocio local con esas características, ahí se dio una oportunidad, sólo una oportunidad que no se concretó, para darle continuidad a varios proyectos que se pudieron haber desprendido del Forum y extraer mejores consecuencias de las que trajo.

Porque en todo caso el Festival Santa Lucía ha heredado lo peor del Forum: un sub-programa de eventos, opacidad en su manejo  y la infamia de los directivos, que “emergieron” de ese vertedero; padecemos una terrible resaca del Forum, en lugar de haber justamente activado negocios con las compañías que vinieron a ofrecer teatro, con los promotores que trajeron algo de lo mejor del mundo de la música contemporánea, como Konono 1, Bebel Gilberto, o el DJ Spooky, de verlo como posibles modelos de empresas culturales por iniciar en la ciudad, pues en todo caso el Forum demostró que existen los públicos para tales experiencias, públicos que se portaron más que a la altura, como en ese ciclo de Cine-Debate, etc.  Pues no, lo que nos ha dejado el Forum es más bien a gente como Katzir Meza, que ahora se saborea de la mano de Elvira Todd, uno de los puestos directivos en Conarte y de ahí surge mi pregunta, pero una pregunta muda, una imposibilidad de pregunta que sólo puede ser expresada como un gesto compungido y con estos tres puntos entre signos de interrogación: ¿…? 

Seguramente alguien me puede ayudar a formularla mejor, o darme alguna respuesta.
        

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