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LA MONEDA DE DIEZ PESOS
J. R. M. Ávila
—Me robaron mis diez pesos —dijo Bertha la odiosa y más de la mitad del grupo de cuarto año se alegró.
El profesor se acercó a ella y le dijo:
—Busca bien, a lo mejor los traes en la mochila, se te cayeron en el recreo, los gastaste o los dejaste en tu casa y no te acuerdas.
Lo que sea de cada quien, el profesor le buscó más explicaciones pero ella no se conformó.
—En la mañana los traía. Es más, hace rato los traía, pregúntele a Vero. ¿Verdad que sí?
Vero dijo que sí, que se los había visto y que no traía diez, sino treinta pesos y hasta le había comprado una soda.
—Busca bien —insistió el profesor, y él mismo se asomó a la mochila de Bertha y la esculcó mucho rato. Sacó libros, libretas, lápices, plumas, sacapuntas, juego de geometría, vació y sacudió la mochila, y nada. Cómo gocé viendo la cara de borrego moribundo de Bertha. Casi lloraba y la cara se le ponía más y más fea. ¡Y yo que pensaba que ya no podía ser más fea!
—Ya va a tocar el timbre de salida —dijo el profesor levantando la voz para que lo oyera todo el grupo—. Si esa moneda no aparece, nos vamos a quedar en el salón. Así que si alguien la tomó, devuélvala. No importa si se la robó: la devuelve y asunto olvidado. Empiecen a buscar. Si la encuentran, nadie los va a acusar. Simplemente vamos a pensar que alguien se las echó en la mochila y ya.
No dijo más. Todos sacamos libros, libretas, lápices, sacapuntas, juegos de geometría. Vaciamos las mochilas, las sacudimos y nada. La cara de Bertha seguía aborregada, moribunda, porque no aparecía su moneda. Claro que diez pesos no la iban a hacer tan pobre como nosotros, pero ella ponía cara de que iba a pasar hambres.
—Me va a regañar mi mamá —dijo de repente. Muchos volteamos a verla sin poder fingir nuestro contento.
Cuando el profe vio que no aparecía, se puso al frente y dijo:
—Faltan siete minutos para la salida. Si no aparece la moneda, aquí nos quedamos. Yo no traigo prisa. Así que ustedes verán si la regresan o no.
Nos quedamos viendo unos a otros, como sospechando todos de todos. A mí qué me preocupaba. Ni modo que esculcaran el árbol. Y si querían hacerlo, ¿quién iba a saber que yo la había puesto ahí?
—¿Es ésta? —dijo de pronto el profe, y todo el grupo volteó a verlo. Entre dos dedos tenía una moneda de diez pesos y se la tendió a Bertha. Ella la recibió, pero se notaba que a fuerza quería saber quién se la había robado.
—¿Dónde estaba?
—Aquí —dijo el profe señalando el borde de la ventana.
Lo primero que pensé fue: ¿Y si alguien se la encontró en el árbol y la puso ahí? Total que timbró la salida y me quedé ayudando a hacer el aseo. Cuando todos se habían ido, fui al árbol, con temor de que la moneda ya no estuviera. Pero estaba y la tomé. No había duda: el profe había puesto otra moneda en la ventana. ¿Por qué tenía que decir la verdad yo si el mismísimo profesor había mentido? Así que la gasté sin remordimientos.
Y a nadie se lo diré jamás.
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