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¿ÁRBOL DE NAVIDAD? ¿NACIMIENTO?
Esteban Ovalle
Que yo recuerde, en mi casa nunca ponían árbol de Navidad ni mucho menos se hablaba de Santa Claus. Los nacimientos que se ponían eran más bien modestos, los pesebres domésticos eran prodigio de imaginación familiar, tenían mucho heno y las figuritas eran de barro. San José siempre era mucho más chaparrito que la Virgen María, el Niño Dios era inmenso en relación con los tres Reyes Magos, a un buey le faltaba una pata; el elefante de Baltazar tenía la trompa mocha y el ángel de la Anunciación nada más tenía un ala.
Todo ha cambió en los últimos cuarenta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El Papá Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho, pero que no tiene nada que ver con La Navidad, y mucho menos con La Nochebuena tropical de la América Latina.
Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco mas de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Lo peor de estas Navidades de consumo es la estética miserable que trajeron consigo: esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas. Otra leyenda cuenta que el origen de Santa ClaUs se remonta a la Edad Media, cuando se hicieron populares las acciones de San Nicolás, un obispo de Mira, en la actual Turquía. Como su padre quería que fuera comerciante y su madre sacerdote, él no sabía qué hacer. Con la llegada de la peste que lo conmovió por la muerte de muchas personas, incluyendo sus padres, repartió sus bienes y partió hacia Mira para ordenarse sacerdote a sus 19 años. Sobre sus obras buenas se cuentan milagros y obras altruistas. Su relación con los niños se vincula con el tema de un criminal que acuchilló a varios niños. Al enterarse, rezó por ellos y se curaron. Su fama de dar obsequios se le adjudica a otra historia donde repartió bolsas llenas de oro a tres mujeres con nulas oportunidades de casarse, destinadas a la prostitución. Así se libraron de esta necesidad y emprendieron una vida normal.
Esto lo hacía en secreto entrando por la ventana y dejando las bolsas de oro en los calcetines de las niñas colgados para secarse frente a la chimenea.
En el mundo occidental se le conoce como San Nicolás de Bari, porque los cristianos ante la invasión musulmana a Turquía, rescataron sus reliquias y las llevaron a Bari, en Italia. Esta figura echó raíces en Europa haciéndose patrono de muchas naciones, particularmente de Holanda, así se marcó el destino de lo que hoy conocemos como Santa Claus. La fama se trasladó al Nuevo Mundo cuando colonizaron la actual isla de Manhattan, alrededor de 1624. Ahí se erigió una imagen de San Nicolás y se festejaba el 5 y 6 de diciembre.
En 1809, el escritor norteamericano Washington Irving satirizó al personaje, dotándolo de una figura mayor, gruesa y generosa con un atuendo muy holandés. Irving también lo hacía ver como un personaje que llegaba en barco y arrojaba regalos por las chimeneas. Lo apodó "guardián de Nueva York" y adaptó su nombre al idioma inglés con "Santa Claus". El Santa Claus actual, surge de una campaña publicitaria de Coca-Cola en los años 30, donde su nuevo creador, Habdon Sundblom, hizo que perdiera sus rasgos de gnomo y recobrara su humanidad. Así, se tornó más alto, grueso, con tonos vivos y ojos bondadosos. Sus colores fueron el rojo y el blanco debido que eran los colores oficiales de la empresa. Siguió modificando la imagen y creó al Santa Claus que se conoce actualmente. Mucho influye en la pérdida de nuestras costumbres la intensa campaña publicitaria, pues los comerciantes anteponen sus ganancias a conservar las tradiciones. El gordo vestido de rojo aparece por todos lados ofreciendo a inicios de octubre desde un alfiler hasta una locomotora.
Participar en el rito de colocar en el NACIMIENTO, no en el pino, los regalos –juguetes fabricados por artesanos mexicanos; no de Taiwán, China, India o U.S.A.- para mis nietos-une a toda la familia fraternalmente. Hemos perdido identidad y es triste y decepcionante que en muchos hogares mexicanos la ilusión del NIÑO DIOS sea un simple recuerdo –gracias al sistemático bombardeo de la mercadotecnia- perdido en la nada y que el otrora mes en el que flotaba el auténtico ESPÍRITU NAVIDEÑO, pase como cualquier otra época del año. La piñata mexicana es la de siete picos –no un ridículo “Batman” o “Bob esponja”- rellena de cacahuates, colaciones, frutas, trozos de caña, etc.
¿Será cierto que la Navidad es la venganza de los comerciantes contra Jesús por haberlos corrido a latigazos del templo? No hay Nacimientos pero sí “pino de navidad”, “monos de nieve” (muy congruentes con nuestra antártica región), “renos”, “Mickey Mouse”, Winnie Poo, y un antipático viejo gordo vestido con los colores rojo y blanco (invento de la Coca cola) -que hace tiempo le quitó el empleo al Niño Dios- montado en un trineo arrastrado por renos; uno se llama Rodolfo el de la “nariz roja”, el cual padece de catarro crónico (o quizá inhale cocaína); también cubrimos toda la puerta principal con ¿por qué? la figura de Santo ¿o Santa? Claus que cubre toda la puerta principal en lugar de un nacimiento con el “Niño Dios”. ¡Ah! y no pueden faltar las series de foquitos de variados colores, como si estuviéramos en “gringolandia”.
Por eso no es raro que los niños - viendo tantas cosas atroces - terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.
Hace 40 o 50 años, no faltaba quien le dictara la carta al primo mayor para el Niño Dios –Jesús-, quien era el que traía los juguetes, pero como era muy pobre, puesto que había nacido en un pesebre pobrísimo, lógicamente éstos también tenían que ser superpobres. En esa época, el Niño Jesús nunca me trajo lo que le pedía por carta, más bien me traía –cuando podía- cosas que necesitaba. Los nacimientos eran humildes, pobres, sencillos, pero muy hermosos. Pero en las casas éstos casi han desaparecido en la actualidad; ¡Ah! y no comen comida mexicana. Ahora mis nietos, influenciados por sus amiguitos y los medios de comunicación ya no le quieren escribir sus cartitas al Niño Dios sino a Santa Claus, quien se aparece por todos lados, pues sale hasta de las cañerías, pero yo me opongo y les explico que esa es una costumbre de otro país, que debemos seguir conservando las nuestras. No falta quien gratuitamente me ataque y diga: “lo que pasa es que eres un amargado y por eso odias la Navidad”, “te encanta hacerte el interesante, por eso montas todo tu numerito de Scrooge”. El contenido de sus cartas no tiene nada que ver con las que yo solía escribir. A ellos si les traen casi todo lo que piden y mucho más.
La Navidad es tiempo de reflexión; representa una buena época para analizar las acciones que realizamos durante el año y el impacto que tuvieron en los demás. Es una oportunidad para visualizar si vamos por buen camino y para corregirlo si es necesario. La reflexión no solamente debe ser un autoanálisis sino también un pensamiento profundo sobre los valores y actitudes humanas en general.
De nosotros depende que nos libremos de la nefasta influencia de tantos mercaderes de hombres dedicados al negocio que más produce: la explotación del corazón humano. ¿Acaso es muy difícil evitar que la mercadotecnia nos maneje a su antojo? no permitamos seguir siendo presas del monopolio ideológico sobre el consumismo. ¿O acaso nos avergonzamos de nuestras raíces porque son consideradas de tercer mundo? No arrumbemos al “Niño Dios”, al Nacimiento, Pastorelas, Posadas, Piñatas, Villancicos y Reyes Magos al cuarto de los trebejos. Qué triste que con el pretexto del Espíritu Navideño todos los canales de T.V. muestren y presuman atrás o a un lado de los conductores, pinos navideños o un santoclós; nunca un nacimiento. ¿Por qué ese desprecio a lo nuestro? No se han escapado a esta influencia negativa el gobernador, los alcaldes de municipios del área metropolitana y funcionarios de centros de cultura, pues –populistas-compiten por colocar el pino más alto y con el mayor número de foquitos y se sienten ¡taan! orgullosos al encenderlo. Como en la antigua Roma, al pueblo pan y circo.
No hay duda, -ni se discute- la Navidad, la época más bella del año, en la que tenemos la oportunidad de reunirnos con la familia y convivir con los auténticos amigos se ha tergiversado y convertido en una industria más. Hay intercambios, que no deben ser de regalos, sino de afectos y buenos deseos. Si nos toca un buen regalo es que somos muy afortunados, pues por lo general damos uno de $100.00 y recibimos uno de $11.00. Hagamos caso omiso a la publicidad que nos bombardea y apabulla tratando de convencernos de que “Navidad es época de dar y compartir”, para conseguir pingües y jugosas ganancias que es lo único que les interesa a los modernos mercaderes. “Regala, regala, regala, pero cómpramelo a mí.”. Dejemos de ser arcilla que todos moldean a su antojo, retomemos nuestras antiguas costumbres y tradiciones. Cuidemos nuestras raíces. ¿Qué nos cuesta, caramba? Si fuéramos sinceros, buscaríamos que el espíritu navideño nos hiciera vivir en perfecta armonía y ser mejores ciudadanos, mejores padres, mejores hijos, mejores hermanos y mejores mexicanos, no solamente en esta época sino durante 365 días. Cada año espero con más ansias que usted esta época, pero deseo con mucha vehemencia que la Navidad Profana no ahogue y haga desaparecer algún día la Navidad Sagrada.
Esteban Ovalle Carreón. Minero metido a Cronista. Academia de Investigaciones Históricas Regionales, AIHR. Visite la página: www.aihr.com.mx
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