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SENSACIONES DE AGONÍA (I)
Tomás Corona Rodríguez
Roberto sintió un escalofrío cuando aquellos dos sujetos encapuchados saltaron a la parte trasera de su camioneta, metralleta en mano y le ordenaron detenerse. Con fingida amabilidad le ayudaron a bajarse sujetándolo por los brazos. –El “pedo” no es con “usté”, camínele…, dijo una voz joven, de muchacho. Roberto pensó en su hijo y su mente comenzó a girar, como recordando toda su vida a “flashazos”. Entonces inició el silbar de las balas, le pareció increíble que la policía hubiera empezado el tiroteo, estando él, un civil, de por medio. Con una mezcla de rabia e impotencia, aquella voz de muchacho, dijo: ¡“Chingao”! ¡Ya nos torcieron! ¡Eh, señor, tírese al suelo y arrástrese hasta la tienda, ni se le ocurra levantarse. Un espasmo y una ráfaga de muerte acallaron para siempre aquella voz juvenil en la que Roberto creyó percibir un dejo de ternura y afecto. Se irguió levemente y sus azorados ojos no podían creer lo que veían, policías y encapuchados que salieron de Dios sabe dónde, disparando a diestra y siniestra, en aquella bulliciosa avenida, sin importarles nada. Una bala pasó zumbando cerca de su sien izquierda, ensordeciéndolo. Bajó la cabeza hasta besar el pavimento. Sudoroso y jadeante, con el pecho a punto de estallar, comenzó a arrastrarse entre el crepitar de aquellos ruidos secos, disparejos, alucinantes, que salían de todas partes y crujían por entre sus costados, sus oídos, su espalda, su cabeza…
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