Los ardidos mueren quemados
Gabriel Fuster
Unos meses antes de cada realización de los Juegos Olímpicos, once actrices que representan las sacerdotisas de Hestia, colocan una antorcha en la concavidad de un espejo parabólico que concentra los rayos del Sol, en una ceremonia que pretende revivir el método usado en la antigüedad y que se destinaba a garantizar la pureza de la llama que marcará el inicio de una realización más de las competiciones deportivas, siendo esta tradición reintroducida en los Juegos Olímpicos de Amsterdam de 1928. Más, he ahí el secreto de Prometeo, que habría robado el fuego a Zeus para entregarlo a los mortales. Y si al atleta se lo adquirimos como oro al irse al pódium, viene otro corpúsculo veloz enviado por el sol que quiere comprar en oro el engaño.
La flama Olímpica salta dentro del mortero de pólvora y queda de ceniza. Repentinamente, el cielo se inflama con una lluvia de fuego. Al principio, luce como la primera glorieta de nuevas estrellas brillando a plena luz del día. Enseguida se convierte en una cascada de chispas que se extinguen en el suelo, apagadas con un canto. La tremenda sequía no duraba más allá del minuto.
No eran meteoritos
No eran tormentas solares.
No eran lenguas de fuego de controversia filioque ni rayos globulares.
Por el contrario.
Cada una de las flamas era una criatura. Una entidad viva, pero sin tratarse del Prometeo. El fenómeno estaba lejos, muy lejos de serlo.
Los que seguimos la transmisión de la ceremonia vía satélite, nos enteramos que el baño pirotécnico se sucede en varias partes del mundo y en todos los canales. De Tokio a Johannesburgo hasta Buenos Aires. La primera explicación la tiene Larry Arnold, actualmente director de una organización llamada ParaScience International. Larry Arnold, es un investigador privado, que ha dedicado una gran parte de su tiempo a la controversia de la combustión espontánea. En su libro de 1995 sobre la combustión espontánea titulado Ablaze!, traducido como ¡En llamas!, especula con la existencia de una partícula subatómica aún desconocida, a la que se refiere como pyroton, que sería emitida en los rayos cósmicos. Normalmente esta partícula pasaría a través del cuerpo sin interactuar con él, como un neutrino, pero ocasionalmente, al colisionar con un núcleo celular, podría desatar una reacción en cadena que destruye el cuerpo por completo. Sin embargo, aquí nos encontramos con una actividad completamente distinta. La criatura es incandescente y se parece al bonzo de la boca convexa. No hay más que decir: es el primer espécimen de vida extraterrestre.
-¿Qué es todo esto, Gabriel Fuster? –pregunta mi mujer, antes de dejarme afilando un suspiro de telaraña en el sofá. -¿Éstas luces fatuas? Ahora nos rodean por todas partes. ¿Nos han atrapado? ¿Quiénes son?
Amo a Candelaria porque está hecha de flogisto y de hombres.
Interrupción comercial.
“¿Fuegos en la boca? Apague el incendio con Cicloferón”
Al regreso del corte, Joaquín López Dóriga, reportero omnipresente, entabla una discusión conmigo a través del monitor. El surrealismo simplemente está jugando a vivir.
-Sean lo que sean, ellos se están suicidando en masa –balbuce.
Yo estoy aburrido de estas estúpidas teorías, como los foo fighters de la segunda guerra. A veces parece que tus peores días se guardan en la caja de Pandora, que tiene aún otro misterio que dar.
-¿Por qué?–pregunto en automático, sin quitar la mano del control remoto.
-El mito los lemmings. Déjeme, le digo que por una razón desconocida, estos roedores se suicidan en masa como parte de un mecanismo de autorregulación de la naturaleza. No obstante, semejante cosa no está científicamente demostrada y se considera que dichas muertes se producen por accidente, debido a la impronta genética que determina su sentido de la orientación durante las migraciones. Esto provoca situaciones en las cuales los grupos en estampida invariablemente se precipitan hacia un río, un despeñadero o cualquier otro accidente sobre el terreno. En un mismo patrón, los seres ígneos se siguen uno al otro hacia la destrucción masiva. En este caso, su instinto biológico les induce a desplazarse a través del espacio sideral para cometer suicidio en nuestro sistema solar. Justo aquí, para arder y morir dentro de las distintas atmósferas de Marte, Venus, Mercurio o la Tierra. En un momento, en un momento en este noticiero, más sobre los amantes de Pompeya sorprendidos en su abrazo…
Otro corte comercial
“Amigo mío, sólo tú encuentras leña. Piensa a futuro con Aseguradora Phoenix”
Mi rostro se halla impávido. Puedo comprenderlo, pero ¿importa todo ello? No se trataba de lo que propició a la salamandra a alimentarse de asbesto, favorita de Paracelso sobre su propia obra manuscrita. La urgencia de una especie no es el impulso de otra.
-Pero, sigo sin comprenderlo del todo
-Los alimentos del infierno hacen del hombre un condenado.
-Pero, ¿Por qué venir a morir precisamente en este planeta? ¿Por qué no otro sistema solar o galaxia?
-Porque –dice suavemente el comentarista de noticias –aquí es el final del universo.
Mi mente quiere disparar a Ptolomeo en defensa propia. Me doy cuenta que estoy ante un concepto que me regresa a la noción de la tierra plana, antes de Plinio I. Nuevamente, un telescopio apunta como el revólver de forajido. La Tierra considerada un enorme disco al centro de la astronomía Zetética, era el Mare Tenebris del universo. Los humanos podíamos acercarnos a los linderos del tiempo y del espacio y todavía alcanzar un benigno Juicio Final, en el cual las puertas de la Ciudad de Dios están abiertas a todos, pero a los ígneos siguiéndose unos a otros, este sol era la frontera final.
Mensaje comercial.
“Con TelMex…llámale”
Pinches ardidos, chulísimos.
Apago el televisor y me retiro a dormir. Digo que los bomberos se encarguen del problema. Soluciones radicales para tiempos radicales. No obstante, debo tomar un par de somníferos porque la luz al lado de mi cama en el lugar de mi mujer es demasiado brillante.
alacioperez765@hotmail.com
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