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¿MÁS DE LO MISMO?*
Francisco Valdés Ugalde**

pltkMuchas lecciones se derivarán de los comicios de este año. La primera es la repetición del síndrome intermedio: mayor abstencionismo y más inclinación por el partido fuera del gobierno, en este caso el PRI. Parecido a 2003, el 2009, sin embargo, perfila a este último como una fuerza que puede disputar en serio la contienda presidencial en 2012. En 2003 las preferencias del público no se inclinaban tan abiertamente por el PRI como para llevarlo al gobierno, lo que sí ocurre en 2009. Se abre por primera vez la posibilidad de una nueva alternancia en la Presidencia, aunque el pronóstico sea aún incierto.
La encuesta de salida practicada por consulta Mitofsky el 6 de julio (www.consulta.com.mx) exhibe la personalidad de los votantes. El voto por el PRI se incrementa entre quienes pertenecen a la población femenina adulta de menor escolaridad (primaria) que vive en áreas rurales; su preocupación principal es la mala situación económica. El voto por el PAN crece entre varones de edad mediana con mayor escolaridad, ubicación urbana y preocupados por la inseguridad.
Es habitual que ante una crisis económica de la magnitud de la actual el castigado sea el gobierno. Ocurre en todas partes. Pero en el caso de México renueva la pregunta sobre por qué el partido gobernante desde hace nueve años no ha podido adquirir una personalidad propia en materia de política económica. En este campo eligió el peor de los caminos: una continuidad que no solamente lo asocia al partido que derrotó en 2000, sino que habla de la dificultad para situar a México de manera renovada como economía emergente. Los indicadores de crecimiento y desarrollo nos dejan mal parados frente a economías como la de Brasil, por citar solamente al caso más notable de desarrollo económico en América Latina. A la ausencia de bono democrático se suma el bajo nivel de crecimiento y la sensación de poca mejoría en la condición de las familias.
Otra pregunta se antoja inevitable. El grado de percepción de la corrupción no se ha modificado significativamente desde que el PAN gobierna. Nueve años de espera son demasiados. La corrupción no solamente se mantiene sino que parece haber aumentado con la redistribución del poder político que ha abierto nuevos nichos a los cleptócratas de antes y a los arribistas. Las gubernaturas, por ejemplo, son un nicho privilegiado que consigue mantenerse a salvo de la vigilancia de la Federación y con cómplices en ella. La tragedia de la guardería en Hermosillo lo evidencia. Los principales culpables no están en el gobierno federal, pero a la larga el culpable será él, considerado, como debe de ser, el timonel de la nación.
Tampoco se han hecho progresos acordes con lo esperado en materia de justicia. La reforma conseguida es apenas un comienzo mediocre que no alcanza a remediar los problemas de fondo, entre ellos el más grave: la dificultad de acceso del individuo promedio a la concreción de sus derechos en los tribunales. De nuevo, la culpa no es solamente del gobierno, pero el votante tenderá a endosársela.
La igualdad política que corresponde desde siempre al orden constitucional y que fue relegada como prioridad durante el larguísimo periodo de hegemonía de un solo partido no ha sido atendida considerablemente más allá del campo electoral. Es cierto que en materia de derechos indígenas se han hecho avances relevantes, pero sigue siendo visible a la opinión el trato diferenciado a los poderes especiales que emanan de las viejas estructuras corporativas y empresariales.
Es fundamental que el partido del gobierno se pregunte seriamente si sus políticas han sido atinadas para producir la diferencia que lo debiera distinguir del PRI. Es una pregunta que también debe hacerse el gobierno, especialmente si existe la probabilidad de un retorno de ese partido a la Presidencia de la República. Sería muy grave echar un velo de indiferencia sobre este cuestionamiento asumiendo erróneamente que se ha llegado a un punto de no retorno en materia democrática.
Vale entonces preguntarse si el cambio político, casi limitado por completo a la democratización electoral, ha dado lugar a un cambio en la calidad de la gobernanza y en qué grado. El gobierno y el partido del presidente Calderón deben tomar en cuenta estos factores y actuar en consecuencia, a menos que quieran ser recordados como administradores de una democracia de temporal en una sequía política de largo plazo de la que habríamos recibido únicamente más de lo mismo.

* El Universal, 19 de julio de 2009
** Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
ugalde@unam.mx

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