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Octavio Paz: una pasión insobornable

Armando Alanís Pulido

  • Once jóvenes escritores someten a juicio al poeta
  • Aguinaga (Guadalajara, 1971) sugiere que hay que leerlo en diagonal, o en zig-zag
  • Cayuela (DF, 1969) subraya la enseñanza moral e intelectual de Paz: nunca bajar la guardia

En El arco y la lira, libro publicado en 1956 por el Fondo de Cultura Económica, Octavio Paz comienza con una advertencia: “Escribir, quizá no tiene más justificación que tratar de contestar a esa pregunta que un día nos hicimos y que, hasta no recibir respuesta, no cesa de aguijonearnos. Los grandes libros –quiero decir: los libros necesarios- son aquellos que logran responder a las preguntas que, oscuramente y sin formularlas del todo, se hace el resto de los hombres”

Esta misma nota la vuelve a retomar el Fondo para inaugurar la publicación, en 1993, de sus obras completas; aquella guerra con las ideas y con el lenguaje que siempre asumió valientemente, convierten sin duda a la obra y la figura de Octavio Paz (premio Nóbel de literatura 1990) en algo vigente e imprescindible, y no se puede dejar pasar so pena de perder algo esencial de la experiencia humana, pero sobre todo de la experiencia poética; a propósito de los diez años de su muerte (Paz murió un 19 de abril de 1998 a las diez y media de la noche en Coyoacán cuando tenía 84 años), la revista Letras Libres (abril 2008) realiza un ejercicio interesante titulado relecturas; se trata de una nueva generación de escritores (once autores menores de 40 años) que releen y comentan algunos de sus más importantes libros; todos ellos con admiración, pero sin concesiones, proponen, encuentran y señalan las deficiencias de Paz, argumentan su no originalidad, los riesgos que corrió, los saltos al abismo que efectuó, etcétera; esta actitud a primera vista beligerante y soberbia, no debería de sorprender, o en el extremo de los casos, ofender a nadie, ya que lo que hacen –sin proponérselo- los jóvenes escritores, como bien se menciona en la revista, es un dibujo del rostro de su generación, una generación, hay que resaltarlo, que ha frecuentado más su obra que su persona, y que coincide en que la grandeza de Paz radica en su sensibilidad literaria que no se somete ni se reduce a una sola ideología; el mismo Paz lo enunciaba: el lenguaje no es del hombre, el hombre es lenguaje; de estas opiniones, todas interesantes, tomo dos:

1.- Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara, 1971) quien sugiere que a Paz hay que leerlo en diagonal e incluso en zig-zag, pasando de sus poemas a los ensayos críticos y de su prosa de combate a las divagaciones más o menos autobiográficas e introspectivas, esto en virtud de la eterna discusión a la que son sometidos todos los grandes autores: la de aquellos expertos que afirman que lo mejor de Paz sólo se encuentra en algún género literario, y aquí nos damos cuenta de que los sabios en cuestión, intentando orientar su perspectiva, terminan en conjunto mencionando todos y cada uno de los temas que Paz abordó.

2.- Ricardo Cayuela Gally (Ciudad de México, 1969) quien cuestiona sobre el trato al involuntario líder de la izquierda mexicana en el que se convirtió Paz, después de su renuncia a la embajada de México en la India y a la publicación de Posdata (Siglo XXI, 1970), con esta pregunta: ¿Por qué el autor que denuncia el derrocamiento de Salvador Allende, que tiene una lectura severa del nihilismo de las democracias occidentales, que advierte de los límites del mercado, que condena la dualidad democrática imperial de Estados Unidos, que defiende el aborto y la liberación femenina, que critica la dictadura de Franco y se mantiene fiel a la causa republicana en el exilio, y que en el discurso de recepción del premio Jerusalén, junto a la defensa de Israel exige un acuerdo justo para los palestinos, es la bestia negra de la izquierda mexicana? La respuesta a este malentendido está sin duda en El ogro filantrópico (Joaquín Motriz, 1979), donde la naturaleza de Paz -esa de nunca bajar la guardia- sobresale dejando una gran enseñanza moral e intelectual para nuestra generación, concluye Cayuela.

Pero además hubo otra renuncia, la de la revista Plural, en protesta por el golpe orquestado desde Los Pinos al periódico Excélsior y en solidaridad con Julio Scherer; ya para entonces (1976) Paz se erigía como la conciencia crítica del país; también recordemos que Paz nació en 1914, el mismo año que los escritores Efraín Huerta y José Revueltas, con los que formó en cierta medida un círculo vital artístico, político e ideológico, que construyó en gran medida los cimientos de un México moderno. ¿Por qué traigo a colación otras renuncias y a otros autores mexicanos que le fueron contemporáneos? Simplemente porque quiero resaltar que Paz fue un iluminado por su circunstancia histórica, y asumió con su insobornable pasión el reto, y en esa lucha, en esa guerra se colocó como una figura capital de la literatura universal. Ya sé que decir que el mejor homenaje es leerlo, es un lugar común, pero en el reino de las explicaciones, las razones y los motivos, tenemos la obligación de acudir a Octavio Paz, recorriendo los caminos que él trazó, inventando, a medida de que los recorremos, uno nuevo. Vayamos en paz a leerlo.

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