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La teoría es la siguiente: una nación puede desenvolverse sin automóviles y otras cosas pero sin sexo no; es por eso que los magnates de la pornografía en los Estados Unidos, Larry Flint (fundador de la revista “Hustler”) y Joe Francis (presidente de la productora de videos “Girls gone wild”) han pedido un plan de rescate financiero de 5 mil millones de dólares para ayudar a la crisis del sector de entretenimiento para adultos. Los empresarios de la pornografía, han enviado conjuntamente al congreso la solicitud, en vista de que el gobierno tiene la disposición de ayudar a las empresas más importantes de la nación. Si a esas vamos, entonces McDonalds o Coca Cola, y cientos de empresas de entretenimiento y comida rápida, también pueden ser rescatadas o al menos pedir ayuda; las crisis económicas sin duda alguna dejan enseñanzas. El suicidio del multimillonario alemán y las propuestas anticrisis “populistas” del gobierno federal, tienen muchísimas lecturas. Creo que una verdadera medida sería aumentar el salario mínimo lo suficiente para que sirva para lo mínimo. Pero no entendemos, pagamos intereses de más del 200% en nuestras tarjetas de crédito y somos víctimas del consumo; somos explotados y no protestamos como deberíamos y cuando alguien lo hace, cuando alguien insiste, se vuelve peligroso; además, no tenemos memoria colectiva (a propósito de esas mantas que aparecieron en distintos puntos de la ciudad señalando la mala administración estatal). No estaría mal que así como anotamos los propósitos de año nuevo, lleváramos una bitácora de los maltratos a los que somos sometidos los ciudadanos. La propuesta parece algo masoquista, pero puede resultar muy útil a futuro, sobretodo para ejercitar la memoria a la hora de ir a las urnas y decidir qué ciudadano (incumplido y violador de la ley, porque nosotros lo toleramos) nos gobernará. Es una buena opción para hacer un voto inteligente, razonado y útil; por otro lado, veo las filas de gente tempranera y cumplida que paga el predial y el injustísimo impuesto de la tenencia de vehículos automotrices y los sentimientos encontrados me atacan. No es que me molesten los cumplidos, es que sé que en el fondo las autoridades no valoran la civilidad de algunos; tengo la sensación de que hasta se burlan. ¿Cuantas campañas de civilidad y buen vivir recuerda que hayan hecho las autoridades estatales y municipales? Es cierto que existen algunas menciones a los valores, sobre todo en las escuelas, pero ¿por qué no vemos los resultados en la calle?; ¿por qué no lo practicamos? Hace poco tuve un encuentro con una de esas personas cumplidas y responsables. Resulta que me chocaron mi automóvil (yo no choque, me chocaron) que estaba estacionado afuera de mi casa; me di cuenta pero el conductor huyó (bonito comienzo de año, pensé). A las pocas horas tocan a la puerta de mi casa: era el padre del conductor, un menor de edad que se estaba enseñando a conducir y que se asustó mucho, sobre todo porque corrí tras él, gritándole que se detuviera. El padre me pidió disculpas y prometió darle un buen regaño a su adolescente hijo. A los pocos días volvió a mi domicilio, me llevó a un taller de enderezado y pintura que él buscó, y pagó la reparación del daño. Yo no paraba de agradecerle su actitud, cuando me dice que en vez de darle las gracias mejor le firme un papel donde digo que estoy conforme con la reparación hecha; “es para protegerme”, me indicó; lo firmé con gusto, pero en el fondo, saber que ahora era yo en el que no confiaban, me hizo ruido, me puso a pensar qué tan desnivelada está la sociedad, que hasta hay que protegernos de nuestras buenas acciones. La experiencia, en lugar de dejarme feliz y optimista, me dejó intranquilo. Es una verdadera lástima, porque a pesar de todo no hubo final feliz; sin duda, algo censurable, todo por no entender.
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