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Cuando estudiaba en Ciencias Políticas de la UNAM, un compañero llegó ufano un día a decirme que había descubierto el plan secreto de los judíos y que éste consistía en apoderarse del mundo. Ni hablar, había descubierto Los Protocolos de los sabios de Sión, ese libelo que supuestamente son las actas secretas del Primer Congreso Sionista. Vamos, si en más de un siglo los judíos no han podido cumplir con ese propósito algo están haciendo mal y no hay que tomárselos muy en serio. Aunque no faltan los tarados que juegan a los fuegos de artificio y sostienen que los bancos los controlan los judíos y que el Mosad controla los bancos. EL silogismo diría, si los bancos controlan al mundo, y el Mosad controla a los bancos, luego entonces el Mosad controla al mundo. Ya sólo falta que culpen al Mosad por la llegada de George Bush al poder.
El compañero continuó diciéndome que los judíos explotan a los obreros. Cuando le pregunté sobre la ocupación de su padre, resulta poseer una fábrica de camisas, pero como es católico, es un burgués que no explota a sus obreros; en cambio mi padre, que era comerciante, explotaba, me imagino, a los obreros propios y ajenos. Marx se revolvía en la tumba por el destrozo que se le hacía a la teoría.
A raíz de los renovados ataques anti-judíos disfrazados de anti-israelíes, anti-sionistas y anti-Mosad, me he puesto a reflexionar sobre cuál es el origen del odio a los judíos. Delumeau analiza de manera magistral cómo la iglesia católica fomentó a lo largo de los siglos el odio a las mujeres y los judíos. Ya un Papa trató de corregir la postura, pero muchos siguen con el deicidio metido en el subconsciente.
En una reunión en un grupo pseudo anarquista, donde participaba el primer aeropirata mexicano, la madre de éste dijo: “lástima que Hitler no terminó”. Ninguno de los paladines de la libertad levantó la voz ante lo que era un atroz ataque a la vida. Hoy muchos pseudo intelectuales le aplauden al iraní Ahmadinayed, cuando vocifera que hay que destruir a los judíos, mientras sostiene que el holocausto no existió. ¿Acaso un mundo sin judíos será mejor? Que yo sepa ninguno de los grandes déspotas del mundo ha profesado esa religión y no hay rabino en el mundo que ose llamar a la guerra santa o a sentenciar a muerte a un crítico del pueblo judío o su religión. Creo que Zalman Rushdie, entre otros, sigue escondido temiendo por su vida.
Muchos anti-judíos le temen a la palabra y usan hebreo para no contaminarse, y parecen irritados porque se haya erigido el estado de Israel y que sea una potencia militar, científica, tecnológica. ¿Sería distinta su actitud si Israel se hubiera sumido en las penurias del tercer mundo? ¿Les dolerá que los israelíes hayan conquistado el desierto y desarrollado tecnologías de uso eficiente del agua? Parecen molestarse ante la elevada proporción de judíos entre los premios Nobel. Yo les sugiero que se alejen de los desarrollos médicos en los que han intervenido judíos, a riesgo de su vida por supuesto, porque lo peor que les puede pasar es deberle la salud o la vida a un cerdo judío.
¿Les molesta que los cientos de millones de musulmanes no hayan podido exterminar al estado de Israel? Y no es que les falten ganas. En una lectura simplista el “pecado” israelí ha sido aliarse a Estados Unidos. ¿Sería aceptado si se hubiera sometido a la URSS o a China?; ¿esos imperialismos son buenos?
En la retahíla de ataques abundan las referencias expresas y ocultas, y muy molestas a la fortaleza de los judíos. Esos críticos gozarían con las imágenes de los judíos débiles que caminaban al matadero en los campos de exterminio y les duele ver a un joven guerrero israelí erguido, fuerte y orgulloso.
Juan Miguel de Mora, después de muchos años se animó a escribir una de sus experiencias más traumáticas, cuando era brigadista internacional en España. El libro La Cota 666 no solamente es el recuerdo de un gran esfuerzo político-militar, sino el homenaje a su amigo Harry Fisher, un obrero judío que frisando los 90 años de edad muere de un infarto en las calles de Nueva York mientras protestaba. Alguno de nuestros paranoicos analistas seguramente dirá que Fisher era un distractor del Mossad.
El odio al pueblo del libro, como todos los odios, es irracional y enfermizo. No importa cómo se disfrace, su intencionalidad es muy clara. El destino del pueblo judío, no obstante su ínfimo porcentaje en la población mundial, está en su fortaleza, el nunca jamás del holocausto se asegura con la fuerza y el estado de Israel es esa garantía.
Las guerras son deleznables, llenan de oprobio, pero en ocasiones son para la sobrevivencia.

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