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Andrés nació cantante. Lo lleva en los genes, en los huesos, en las venas, en el alma. Su voz es un remanso que mitiga el cansancio cotidiano, en el claustro afectuoso del “Chorrito”, al terminar el día. Su canto es un manantial de notas cristalinas que bulle y luego se trastoca en un torrente musical que hace vibrar las fibras más recónditas de nuestro corazón y te vas con él en un viaje maravilloso, entre ondas cantarinas y pájaros cenzontles, aquellos de las 400 voces, y los ecos sonoros que retumban son arpegios esperanzadores de un dulce presente que te llena los sentidos hasta embotarlos a causa del delirio musical.
Andrés es un ángel con alas invisibles que se escapó de un coro celestial, lo sé porque cuando canta se le llena el pecho de jilgueros, sus ojos se iluminan como ascuas ardientes y su mano poderosa refleja el ímpetu de su juventud eterna. También tiene alma de niño, desde la cual irradia ternura y amor hacia los que están cerca y te dan ganas de ser su amigo para siempre. Cuando lo invade la nostalgia, se pone a contar historias sobre famosos intérpretes de la música de antaño, con los que tuvo la suerte de convivir y compartir un escenario. Andrés también fue grande y lo sigue siendo para quienes nos sentimos halagados por contar con su invaluable y apreciada amistad.
Aunque el amor no tocó a su puerta, destino cruel de los auténticos artistas, él es un hombre feliz que le sonríe siempre a la vida y el secreto de su felicidad radica en que unió su vida a una amante perfecta: la música. Trovador errante, va dejando sus coplas a la vera del camino para quien quiera escucharlas, entre armonías de magia musicalizada. Nosotros tenemos la suerte, todavía, de que su canto de luz ilumine nuestras noches más negras al vibrante sonar de una guitarra, libando el vino “que se bebe en la casa del que está limpio por dentro y tiene brillando el alma”. Andrés Rangel, Andresito para nosotros, es un ser humano hecho de música y bohemia, un cantante, un artista que sin duda alguna, representa la más pura expresión lírica de nuestra tierra y escucharlo es como escuchar el arrullo de Dios.
Con todo cariño para Andresito por sus “bodas de oro” con el canto, la música y la bohemia. ¡Salud!
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