Cuando la Secretaría de Turismo otorgó el apelativo de Pueblo Mágico (octubre de 2006) a mi municipio de Santiago, N.L., llegaron a mi mente varias preguntas: ¿cuántas poblaciones han recibido este título?; ¿cuáles son los requisitos principales para hacerse merecedor de este nombramiento?; ¿qué beneficios conlleva esta distinción?; ¿y qué compromisos o responsabilidades se adquieren?.

Buscando las respuestas adecuadas, me enteré que Santiago es el Pueblo Mágico de México número 28, que para alcanzar esta denominación debe reunir ante la Secretaría de Turismo algunas de las cualidades siguientes: a) Contar con atractivos turísticos de interés nacional e internacional, lo cual lo cumple con creces (las cascadas Cola de Caballo y Chipitín, los parajes Matacanes y Laguna de Sánchez, la Presa Rodrigo Gómez, La Boca); b) Tener una arquitectura digna (donde sobresale la Iglesia de Santiago Apóstol, las casonas del casco histórico, la Presidencia Municipal, etc.). c) Una buena gastronomía (que con mucho rebasa este rubro, cocina regional, nacional e internacional, además de los productos de la molienda, y su variadísima panadería, repostería, conservas y dulces de leche quemada). d) Una historia atractiva (con la cual también cubre con orgullo un medio centenar de libros de autores santiaguenses, o que narran sobre la vida del municipio, museos, historia oral, videos, programas televisivos, documentales y muchos más).

Para mí, Santiago fue siempre un pueblo mágico. Mis recuerdos infantiles iban de asombro en asombro, como sus leyendas (transmitidas de generación en generación) la densa neblina (emulando a Londres, Inglaterra); una gruta con murciélagos - vampiros decíamos los niños (similar a las de Francia y España); dos cascadas hermosas, en Potrero de Serna y Potrero Redondo (que me hacían pensar en la majestuosas cataratas del mundo –como las del Niágara-); un edificio con forma de sombrero charro (parecido a los que existen en Acapulco y Cd. Juárez); una fábrica que compete en la historia, como uno de los primeros cinco lugares de la república mexicana, en contar con energía eléctrica (los otros cuatro son Distrito Federal, Guadalajara, León y Batopilas, Chihuahua.

Qué más mágico, me digo ahora, que vivir en un lugar que nos ha dado la oportunidad de disfrutar de la belleza de las montañas (de la Sierra Madre Oriental); de sentir en tu tierra temperaturas que van de bajo cero hasta las de más de los 40°C; la emoción de vivir una nevada (enero de 1966); contar con un lago-artificial como lo es la Presa, con sus lanchas de motor, dando movimiento a esquiadores, catamaranes, motos acuáticas y hasta restaurante flotante (como en otras presas y lagos famosos de otras ciudades del mundo); un hábitat para la más diversa fauna: desde patos canadienses, osos, venados cola blanca, tejones, armadillos, ardillas, víboras de cascabel, águilas, jabalíes, correcaminos, cóconos, gallaretas, gato montés, leoncillo, mariposas monarca, libélulas, garza blanca, variados peces, y mucho más.

Mi pueblo mágico es refugio y fuente de inspiración de artistas plásticos, es movimiento de la economía a través de corredores artesanales, es gente especial con espíritu de prestadores de servicios turísticos, es un cúmulo de parajes para saciar al más exigente visitante que puede buscar en todo momento la oportunidad de llevarse un bello recuerdo con la magia de una cámara (fotográfica o de video) o en el recuerdo de su memoria. Eso es sólo una parte de mi PUEBLO MÁGICO DE SANTIAGO.

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