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1° de marzo de 2010

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La Ventana de Caín

Hacia la cultura del debate

Roberto Guillén

En tanto que el diálogo es un pre-requisito de toda democracia, no concibo la misma sin el ejercicio del debate. Hasta donde recuerdo, el primer debate que se registra en la historia reciente del país, lo protagonizaron en 1994 Cuauhtémoc Cárdenas, Ernesto Zedillo y Diego Fernández de Ceballos. Quizás la ausencia de esta valiosa práctica explique una peculiar constante de nuestra clase política: arreglar las cosas en lo oscurito.

¿Y qué explica la pasividad que priva en el seno de los partidos políticos? ¿Hasta dónde nos persigue el coloniaje al que una y otra vez hemos sido sometidos como nación? Porque para nadie es un secreto que la partidocracia está regida por grupúsculos y mafilias que se entronizan, estableciendo una estela de vicios y costumbres en perjuicio del ciudadano.

Por cierto, el ciudadano, una figura que no termina por configurarse, muy a pesar del sinnúmero de instituciones con que ya cuenta el estado mexicano. En una ocasión que entrevisté al historiador Lorenzo Meyer, en torno al ejercicio de la ciudadanía, el historiador apuntaba que el siglo XX se había convertido en la emergencia del ciudadano que pasa de súbdito a ciudadano. Quizás el aspecto cuestionable recaiga en el desbalance y/o desinterés que muestra el Estado, frente a esta gran asignatura, como lo es la construcción de ciudadanía.

En contrapartida, nos encontramos con una sociedad que fomenta el afán de lucro y el egoísmo. Solamente así nos podemos explicar el porqué un tal Jorge Urdiales, presidente del club Rayados, de golpe y porrazo se volvió ecologista, y ahora es posible verlo en compañía de la alcaldesa de Guadalupe, Ivonne Álvarez, compartiendo la misma candidez-de-plomo que nos regala el periódico Milenio. Disque les interesa ocuparse del Río La Silla, cuando durante años estuvo en el más completo abandono.

Ante este tipo de desfiguros, y como sociedad que se precia de ser democrática, es preciso incentivar la cultura del debate, como una forma de exponer los argumentos ante la razón, la justicia y la verdad. El debate es el veneno de la verticalidad. Un lastre que hemos venido arrastrando ancestralmente como sociedad, y que a la fecha nos exhibe ante el mundo como una sociedad monstruosamente desigual.

Es curioso que algunos de nuestros célebres y mediáticos intelectuales, se dan el tiempo para configurar ensayos de antología, plagados con una exigencia perruna por arribar a la modernidad, algo que de suyo tendremos que accesar. La dinámica social es insoslayable. Pero repito, nuestro mal endémico deviene con la sobra del tlatoani, pasa por el virrey esquilmador, y ahora se disfraza de cacique institucional que tras colgarse la correa tricolor, reparte cochupos y diputaciones. Obviamente nos referimos al dueño del negocio. Al que compra voluntades y reparte migajas. Es decir, persisten los grilletes del inmovilismo. Lo único que ha cambiado es que ahora somos 110 millones de mexicanos, en la tienda porfiriana de 30 familias que se han enriquecido infinitamente.

El debate, entonces, puede ser el instrumento ciudadano que nos conduzca a tumbar de su pedestal a esa plutocracia política que se ha enquistado en los presupuestos públicos y que pretende mantener secuestrado al quehacer ciudadano. El debate es para que el funcionario no nos vea la cara. Para que responda por qué una fotografía vale 400 mil pesos. La cultura del debate es para tomar la cultura del país en nuestras manos y delinearlo conforme a los intereses de la comunidad y no conforme a los de una plutocracia ruinosa.

 

Artículo leído en el foro ciudadano “¿Qué le falta a la democracia?”, organizado por la Asamblea Nacional Ciudadana.

 

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