526 28 de abril de 2010 |
Cómo robar autos J. R. M. Ávila
Estamos en Eloy Cavazos, justo donde termina el municipio de Guadalupe y comienza el de Benito Juárez. Como todos los días, hay un retén con una patrulla atravesada en la avenida y algunos agentes de pie sobre el camellón, bajo la sombra de un árbol, impasibles ante el congestionamiento de tráfico que provocan. Frente al retén hay un 7-eleven al que llega una camioneta roja. Se estaciona de prisa y baja de ella un hombre sin apagar el motor. Antes de entrar a hacer las compras de emergencia, se detiene para decirle a su hijo de unos seis años de edad: “Espérame tantito, no me tardo”. El niño asiente con la cabeza y ni siquiera levanta la mirada porque está concentrado en el juego electrónico que lleva entre las manos. Así que el hombre entra al minisúper sin preocuparse por haber dejado el motor en marcha, al fin que, como otras veces, no ha de tardar.
De repente se abren las puertas de la camioneta y aparecen dos desconocidos que sin decir nada y sin hacer mucha alharaca bajan al niño y, en menos de lo que se cuenta, lo dejan atrás con el asombro en los ojos, con el juego electrónico abandonado en sus manos, sin saber qué hacer o decir. El papá se dirige a la caja y se alista para pagar cuando nota que su camioneta se aleja a vuelta de rueda. Su primera reacción es de enojo contra su hijo, al suponer que es él quien la ha echado a andar, pero cuando lo descubre parado en la banqueta, deja las compras en el mostrador y sale corriendo tras la camioneta pero no puede alcanzarla. Se dirige a los agentes que están en el retén y les dice atropelladamente que le acaban de robar su camioneta y ellos se aprestan a darle indicaciones para hacer la denuncia. “¡Pero si es esa que va allá!”, les dice. “¿La roja?”, dice uno de ellos. “Sí”, le contesta. “No se preocupe”, dice otro, “más adelante hay otro retén y ahí la van a detener”. De nada le sirve decirles que ellos la pueden alcanzar. Argumentan que no pueden mover la patrulla de ahí porque sería como levantar el retén y ellos no tienen autoridad para hacerlo. Sin decir más, se concentran en revisar los vehículos que van pasando, lo cual no hacían antes de que él llegara a avisarles del robo. Convencido de que nada harán, se regresa al 7-eleven por su hijo.
Al llegar a su casa, toma el teléfono y empieza a marcar números ocupados, números que no funcionan, números burocráticos. “¿Y la camioneta?”, dice la esposa. “Se la robaron”, dice el hijo. “¿Cómo que se la robaron?”. El niño se encoge de hombros mientras el hombre se sume derrotado en un sillón. En tanto, los agentes permanecen de pie sobre el camellón, bajo la sombra del árbol, impasibles de nuevo ante lo que sucede a su alrededor. Para compartir, enviar o imprimir este texto,pulse alguno de los siguientes iconos: ¿Desea dar su opinión?
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